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INTRODUCCIÓN GENERAL

FONDO MEXICANO DE LA

BIBLIOTECA NACIONAL DE FRANCIA

Introducción general a los  documentos sobre

el Norte de la Nueva España[1]

 

                                                                                                         Brígida von Mentz

                                                                                                     ciesas

 

Entre los documentos relacionados con la historia de México que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia, en París, llama la atención la gran cantidad de mapas y manuscritos que se refieren al norte de la Nueva España.

A primera vista sorprende la heterogeneidad del material y parecería que se trata de una caótica miscelánea de copias de relaciones e informes de franciscanos sobre el Nuevo México, Texas y, en general, sobre las misiones fronterizas del septentrión de los siglos xvii y xviii que alternan con detallados mapas y con traducciones de relatos norteamericanos de viajes por los ríos al norte y noroeste del Mississippi, todo ello  procedente de gacetas, libros de historia y, sobre todo, de los archivos franciscanos y del Archivo Virreinal (hoy Archivo General de la Nación); hay documentos de temas religiosos que incluyen vidas de santos y mártires, junto con informes militares o comerciales, mezclados con visitas a misiones, padrones de población e informes de expediciones marítimas por el Pacífico norte y por la costa de California.

Sin embargo, el estudioso del pasado verá una cierta lógica en este material documental tan diverso y encontrará una explicación sobre la preponderancia de ciertos temas si sabe que quien reunió y mandó copiar una gran parte de este material fue el padre Antonio Pichardo. Este bachiller, oriundo de Cuernavaca, fue capellán del Real Hospicio y por más de 20 años religioso del oratorio de San Felipe Neri de la ciudad de México.[2] Según afirmaba Alejandro de Humboldt, fue uno de los hombres más eruditos de la Nueva España en la segunda mitad del siglo xviii, pues era conocedor de numerosos idiomas (entre ellos el mexicano o nahuatl) y tenía una de las bibliotecas más grandes y ricas en la ciudad de México.[3] Por su erudición como bibliófilo y coleccionista, cosmógrafo e historiador, el virrey encomendó a Pichardo la elaboración de un estudio sobre los límites septentrionales del reino de la Nueva España, como se explicará con mayor detalle más abajo. Esa tarea requería de mucha información geográfica e histórica que Pichardo reunió y que forma parte hoy de la colección mexicana de la Biblioteca Nacional de Francia (a continuación bnf ).

De la gran cantidad de documentos sobre el norte de la Nueva España ubicados en la bnf , dentro del Proyecto Amoxcalli del ciesas se publica en esta ocasión solamente una selección de 34 documentos y mapas, cuyo contenido se resumió en el cuadro sinóptico al final de este estudio introductorio. Algunos de esos mapas y documentos son muy conocidos por los especialistas, entre ellos las famosas relaciones de inspección a las provincias internas, informes de expediciones o descripciones histórico-geográficas como, por ejemplo, del capitán Juan Mateo Mangé (o Manjé) y del padre Eusebio Kino a la Pimería Alta a fines del siglo xvii, los escritos del franciscano Damián Mazanet sobre los indios “tejas” en la provincia del mismo nombre, las clásicas obras de varios misioneros jesuitas, los escritos del padre Juan Agustín Morfi, del siglo xviii, que ya han sido publicados en varias ocasiones, como se puede leer en la bibliografía anexa a esta introducción.

El objetivo al publicar en facsímil esta documentación sobre el norte de la Nueva España, que se encuentra en un repositorio tan alejado como la bnf , es darlos a conocer al público en general en México. Empero hay que tener conciencia de que se trata de una mínima parte del arsenal de documentos que albergan cientos de archivos de todo el mundo y, en especial en los Estados Unidos y en México.[4] Para los especialistas de la historia de cada una de las provincias –Coahuila, Texas, Nueva Vizcaya, Nuevo México, Arizona, así como Sonora, California, etc.– estos documentos y mapas publicados ahora en medios electrónicos no representarán gran novedad sino que serán solamente un mínimo complemento o, en el mejor de los casos, la oportunidad de tener acceso cómodo a algunos mapas en facsímil que están en París y a ciertas copias de manuscritos cuyos originales son de difícil acceso o, incluso, ya se han perdido. Hay que remitir, además, a la enorme bibliografía especializada para la historia de cada provincia en México y en los Estados Unidos, bibliografía de la cual aquí solamente incluimos una mínima parte para invitar al estudioso a proseguir en pesquisas sobre este vastísimo territorio. [5]

Por la amplitud y complejidad de la historia del norte de la Nueva España, a la que se refiere este material, es imposible contextualizar a cada uno de estos documentos minuciosamente. Por eso, en esta introducción, se tocan sólo ciertos aspectos generales de la historia del septentrión y se discuten en relación con los trabajos recientes de investigadores que han profundizado en la historia de Coahuila, Texas, Nuevo México, Nueva Vizcaya, Sonora y California.[6] Al interesado se lo remite a la amplia bibliografía donde se enumeran algunas de las obras de los autores especializados en la historiografía del septentrión novohispano. Para tener una visión general nos ha sido, como siempre, una guía insuperada una obra de Peter Gerhard, en este caso su Geografía histórica del norte de la Nueva España.[7]

En nuestra opinión, la documentación que se publica ahora en el Proyecto Amoxcalli arroja luz en especial sobre cuatro temas, que son los siguientes:

- La geografía histórica de la zona fronteriza entre Texas y Louisiana y el estudio sobre límites, del padre Pichardo.

- La etnografía y etnohistoria de los numerosos pueblos que vivían en esos vastos territorios.

- Las expediciones españolas al norte de la Nueva España y las rivalidades marítimas y comerciales internacionales.

- Los religiosos que llegaron a esas regiones “apostólicamente a derramar su sangre entre los infieles”.

 

1. LA GEOGRAFÍA HISTÓRICA DE LA ZONA FRONTERIZA ENTRE TEXAS Y LOUISIANA Y EL ESTUDIO SOBRE LIMITES, DEL PADRE PICHARDO

 

Ubicada en zonas de indígenas y en tierras poco conocidas, la frontera entre la Louisiana y las provincias del norte de la Nueva España, no fue claramente definida a lo largo del siglo xviii. En ese siglo ocurrieron numerosas guerras entre España, Inglaterra y Francia que motivaron múltiples cesiones, ventas y compras de territorios coloniales, hechos que transformaron la situación en América profundamente. Florida, por ejemplo,  pasó a manos de Inglaterra al final de la Guerra de los Siete años, en 1763, y Louisiana a las de España; posteriormente, en 1783, Inglaterra regresó la zona entre el Océano Atlántico hasta el Río Perdido, la llamada Florida oriental, a España. En 1800 España intercambió a la vez la Louisiana con la Francia napoleónica por ciertos territorios italianos que los ejércitos franceses habían ocupado. En este último tratado de intercambio quedaron muy poco definidos los límites de Louisiana, como explica el historiador Hackett, pues España se comprometía a ceder a la República francesa “la colonia o provincia de Louisiana con la misma extensión que tiene ahora, en manos de España, y que tenía cuando fue posesión de Francia antes de 1761 y tal como estaba después de los tratados subsiguientes ocurridos entre España y otros estados.”[8] Napoleón, sin embargo, no ocupó la Louisiana y en cambió la vendió en 1803 a los Estados Unidos.

Así, en 1803, el problema de la indefinición de la frontera se mantenía, pues los Estados Unidos habían adquirido un territorio con la misma extensión descrita de manera tan ambigua como vaga y, ante esa situación, el presidente Jeffersson expresó con claridad las pretensiones de expansión norteamericanas al estipular que el territorio comprendía “todas las aguas del Missouri y del Mississippi”, este hecho era negado por España. Es por ello que en 1805 la Corona española ordenó una compilación de hechos históricos relacionados con esos territorios para comprobar las fronteras del norte del virreinato de la Nueva España. Se trataba de mostrar que muchos afluentes del Mississippi y las mismas provincias de Texas y Nuevo México habían sido territorio del virreinato de la Nueva España. Así, se mandó hacer un estudio referente a los límites septentrionales del reino y, ante todo, de las fronteras occidentales de la provincia de Louisiana, compilando

 

cuantos documentos y datos históricos y geográficos como fuera posible con el objeto de comprobar las fechas de nuestro establecimiento en las diferentes partes de las provincias interiores de la Nueva España, especialmente en aquella de Tejas  y costas adyacentes. [9]

 

En la Nueva España esta tarea se le encomendó en 1807 a fray Melchor de Talamantes, como jefe de una comisión histórica encargada de este trabajo. Pero los sucesos políticos no permitieron a Talamantes llevar a cabo la encomienda. Con la irrupción de José Bonaparte en España, el padre Talamantes participó en el movimiento liberal anti-bonapartista en apoyo del virrey Iturrigaray en la ciudad de México. Pero con el contragolpe conservador de 1808 que llevó al poder virreinal a Pedro de Garibay, el padre Talamantes fue apresado, acusado con los demás correligionarios de separatista y mandado a España a ser juzgado; finalmente, enfermó de fiebre amarilla en Veracruz y murió en mayo de 1809. Entonces se encomendó el estudio sobre los límites al padre Pichardo. Éste se dio a la tarea de estudiar los límites del norte de Texas, que era un territorio casi desconocido. Los poblados y las misiones franciscanas cercanas al Missisippi habían tenido una vida precaria y efímera, por lo cual no era una tarea fácil escudriñar con exactitud los puntos limítrofes con Louisiana.

Siguiendo las instrucciones al pie de la letra, Pichardo buscó material para “comprobar las fechas del establecimiento (español) en las diferentes partes de las provincias interiores de la Nueva España” y escribió un  amplio tratado de miles de fojas en el que citaba autoridades y fuentes de manera extensa, copiándolas, y probando así sus puntos de vista con referencia al asunto. Como se dijo al inicio, gran parte del material documental sobre el septentrión novohispano que se encuentra en la bnf proviene de la biblioteca y colección de Pichardo, por lo que revela, parcialmente, la forma de trabajar  del religioso. Así, por ejemplo, se percibe cómo recopilaba material en el documento número 165 de la bnf , en el que se reúnen apuntes sobre límites, extractos de periódicos de la época con información geográfica, política o militar sobre Texas, sobre la Louisiana, así como bocetos de distancias localización de poblados y cálculos de ubicación de ríos y misiones según las jornadas de expediciones o de informes de religiosos. Aunque el nombre del documento en la bnf es “Noticias geográficas sobre Texas”, en realidad se observa que son apuntes muy variados y extractos de temas muy diversos que utilizó el erudito para escribir su tratado.[10] Parecida a esa recopilación de material se puede catalogar la mayoría de los documentos que acá se publican y, sobre todo, la gran cantidad de copias de mapas. Los mapas de provincias y derroteros, la ubicación de pueblos, ríos y serranías que se pueden observar en los documentos que van del número 154 hasta el 161, fueron elaborados en el siglo xviii. Son de gran interés para la historia de la cartografía en México y fueron recopiladas y mandadas copiar por el padre Pichardo para cumplir con su tarea y escribir su tratado y deben vincularse a los otros manuscritos, diarios, derroteros e informes de viajes.

En contraste entre la forma final que tomó el tratado definitivo de Pichardo y esos extractos y apuntes como los que conforman el documento número 165 y otros muchos, se percibe en el documento 166. Éste contiene ya parte de la obra final, sobre la geografía y exacta longitud y latitud del territorio de Coahuila, Nuevo León y Texas hasta el Mississippi y el “Seno Mexicano” (Golfo de México).[11] Como decía el mismo padre Pichardo, “mi trabajo ha resultado largo, pero he preferido que me llamen prolijo a ser oscuro por causa de la brevedad o indigno de crédito debido a la debilidad de mis argumentos”.[12] La obra resultó monumental y cumplió con el propósito de Pichardo de refutar la pretensión de los Estados Unidos de que Texas quedaba incluida en la compra de Louisiana de 1803.

 

En 1812, efectivamente, el padre Pichardo entregó a la Secretaria del Virreinato un informe de más de cinco mil fojas en el que documentaba con pruebas fehacientes, desde su punto de vista, cuáles eran los verdaderos límites del reino, mostrando hasta dónde habían llegado los primeros expedicionarios del siglo xvi, hasta dónde habían llegado en distintos momentos históricos las misiones de los franciscanos en Texas y en Nuevo México, y mostrando la cantidad de indios bautizados y de personas congregadas en diferentes puntos en esas provincias. Así podía sostener el argumento de que todas las tierras mencionadas eran territorio legítimo de la Corona española. Los numerosos mapas, informes y padrones de población que recopiló en los archivos de la ciudad de México, de Zacatecas y de Querétaro –desde donde habían partido numerosos franciscanos que acompañaron diversas expediciones y que se hicieron cargo de la doctrina de varias de las misiones– formaban así parte del material que este erudito utilizó para su trabajo.

 

En el documento de la bnf núm. 164 se puede comprobar, finalmente, que en ese año de 1812 los fiscales reales aprobaron que de las cajas reales se le pagara lo prometido al padre Pichardo. Un año después de haber concluido el trabajo, el padre murió, pero sus papeles y su biblioteca deben haber pasado a manos de coleccionistas como Aubin y así llegado finalmente a la Biblioteca Nacional de Francia.

El original de 5126 folios entregado al virrey fue copiado –a lo largo de todo el año de 1813– y finalmente mandado a España.[13] Estos escritos de Pichardo, encuadernados en 31 volúmenes y en especial el tomo número 29, fueron la base del lado español para las negociaciones en 1818 entre los embajadores y enviados de España y los norteamericanos sobre un tratado de límites con los Estados Unidos. Estas negociaciones condujeron a la firma del tratado Onís-Adams, del 22 de febrero de 1819.[14] Los documentos de Pichardo eran la prueba incontrovertible de las posesiones españolas, por lo que se fijaron los límites de Tejas y Louisiana en el río Sabinas, siguiendo la propuesta del padre novohispano.

Posteriormente, cuando el México independiente confirmó los límites determinados en el tratado Adams-Onís, en 1928, fueron reutilizados los estudios del erudito.

Como insisten varios historiadores mexicanos y norteamericanos, es fundamental para la historia de Texas la voluminosa obra de Pichardo. Charles W. Hackett, el editor de la obra del padre en inglés en cuatro volúmenes, explica que el tratado de Pichardo, tal como lo escribió, sigue siendo “una verdadera enciclopedia de la historia del área Texas- Louisiana” en el  periodo comprendido entre 1519 y 1811.[15]

 

2.  ETNOGRAFÍA Y ETNOHISTORIA DE LOS NUMEROSOS PUEBLOS QUE VIVIAN EN ESOS VASTOS TERRITORIOS

 

En la amplia zona que conforma el septentrión novohispano al norte de Coahuila, de Chihuahua y de Sonora se consolidaron únicamente ciertas misiones y algunos poblados de españoles a través del tiempo, aunque los relatos históricos recopilados en los documentos que acá se publican mostraban que España había fundado a través de sus capitanes, soldados y religiosos asentamientos permanentes en esas zonas desde el siglo xvi. Como vimos en el apartado anterior, ya entrado el siglo xviii, era importante para la Corona española y las autoridades virreinales en México consolidar esas posesiones por los intereses extranjeros que presionaban sobre ellas. Sobre todo se temía el expansionismo de los ingleses y franceses en el norte y este, y de los rusos en el Pacífico.

El mayor de los enclaves poblados por colonos, soldados y religiosos españoles, indios del centro de la Nueva España y castas se ubicaba en el Nuevo México, al norte de la Nueva Vizcaya en las riberas del alto río Bravo o Grande del norte y sus ríos tributarios.[16] En el excelente resumen que escribió el franciscano Zárate Salmerón en 1623 (aprobado en el convento de San Francisco en México en 1623, bnf núm. 379 ff. 13-16) se describían las primeras entradas ocurridas en la década de 1580 a la provincia de los Tiguas, al norte del Río Grande (Bravo) por unos doce soldados y un capitán “que iban en busca de minas” y salieron de Santa Bárbara 200 leguas al norte.[17] Aunque el centro del relato era el martirio que sufrieron unos religiosos que mataron los indios, se describe esta primera entrada al pueblo de Puarai y al de indios janos en el pueblo luego llamado Galisteo.[18] Explicaba también que en Picuríes había minas de granates y que en Zama y en todas las Sierras de los Hemex no había “otra cosa sino minas, a donde yo descubrí muchas y registré para su Magestad” (bnf núm. 379, f. 39). Hay que recordar que este franciscano aprendió la lengua hemex y había redactado una doctrina que le auxiliara para la conversión de estos pueblos con los que vivió muchos años. En opinión de este religioso

en la tierra hemos visto plata, cobre, plomo, piedra imán, alcaparrosa, alumbre, azufre y minas de Chalchihuites, que los indios benefician desde su gentilidad, que para ellos son diamantes y piedras preciosas (bnf núm. 379, f. 40).

 

Esto comprueba la gran relevancia que tuvo para los pueblos nativos desde épocas precolombinas el beneficio y comercio con turquesa, tema en el que arqueólogos e historiadores del México antiguo han profundizado.[19] Pero el padre también reporta en esos tempranos años –en relación con la historia de la penetración española en el norte, es una fecha muy temprana el año de 1623– datos etnográficos de interesantes. Decía, por ejemplo:

 

Los indios de aquellas Provincias son poblados, casas grandes, quiero decir, de muchos aposentos, y de muchos altos. El vestido mantas de algodón, que se da mucho en la tierra; pintan estas mantas. También usan cueros de cíbola,[20] y de lobo, y mantas de pluma para lo cual crían muchas gallinas de la tierra. No hay diferencia en las ropas del hombre a la mujer, todos andan calzados por el frío. El sustento maíz, frixol, calabazas, hierbas, de que antes que entren los fríos, todos se previenen para su año. Carne de venado, liebres, conejos, gallinas montesas, codornices, perdices; también matan para comer osos que hay muchos y mucho pescado: bagre, solla, trucha y matalote es lo más general entre todo río del norte, de manera que no mueren de hambre. Una cosa hay que alabar a estas naciones, y es que no son borrachos, ni tienen brebaje, sino el agua del río (bnf núm. 379 f. 41).  

 

Esta relación de Zárate sobre los pueblos del Nuevo México, los de la Provincia Zuñi, Mooqui, los Cruzados, y (al noroeste) los Amacahuas, los de Bahacecha, los Ozaras y demás es realmente de muy elocuente y rica por su detallada descripción etnográfica (bnf núm. 379, ff. 46-55). Estos datos se amplían y complementan con los numerosos mapas del Nuevo México del siglo xviii (bnf núms. 154, 160, 191, 196 y 197). Sin embargo, para la etnohistoria esto implica resolver el problema de la identificación y caracterización de los diferentes pueblos ante la arbitrariedad, imprecisión y contradicción de las clasificaciones usadas por los distintos religiosos, militares y funcionarios.[21]

            En varios informes sobre Sonora (bnf núms. 174 y 179) se percibe con claridad cómo actuaban los religiosos que, acompañados por autoridades civiles y militares, visitaban lejanas rancherías, imponían su religión e intervenían en la designación de autoridades que a ellos parecían convenientes.[22] Véase, por ejemplo un párrafo del informe del jesuita Eusebio Kino sobre su entrada a la Pimería Alta en 1698:

 

huve que volver a San Andrés adonde habían llevado los Cocomaricopas, hombres, y mujeres , que yo había citado con el fiscal, que sabe muy bien las dos lenguas Pimas y cocomaricopa, y cinco años antes, en mi primera entrada por esta causa yo le había dado la vara de fiscal enviado con él, desde entonces y después, la palabra de Dios a dichos Cocomaricopas. Aquí vimos cómo el traje, assi en los  hombres como en las mujeres y la lengua es muy diferente de la de los Pimas; pero es gente muy afable, muy bien agestada y emparentada con los Pimas...{hay} rancherías donde todas casi saben las dos lenguas [...] después de haberles hablado...de los misterios de la Nuestra Santa Fé, y dándoles algunas dadibillas, por haberlos experimentado muy finos, a uno muy alto de estatura le dimos vara de gobernador; y al fiscal antecedente, que habla muy bien las dos lenguas, le hicimos capitán y a otro hicimos fiscal mayor; y los despachamos después muy contentos con muy buenos tlatoles para toda su dilatada nación (bnf núm. 174, f. 5v-6)^.

 

Exactamente en la misma época en la que el padre Kino informaba sobre su “apostólico viaje” otros dos franciscanos daban noticias sobre los nativos de Texas. Los relatos de los frailes Francisco de Jesús María (bnf núm. 169) y Damián Mazanet (bnf núm. 167) de los años 1690 y 1693 son de gran interés porque representan las primeras noticias que se tuvieron de las costumbres de los pueblos llamados Texas o Tejas, así como del desembarco de los franceses en la Bahía del Espíritu Santo o San Bernardo.[23]

Aunque se trata de informes conocidos por los especialistas (ver bibliografía anexa), hay que subrayar que su valor para la etnografía de los indios llamados texas o asinai. Los franciscanos hacen alusión a la cultura, formas de vida y costumbres de los distintos pueblos conocidos genéricamente como “tejas” con gran detalle. Francisco de Jesús María también mencionaba cómo morían por las enfermedades contraídas (probablemente por contagio con microorganismos traídos por los europeos y contra los que no tenían inmunidad); quizá no estaban los aasinai tan errados al acusar a los religiosos de causar las mortandades. Decía fray Francisco de Jesús María:

 

puso el Demonio en la cabeza {a los indios} que nosotros huvimos traído la enfermedad a esta tierra y cuando vieron  que con la enfermedad que el Señor les envió en ese año de 1691 en todo el mes de marzo que murieron en toda esta Provincia como trescientas personas poco más o menos, se afirmaron más en decir que los habíamos muerto (bnf núm. 169, f. 11).

           

En general, los datos etnográficos que presentan los frailes son detallados y de mucho interés. Así informa fray Francisco, por ejemplo, que la provincia de los asiney o asinai se compone de muchas diferentes naciones, que nombra, y que el nombre de “texias” en todas las naciones es nombre común, pues son “naciones amigas” aunque la lengua sea diferente. Se mencionan sus enemigos al sur y al este, es decir a los carancahuas emparentados con los coahuiltecos y a los genéricamente llamados “apaches”.[24] Los asinai se alimentaban de maíz, frijol, calabaza, batatas, sandías, mirasol y animales de caza. Explicaba que “les es necesario valerse de la cíbola en diferentes tiempos del año”. Para ir a cazarla se juntaban varias naciones por el peligro que significaba el encontrarse con pueblos rivales y enemigos.

            Es lógico que a los religiosos que estamos siguiendo les haya parecido especialmente importante conocer las costumbres y “supersticiones” de los indios texas, que, como decía el padre Mazanet, “han tenido siempre un Indio Viejo que entre ellos era el Ministro y el que ofrecía a Dios las ofrendas” (bnf núm. 167, f. 11v) El padre Francisco de Jesús María daba razón sumamente detallada de sus ritos y hablaba de ese “ministro” de la siguiente forma:

 

El gran Xinesi de esta Provincia tiene engañados a todos sus vasallos diciéndoles que él habla siempre que quiere con Dos Niños que tiene en su casa, que vinieron de la otra parte del cielo, y que estos Dos Niños comen y beben y que siempre que quiere hablar con Dios se vale de ellos. Y en algunas ocasiones que ve que no le llevan maíz y de los que ellos usan, dice que los Dos Niños están enojados que no quieren hablar [...] que no han de tener buena cosecha que los enemigos los han de matar.

{el Xinesi} los llama a todos a su casa y juntos manda que todos los caddises y más viejos entren dentro de la casa donde tienen los Dos Niños, que es una casa muy grande, más que las suyas, donde vive y allí se asientan todos arrimados a la lumbre que siempre tiene el Xinesí encendida de día y de noche. Y más cuidado tiene que no se apague, que muchos sacristanes en atizar las lámparas de el Santíssimo Sacramento. Lo primero que hace delante de todos, es tomar unas brasas con tapalcate. Allí le echa manteca de el corazón de la Zíbola y tabaco y da incienso a los Dos Niños, que los tiene puestos en un tapestle alto como dos varas a los lados están dos cofrecitos de otate, donde siempre pone algo de lo que ofrecen a el entre año y les dice a todos los que están allí que los cofrecitos están vacíos, luego que ha acabado de incensar, apaga la lumbre toda, cierra la puerta de tal suerte que no sea nada de claridad, quedando todos a oscuras adentro; los que están afuera están bailando y cantando, los de adentro están con mucho silencio escuchando a el Xinesi que forma dos voces fingidas una como de niño, la otra aspera, algo propia a el natural. Con esta habla a los dos niños diciéndoles que digan a Dios que todos los aseney ya se enmendarán de aquí adelante que les dé mucho maíz, que les de mucha salud, ligereza para correr tras de los venados y cíbolas, que les dé mucho esfuerzo para pelear contra sus enemigos y muchas mujeres para que todos se sirvan de ellas (bnf núm. 169 f .9 v).

 

No hay espacio en esta introducción para profundizar en el valor etnohistórico de cada uno de los detallados relatos de los diferentes religiosos que escribieron los documentos que aquí se reseñan y que se complementan con otros del siglo xviii (bnf núm. 171) y con la información detallada contenido en los numerosos mapas de Texas, pero cabe subrayar que los religiosos son los primeros y únicos testigos de la década de 1680 que dan cuenta del desarrollo, costumbres y la cultura de los pueblos indios confederados que se llamaban texas. Muchos de ellos desaparecieron totalmente de la faz de la tierra unas pocas decenas de años después de haberlas visto los frailes.[25]

Otro  informe de gran interés para el estudio de los pobladores nativos es el escrito en 1685 por otro fraile franciscano, Alonso de Posadas, custodio de las misiones del Nuevo México (bnf núm. 193). Su valor estriba en la etnografía que hace de los pueblos del Nuevo México y la historia que narra de la conquista y descubrimiento de los Reynos de Taguayo (también llamada Tatajo) y Quivira. Posadas había sido antes misionero en esa zona por diez años, por la que conoció, como decía “las fronteras más remotas de aquellas Provincias”. Como dice en la página 3, su interés era alentar a más religiosos a ir a convertir a los gentiles de esa zona. Inicia explicando la localización de Santa Fe en el Nuevo México, cómo fue descubierta y el papel del adelantado don Juan de Oñate, así como las características de las numerosas naciones que vivían en esos lares. Insiste en la distinción entre Teguayo reino muy distinto a Quivira, en su riqueza minera, en las características geográficas de las región y la latitud de sus poblados.

Posadas describe a los tepeguanos, taraomara, conchos, sublimes, cuyas “naciones circundan al dicho Real de minas del Parral” (bnf núm. 193, f.4) y al hablar del Río del Norte (Bravo) describe los indios mansos, jumas y jumanas que no eran agricultores. Explica la docilidad de la “nación jumana” relatando que cuando en una entrada del año de 1632 en Santa Fe de “algunos soldados del Nuevo México y con ellos un franciscano, que se toparon en el río Nueces con la nación jumana” éstos se mostraron “amigables” y con “inclinación a ser christianos” (bnf núm. 193, f. 5). Aunque los soldados y un padre regresaron a Santa Fe, uno de los religiosos, el padre Juan de Salas permaneció con ellos seis meses sin sufrir daño. Posada informaba también de otras entradas de los europeos al oriente de Nuevo México, donde toparon con indios aijados, escanjaque y posteriormente a la nación de los texas. Se menciona (bnf núm. 193, f.7) una guerra con los quitoas y se especula algo sobre los límites septentrionales de Texas y Nuevo México. Es de interés que al norte de los Quiviras, se afirma que hay fértiles y abundantes tierras que gozan las “vacas silbestres” que llaman “cíbolas”. Posadas finalmente sigue muy de cerca la expedición de Juan de Oñate en esas tierras con sus 80 hombres y la meta de llegar al Océano Pacífico o, como se decía en la época “la mar del norte”. [26]

Al hablar de otras expediciones que partieron de Santa Fe –recuérdese que Posadas escribe en 1685 estando en la ciudad de México–, menciona que

hay una nación que posée y es dueña de todos los llanos de Cíbola, que se llama la Apacha. Son los Yndios de esta Nacion, tan soberbios y tan altivos y presumidos de guerreros, que son el enemigo común de todas cuantas naciones están debajo del norte, y a todas las tienen acobardadas, y a las más de ellas, consumidas, arruinadas. Ocupa esta nación y tiene por propias tierras retiradas de sus propias tierras, y por tales las defienden, cuatrocientas leguas de largo de poniente a oriente y de norte a sur doscientas leguas y por algunas partes mas es su centro los llanos de Cibola, confinando como confina por el oriente con la Quivira, con quien siempre ha tenido guerra y tiene. Con la nación de los Texas, confina por la misma parte con quien también siempre ha tenido guerra y aunque son dilatadas estas dos naciones y copiosas de gente, siempre la nación Apacha por las fronteras de la tierra adentro que tienen doscientas leguas, como se ha  dicho que no solo las contiene dentro de sus límites sino que en muchas y diversas ocasiones se han entrado por sus tierras, y estando por ministro el informante en el pueblo de los Pecos, entraron en él en alguna ocasión, cantidad de rancherías de esta nación Apacha a vender sus cueros y gamuzas, y trían algunos indios e indias muchachas y muchachos a vender por caballos de la nación Quivira, que habían cogido en los asaltos que habían hecho en sus tierras (bnf núm. 193, f. 10 y ss.).

 

Como se ve, los documentos están llenos de datos etnográficos de interés, a pesar de que para los españoles las noticias más importantes eran las relacionadas con la existencia de yacimientos de metales preciosos. Estos documentos nos remiten también al problema de la designación de los diferentes pueblos indígenas de la región y al registro de sus costumbres, especialmente valioso para la época anterior a 1680 por los cambios que ocurrieron cuando estallaron numerosas rebeliones y guerras. Ellas hicieron retroceder a los españoles otra vez al Río Grande (Bravo), como veremos más abajo al hablar de las expediciones.

Como discute ampliamente el historiador Salvador Álvarez, es muy complejo el problema de quiénes eran realmente los “apaches”, los “tobosos”, los “teguas" pues los documentos oficiales –como vimos arriba– son sumamente circunstanciales y sesgados por intereses. También es muy problemática la identificación de los grupos por las dificultades de cómo nombraban los españoles a los distintos pueblos, como ha estudiado atinadamente Chantal Cramaussel.[27] Sin embargo, se pueden hacer lecturas indirectas. Sobre los apaches de los llanos del cíbola o cíbolo (actuales estados estadounidenses de Colorado, norte de Nuevo México y norte de Texas actual) por ejemplo es muy explícito Posadas al relatar

 

gobiérnase no por caciques, ni príncipes naturales, sino por aquellos que en la guerra se señalan más valientes; no usan de ídolos, ni de otras supersticiones bajas, sólo veneran al sol con estimación de Padre, por decir ellos que son los hijos del Sol. Vístense de gamuzas, usando siempre de zapatos, Botas, Gabardinas y précianse de asearlas. Nunca llevan en sus caminos más de sus arcos y flechas y los arcos tan bien dispuestos al modo turquezco, que con sólo verlos se conoce ser de aquella nación por distinguirse de todas las demás. Tienen mujeres propias y que estiman (bnf núm. 193, f. 13).

 

Es probablemente uno de los testimonios más autorizados escritos en el siglo xvii por un misionero que radicó diez años en Santa Fe, sobre estos grupos indígenas. [28]

Sobre los yutas, que vivían al norte del Nuevo México y aún más al norte de la sierras que llamaron Casa fuerte o Nabajo, menciona esta misma fuente que se llega a ellos por el llamado  Río Grande –poseído por los Apaches– y

 

entra la nación que llaman Yutas (gente belicosa); atravesando por esta nación, como setenta leguas en el mismo rumbo de Norueste, se entra después por entre unos Cerros, a distancia de 50 leguas, poco más o menos, en la tierra que llaman los indios del norte Teguayo, y los Indios Mexicanos por tradición antigua, la llaman Copala.[29] En lengua mexicana quiere decir, congregación de mucha gente y naciones distintas. De la misma tradición antigua se dice que de aquella parte vinieron no sólo los Indios Mexicanos, que éstos fueron los últimos, sino también todas las demás naciones que en diferentes tiempos fueron poblando estas tierras y Reinos de la Nueva España (bnf núm. 193, p. 13).

 

Como se ve de estos breves ejemplos, son numerosas las alusiones que en los documentos se hacen a las antiguas tradiciones y a las costumbres, tradiciones y forma de vida de numerosos pueblos nativos. Informes posteriores que acá se publican y numerosos mapas con sus anotaciones arrojan más luz sobre la situación en esas provincias norteñas. Así, por ejemplo, el informe del militar Antonio Bonilla de 1776 (bnf núm. 197) describe el Nuevo México un siglo más tarde. Habla este informe del “comercio de cambalache o permuta de géneros y frutas, de los viajes anuales de los vecinos del Nuevo México a Chihuahua para proveerse de bienes de Castilla, vendiendo los buenos textiles de algodón que se producen en Santa Fe”. También se dice que los indios gentiles

suelen llegar de paz a los pueblos para cambalachar pieles de cíbolo y venado, y algunos indiezuelos de los que cautivan en sus guerras, por caballos, mulas, cuchillos y otras chucherías (bnf , núm. 197 f. 2v).

 

Nótese este dato de venta de “indiezuelos” como esclavos, mencionado en distintos relatos colateralmente, pues esto muestra que había un comercio directo de esclavos, es decir, de cautivos tomados a grupos enemigos que los yuta o los llamados apaches u otros grupos trocaban por caballos y otras mercancías cotidianamente. A estos esclavos indios se les denominaba en Nuevo México “genízaros” como dice el documento bnf núm. 196 (ff. 6, 15v). El tema de la esclavitud, semiesclavitud y comercio con cautivos de guerra y “rebeldes” así como su venta a las minas o a los obrajes (a los que se refiere el documento bnf núm. 197, f. 6) es de gran importancia para la historia social novohispana y aún no está agotado.[30] Por lo general, son muy sucintos los datos sobre el mundo cotidiano de la producción, consumo y comercio, de la cacería practicada por unos y la agricultura y ganadería por otros, así como el comercio y el trueque entre los distintos grupos. Sin embargo, aunque los que elaboraron los documentos no les prestaron demasiada atención, son datos fundamentales, pues muestran cómo se vivía en época de paz y así matizan aquella insistencia en la belicosidad perenne y en la hostilidad de los nativos alrededor de las poblaciones del Nuevo México.

Para otras regiones también se mencionan  los frecuentes tratos de los indígenas Caddos –entre muchos otros más que vivían más al norte de Texas– con los comerciantes franceses de Louisiana que bajaban por los ríos y cambalachaban armas de fuego, productos de hierro y otras mercancías por pieles (bnf núm. 158). Igualmente se decía en 1778 de la misma zona de Texas que, aunque estaba prohibido, los “habilitadores” franceses de Louisiana mantenían un comercio activo con los nativos de Texas, cambalanchan armas de fuego, municiones, paños, espejos, cuchillos y chucherías por pieles de cíbola, venado, manteca de oso y caballerías “sin hierro” y “orejonas” (bnf núm. 168).

Desde el punto de vista de los colonos y religiosos la presencia de los comanches hacia fines del siglo xviii agudizó los conflictos en todo el norte. Como decía en su peculiar manera de expresarse el teniente coronel Antonio Bonilla y los demás testigos presenciales en varios textos, había una “numerosa indiada que rodea y hostiliza el Nuevo México” y sobre todo eran feroces los ataques de los comanches (bnf, núm. 197, f. 3v). Este pueblo constaba de diversos grupos que mantuvieron violentos encuentros con los colonos e indios agricultores en el siglo xviii y, sobre todo, en la primera mitad del xix.[31] En un mapa que también se publica en esta serie y que se elaboró a raíz de la expedición de 1776 -1778 se dice de esa nación que recién había incursionado en el siglo xviii hacia el Nuevo México y Texas y que se convirtió en odiado rival de otras naciones cazadoras de búfalos:

 

Esta Nación Cumanchi hace pocos años se apareció primero a los Yutas, dicen salió por la banda del Norte rompiendo por entre varias naciones, y dichos Yutas los trajeron a hacer cambios con los españoles: traían multitud de perros cargados con sus pieles y tiendas. Se hicieron de caballos y armas de fierro y se han agilizado tanto a el manejo de caballo y de ellas que aventajan a todas las naciones, en su agilidad y ánimo; se han hecho señores y dueños de todos campos de los cíbolos, quitándoselos a la nación Apache, que era la más dilatada que se ha conocido en la América, han destruido muchas naciones de ella, y los que han quedado los han arrinconado a las fronteras de las Provincias de Nuestro Rey, causa porque se experimentan tantos daños pues les falta su primer mantenimiento, les obliga la necesidad a mantenerse con caballos y mulas (bnf núm. 154).

 

Los informes del siglo xviii que se publican también son muy ricos en datos etnográficos sobre la costa de California, como los informes sobre los nativos cercanos al puerto de San Francisco, de la expedición por tierra de Sonora encabezada por el capitán Anza en 1774-1776, que se resumen en el documento 180 de la bnf . Dicen ahí, por ejemplo que esos indígenas

generalmente andan desnudos y para defenderse alguna vez del frío se embarran con lodo. La mujeres usan de un delantal de tules. El matrimonio entre ellos es disoluble, no tienen otras formalidades que el convenio mutuo, no observan la afinidad y es general la polygamia (bnf n úm. 180, ff. 2- 2 v).

 

También se añaden detalles de interés en ese mismo documento, como el que hay una semilla negra, “muy mantecosa”, de un sabor parecido a la almendra y de cuya harina se hacen unos tamales muy sabrosos.

Otras noticias provienen de una carta que recibe de Nootka (costa norte del Pacífico, Vancouver)  el capitán Esteban José Martínez del navío La Princesa en San Blas en 1789. Ahí se describe la vida material de los indios Nootka, su religión, sus costumbres funerarias entre otras muchas más (bnf , núm. 176, ff. 3-7).

Para los arqueólogos y etnohistoriadores podrán ser de interés muchos de los documentos aquí publicados porque se describen “cúes” o ruinas de antiguos edificios en diversas zonas del Nuevo México y zonas aledañas. Así, por ejemplo, en los relatos de expediciones resumidos en 1623 se describen los “muchos edificios” que encontraban los exploradores españoles y se menciona la laguna de Copala, al noroeste de Nuevo México, como lugar de origen de los mexicanos y se insiste en el hecho que esa fue la ruta de los mexicanos en su camino al sur (bnf núm. 379, f. 78). El padre Kino, quien dibuja un mapa de la región noroeste de Sonora durante su ruta en 1698 por el río Gila hasta su desembocadura al Mar de las Californias (Mar de Cortés), menciona “otras dos casas grandes, pero ya muy destruidas de los Moctezumas” (bnf núm. 174, f. 5v). También las describe –ahora minuciosamente– en el documento elaborado casi cien años más tarde el gobernador del Nuevo México, el capitán Anza. Se denomina “Descripción yconográfica del Palacio de Moctezuma, situado en el río Gila” (bnf núm. 87). En esa ocasión se tomaron medidas y se reconocieron edificios llamados “El Palacio de Moctezuma” al margen del río Gila. De especial interés es la relación de cómo los pimas entendían y explicaban la presencia de esos edificios en su tierra y cómo lo vinculaban a un mito del origen de los seres humanos en la tierra.

La historiografía reciente ha criticado con razón el mito de la belicosidad perpetua e incesante de ciertos grupos indígenas que pervive en las fuentes históricas. Salvador Álvarez, por ejemplo, ha profundizado de manera muy convincente en esta crítica basándose en un detallado análisis de la historia de los tobosos que vivían en las riveras del río Florido en la Nueva Vizcaya. Como dice este autor, los colonizadores obviamente eran conscientes de los maltratos que ocasionaban a los nativos. “no eran ciegos, sabían muy bien que las entradas para cautiverio, los rudos trabajos en minas, haciendas y salinas, las crueldades de pasadas guerras, todo eso conducía  a una violencia que no necesitaba cartas de presentación”.[32] Muestra este estudioso cómo el término toboso se fue convirtiendo entre fines del siglo xvi y 1683 en un apelativo genérico del indio de guerra que se refugia más allá del bajo río Conchos. Sin embargo, de hecho, la historia específica de este grupo indígena es mucho más compleja, pues eran relativamente pacíficos en momentos álgidos de la historia del valle de San Bartolomé y en los inicios de los primeros poblados mineros y agricultores de la Nueva Vizcaya. Como explica este autor el término toboso se convirtió en una definición política del enemigo en esta zona, es decir, en ese caso, con el correr del tiempo, el apelativo “toboso” cambió de ser primero una modesta encomienda de indios del valle de San Bartolomé, luego se fue extendiendo en el tiempo y en el espacio, hasta terminar por darle un nombre a toda una gama de sociedades que cubrían un vastísimo espacio de muchos cientos de kilómetros. Este estudio demuestra que hay que ser sumamente críticos de las fuentes históricas coloniales, como las que aquí se publican de la bnf.

Lo difícil es saber más sobre los numerosos pueblos norteños en cuanto a sus formas de vida originales. Por ello hay que detenerse, por ejemplo, en esa primera clasificación que se hizo de los apaches “de los llanos de cíbola” al norte de Nuevo México y de Texas en el siglo xvi e inicios del xvii, porque fue solamente una designación descriptiva, que pronto se convirtió en un genérico por “aguerrido y feroz bandido” y se aplicó a muchísimas otras naciones.

Usamos en este estudio introductorio el término nación como lo entendían los religiosos que escribieron estas crónicas, quienes, conocedores del latín, probablemente lo usaban con la connotación de su raíz, nascere, o sea, como linaje o grupo social de “los unidos o emparentados por nacimiento”. Al respecto, es de interés el tema de la identidad de un pueblo o grupo y cómo la conservó o mantuvo. Los documentos reportan, por ejemplo, el caso de la confederación de “amigos” como los distintos pueblos de lenguas distintas que se denominan a sí mismos “tejas” (bnf núm. 167, 169 y 171). Vivían al norte del río Nueces y sur del Mississippi relacionados con las llanuras al norte y noreste de Nuevo México. Otras fuentes hablan de las distintas bandas de “comanches” pero esparcidos en territorios sumamente vastos.[33]

Como en el caso de los tobosos, de los distintos grupos llamados apaches y de otros tantos grupos nativos los natchez o cadadoches, los asinai, los caracahuas, los janos y demás de Texas y Coahuila hay mucho aún por estudiar. Lo que se debe afinar es la cronología de sus apariciones, la historia de los primeros encuentros, si hubo encomiendas, el tipo de relación con los invasores-colonos, sus formas de reproducción económica, los cambios que sufrieron así como importantes elementos de su vida en haciendas, minas y misiones o presidios.

Pero el problema de la naturaleza de las fuentes es serio: Los relatos de viaje de religiosos, los informes de militares o gobernadores, las cartas de particulares o informes oficiales de misioneros son sumamente parciales. En toda esta documentación los nativos son vistos siempre desde el punto de vista del fraile, convencido de ser el portador de la verdad, es decir, se les ve a partir del interés por bautizarlos y salvar su alma y arrancarles “de raíz las espinas y malezas de gentilidad”, como decía un franciscano.[34] El interés de los representantes de la vida y cultura castellana radicaba en aprovecharse de ellos para el comercio con pieles, en capturarlos como esclavos y sirvientes para haciendas o minas, por incorporarlos en encomiendas y reducciones (o pueblos de misión), por utilizarlos como tropas auxiliares en nuevas guerras contra otros pueblos o en expediciones punitivas contra grupos rebeldes.

            Esto nos impone hacer una advertencia al lector de estos documentos publicados en este Proyecto Amoxcalli del ciesas: Fueron redactados sobre todo por religiosos y militares de la época y así muestran la cara oficial de la expansión española y no vamos a oír las voces de los indígenas, ni se describen las profundas y devastadoras experiencias que ellos tuvieron durante esa expansión española al norte de la Nueva España.

 

3. LAS EXPEDICIONES ESPAÑOLAS AL NORTE DE LA NUEVA ESPAÑA Y LAS RIVALIDADES MARÍTIMAS Y COMERCIALES INTERNACIONALES

 

Como subraya la historiografía mexicana, durante el periodo virreinal las expediciones de españoles (militares y religiosos) al septentrión hicieron notables aportes a la ciencia, pues los informes que se elaboraron en esas ocasiones destacan los recursos naturales y los aspectos etnográficos que se trataron el punto anterior. Sin duda también las localizaciones, posiciones geográficas y toponimia de sitios descubiertos son aportes duraderos que esas exploraciones hicieron al conocimiento del mundo en esos años.[35] Así, son notables los aportes a la cartografía y geografía y se relatan con precisión los fenómenos naturales que afectaron la navegación. Los nuevos mapas modificaban la visión que se tenía del mundo en el imperio español.[36]

Pero debemos insistir también en el hecho que todas las entradas militares españolas con sus auxiliares tlaxcaltecas y de otros pueblos indígenas del centro por tierra se caracterizaron por ser sumamente sangrientas y que sembraban el terror entre los pueblos nativos donde aparecían.[37]

Ya desde 1519, en su búsqueda por minas de oro o plata los expedicionarios habían avanzado en todas las direcciones por antiguas rutas de intercambio indígenas y cuando no encontraron la riqueza metálica esperada, como fue el caso del Nuevo Santander, por ejemplo, desarrollaron un redituable tráfico de esclavos indios. En esta zona costera, en 1519 la población huasteca llegaba hasta la Sierra de la Tamaulipas Vieja como muestran los datos arqueológicos, es decir, hasta el valle de Soto la Marina y buena parte de la Sierra Madre.[38] Estaban sobre una frontera chichimeca hostil,[39] y guardaban esa frontera, pero después de la llegada de los europeos, ésta se retrajo al sur en las primeras décadas del siglo xvi al ser diezmados, esclavizados y congregados los Huastecos que vivían más al norte.

Entre 1519 y 1523, Francisco de Garay hizo varios intentos infructuosos para establecer una colonia y en 1523 los ejércitos de Cortés derrotaron a los huastecos. Como explica la historiografía, los conquistadores desarrollaron un redituable tráfico de esclavos vendidos primero al México central y más tarde embarcados a las Antillas, donde existía una gran escasez de fuerza de trabajo.[40] Las partidas en pos de esclavos se internaron al norte, aunque el límite del control efectivo se contrajo hasta el río Tamesí. Tamaulipa, Tanguanchin y Tanchipa eran el blanco de las incursiones chichimecas y con frecuencia tuvieron que ser abandonados y trasladados. En esta zona siguió el tráfico de esclavos en el siglo xvi y luego de manera disfrazada en el sistema de “congregas”, mediante el cual se capturaban rancherías enteras y se les transportaba al Nuevo Reino de León.[41] Luis de Carvajal intentó abrir en la década de 1570 el camino entre la Huasteca y las minas de Mazapil y obtuvo capitulación en 1579 para formar un nuevo gobierno, llamado Nuevo Reino de León. Lo que es de especial interés en el contexto de este trabajo por la similitud con otras provincias es el hecho de que las prácticas esclavistas y la captura de nativos como fuerza de trabajo para las estancias ganaderas y haciendas de labor y de minas que se fueron estableciendo a lo largo del siglo xvi y del xvii fueron también lo cotidiano en las vecinas provincias de Nuevo Reino de León y Coahuila.[42]

Como se puede observar en el mapa de Puelles y en sus “ notas cronológicas” (bnf núm. 158) las costas al norte de Nueva Santander, de Texas y Florida fueron reconocidas hacia 1519 y toda esa área denominada vagamente “Florida”.[43] Como se explica en el resumen de las expediciones al norte, elaborado en 1623 por el ya mencionado padre Zárate Salmerón, también se hacen amplios relatos sobre los descubrimientos de Florida y su vínculo por tierra con el Nuevo México (bnf núm. 379, ff. 64-68).

Nuñez Cabeza de Vaca y otros sobrevivientes de la expedición de Narváez, que desembarcaron en la costa en 1528, pasaron varios años como esclavos de Caracahuas, un belicoso pueblo de las costas tejanas, antes de poder escapar tierra adentro, para finalmente alcanzar Sinaloa. Como se puede leer en varios de los documentos aquí publicados, la presencia de estos sobrevivientes en las desconocidas regiones septentrionales dieron pie a que España fundamentara su legítima posesión de esos territorios y los relatos de estos soldados motivaron la organización de nuevas entradas españolas.[44]

Gerhard supone que los mencionados sobrevivientes visitaron probablemente el territorio de los mansos en 1535, cerca del actual poblado de El Paso al margen del Río Grande (Bravo) y que a través de ellos llegaron a México y difundieron rumores sobre la existencia de grandes ciudades más al norte.[45]

De la misma manera, fueron de relevancia los informes de los sobrevivientes de la partida de Hernando de Soto, que atravesaron el bosque al occidente del río Rojo en 1542 en un inútil intento por regresar a México por tierra. Gerhard menciona que pueden haber llegado hasta el río Trinidad, pero que hallaron la ruta muy áspera y volvieron al oriente.

En el altiplano central norteño, ante las noticias de ciudades en el alto Río Grande (Bravo), en 1539 fray Marcos de Niza hizo un reconocimiento y es posible que haya visto un asentamiento de los zunis, pero la exploración más sistemática se dio a partir de la expedición de Francisco Vázquez de Coronado, quien, como dice el franciscano Zárate en el documento bnf núm. 379, salió de Culiacán en 1540 y exploró durante dos años la región de los zuñi-moqui. Como ya se dijo, se trataba de poblados de indígenas agricultores y de desarrollada civilización relacionados probablemente con Mesoamérica, especialmente por el comercio de turquesa; probablemente son precisamente los antiguos caminos y las viejas rutas de intercambio las que siguieron los primeros exploradores. Vázquez permaneció dos años en la zona de las llanuras centrales hasta Kansas y en la región del alto Río Grande (Bravo) y del río Pecos. Otros vínculos antiguos deben haberse dado tanto por tierra como por mar entre las costas de California como entre las culturas del Mississippi y la Huasteca, como proponen estudios recientes.[46]

El padre Zárate menciona la presencia de gente de Asia que “rescataba ambar y metales” en la costa de California a la que llegó una partida de exploración de Vázquez de Coronado (bnf núm. 379). Pero la decepción de no encontrar en Nuevo México ricos yacimientos de metales preciosos y el hecho de que los poblados de los “indios pueblo”, como se les llamó genéricamente, estaban rodeados de pueblos nativos hostiles hizo desistir  en esos años a los españoles de una colonización más sistemática.

Si bien  hubo algunas entradas con religiosos a los “indios pueblo”, como ya se dijo, hasta 1598 se fundó el llamado “Reino de Nuevo México”, cuando la Corona autorizó la expedición de Juan de Oñate (con una capitulación que le asignó el título de adelantado-gobernador). Oñate partió de Santa Bárbara (en Nueva Vizcaya) al norte con 130 colonos y 7 000 cabezas de ganado y, como se relata en los documentos analizados en el apartado anterior, los colonos se establecieron en los “indios pueblo” en 1598. Así, el área controlado a principios del siglo xvii se reducía en realidad a ciertas islas de influencia europea que fungían como enclaves a las riberas del alto Río Grande (Bravo) y de sus tributarios, los ríos Chama, Jemez y otros, así como hacia el nacimiento del río Pecos. Hacia el oeste se sostenía Acoma-Laguna, Zuñi y Moqui, como describe con lujo de detalles el relato del franciscano Zárate (bnf núm. 379). El cuartel general de Oñate estuvo primero en San Juan de los Caballeros, pero pronto se trasladó a la villa de San Gabriel y a partir de 1610 la capital fue Santa Fe.

Este precario control español de la zona se vino abajo ante las rebeliones locales, en especial la revuelta de los indios pueblo en 1680, durante la cual murieron muchos españoles y los sobrevivientes se retiraron a Paso del Norte. Aunque posteriormente se recuperaron los asentamientos de los indios pueblo, y en 1692 se restableció Santa Fe como capital, la región de los hopi o moqui se perdió definitivamente, como ya se vio. Lejos, al sur, había otro asentamiento español ribereño en torno a El Paso y en El Carrizal. 

A partir de estas fechas se organizaron cada vez más sistemáticamente las expediciones punitivas. Así, las fuerzas al mando de Diego de Vargas sometieron entre 1692 y 1994 a los rebeldes del alto Rió Grande (Bravo). Además, desde comienzos del siglo xviii, todos los poblados tuvieron que hacer frente a los cada vez más frecuentes ataques de los pueblos hostiles, que se subsumían bajo el término de “apaches”. Éstos, a la vez, se vieron hostigados y presionados por enemigos en el norte –los Yutas–  y en el nor-este, los comanches.

En los documentos sobre el Nuevo México compilados en el manuscrito bnf 191 y en el minucioso informe de Morfi que se publica acá en facsímil del documento bnf núm. 196 (copiado de la obra Documentos para la Historia del Nuevo México del Padre Manuel de Vega)  y en el bnf núm. 199 se presenta una minuciosa historia de lo ocurrido en el periodo del siglo xviii en ese reino, así como una valiosa información geográfica, histórica y, sobre todo, demográfica de gran interés sobre cada uno de los pueblos y rancherías del Nuevo México en 1782. Resulta evidente, a partir de este informe, cómo se habían transformado los antiguos poblados de Santa Fe, Taos, Queres, Zandía, Albuquerque, Laguna y Zuñi por las guerras y los reacomodos forzosos o voluntarios de la población indígena “amiga”. Se mencionan, por ejemplo, barrios enteros en distintos poblados de indios de “varias naciones” y se explica que eran cautivos esclavizados por los apaches y comanches y que llegaban a vender al Nuevo México. Poco se informa sobre estos indios- cautivos de varias naciones que se nombraban “genízaros” y que, como vimos ya, aparecen mencionados en varios documentos (por ejemplo en el bnf núm. 196, ff. 6 y 15v). Deben haber tenido una posición social semiesclava o sumamente subordinada. Además, también se percibe en el texto cómo para estas décadas de la segunda mitad del siglo xviii se habían acercado ya al sur los ataques de comanches por un lado, y apaches por el otro. En especial vivían amenazados constantemente los pueblos fronterizos del Nuevo México como Taos en frontera con comanches o como zuñi en frontera con los navajos y los moqui (bnf núm. 196 ff. 9v y 19).

Como se ha mencionado de manera recurrente, la verdadera riqueza de esta región y de las distintas naciones que la poblaban eran las pieles de cíbola, de oso y de venado; a la vez, las mercancías introducidas por los europeos llegaron a ser sumamente codiciadas por los distintos grupos nativos, lo que condujo a que se disputaran con violencia las pieles que habían llegado a tener un valor de cambio totalmente distinto al que tenían antes.

Con la presencia de los colonos españoles al sur y franceses al norte con sus mercancías tan preciadas como caballos, mulas, armas de fuego, textiles, utensilios de hierro y demás, las formas de vida se alteraron por completo. El mismo informe del religioso que relata los primeros contactos con los indios del río Nueces en Texas menciona la gran importancia de las pieles de cíbola. Describe un botín al relatar cómo el capitán Andrés Lopez con 12 soldados y algunos “indios christianos” y muchos de los jumanos habían salido “de buena gana” a reconocer las naciones ahijados, escasijaques y quitoas en la zona del río de las Nueces en Texas, y que

 

dieron con una ranchería de indios de la nación Quitoas con quienes tuvieron una guerra bien reñida y reconocieron que los indios de las nación Escanjaques y de la nación de los Ahijados en diferentes tropas iban entrando a socorrer a los Quitoas con quienes estaban pelando y después de haber durado la batalla casi un día, quedando por los nuestros la victoria y con pérdida de muy pocos indios nuestros y muchos de los contrarios y cogiendo los vencedores los despojos y prisioneros que llegaron a doscientos fardos de gamuzas de antes y cueros de cíbola, se volvieron al puerto de los Jumanes y río de las Nueces. (bnf núm. 193, f. 7, subrayado nuestro).

 

También en el Nuevo México el comercio más floreciente debe haber sido, además  del de esclavos cautivos, el de pieles. Esto resulta evidente en el informe de Morfi, quien decía que los indios de la nación xicarillas –a veces designados Apaches– , había sido congregada en una misión, pero que esta fue destruida por el gobernador, “a quien la vida labradora de estos nuevos colonos privaba del comercio de pieles”. A los indios Xicarillas, “llenándolos de pavor”, esta acción contra la misión los dispersó entre los Yutas y los Comanches (bnf núm. 196, f. 10v).

En la zona nor-occidental de la Nueva España, como ya se dijo, Cabeza de Vaca había descendido el valle de Sonora en 1536, siendo que ya tres años antes una partida que había salido de Culiacán se había internado hasta Cumuripa y Cerro Prieto llegando, como ya vimos que era la regla, a capturar esclavos entre los pimas bajos y tal vez entre los ópatas.[47] De Culiacán salió el ya mencionado misionero Marcos de Niza y también la expedición de Vázquez de Crononado en 1540, que llegó al río Gila e incluso envió a un pequeño grupo que atravesó el desierto hasta las bocas del Colorado. Exploraciones posteriores las realizó la partida de Ibarra y la de Oñate quien entró a esta zona norteña desde Nuevo México en 1604 a 1605 como describe ampliamente el padre Zárate (bnf núm. 379).

A mediados del siglo xvi, ocurrían también numerosas exploraciones españolas por el Pacífico. Desde 1542 y 1543 la expedición de Rodríguez Cabrillo navegó por la costa, hubo contacto con los aborígenes y las tripulaciones de los barcos y se trazaron mapas del litoral de Alta California. Sin embargo, de las provincias fronterizas de la Nueva España que aquí nos interesan, esta fue la última que colonizaron. En la segunda mitad del siglo xvi la costa de la Alta California fue avistada por las naos españolas que regresaban de Oriente, y algunas de ellas enviaron a sus tripulaciones a tierra para examinar el terreno. Los rivales de la Corona española, los ingleses, también llegaron a este litoral en 1576 en tierras de los miwok, y llamaron este territorio Nueva Albión. Pocos años después los españoles, a su vez, desembarcaron cerca de Santa Bárbara en 1587 y algunos náufragos incluso llegaron a la bahía de Drake y en un lanchón continuaron rumbo al sur. No fue sino en 1602-1603 que Sebastián Vizcaíno al mando de 200 hombres realizó una inspección más extensa de la costa en tres navíos. Como relatan el padre Zárate Salmerón en su informe de 1623 (núm. 379, ff. 16- 21) y en la actualidad numerosos  historiadores, este grupo estuvo en aguas de la Alta California cerca de dos meses y tuvo un contacto continuado con sus habitantes.[48] Vizcaíno denominó el puerto de Monterrey así en honor del virrey de la Nueva España.

El comercio con Manila había empezado desde 1573 y a partir de ese año una o más de las naos que regresaban navegaban rumbo al sur a lo largo de la costa. Avistaban Alta California o la isla de Cedros, después rodeaban cabo San Lucas en Baja California, luego atravesaban hasta Navidad hasta continuar la travesía a Acapulco. Frente a San Lucas Thomas Cavendish capturó un galeón. Como ya se mencionó, fue la exploración de Vizcaíno el que reexploró minuciosamente el litoral, analizando la posibilidad de proteger más a los galeones de ataques extranjeros. Así, no fue sino hasta el siglo xviii que otra vez los intereses de otras potencias en esta costa presionaron a los españoles a realizar más expediciones por estas aguas.

En contraste, la búsqueda por yacimientos de metales preciosos empujó a más expediciones por Sonora y no por la costa californiana. Ya en 1617 se había ocupado la zona del río Yaqui y los jesuitas –siempre acompañados y precedidos por implacables capitanes y sus soldados como recalca el historiador Hausberger–  empezaron a evangelizar la zona de los pimas en el área de Cumuripa-Tecoripa, y en la tercera década de este siglo ya fundaron misiones entre los pimas bajos y los ópatas del sur. Como se descubrieron numerosos reales mineros en lo que hoy son los estados de Sonora y Sinaloa, el noreste fue atractivo para los colonos españoles, de tal manera que mineros, soldados, hacendados- rancheros y jesuitas se habían extendido ya para esta época en el área.[49] Como se vio en el apartado anterior, el padre Eusebio Kino llegó en 1687 a la zona y penetró a la zona de los pimas altos, llegando hasta Caborca y Bac en el norte. En la zona pima había habido rebeliones desde 1627 y también entre 1687 y 1685. Sin embargo, la mayor rebelión se dio  a mediados del siglo xviii. Después de esa fecha, las misiones del norte quedaron en ruinas y los indios dispersos.

Hubo fortificaciones militares y colonias militares contra los ataques indios en varios lugares que se fueron desplazando según los vaivenes de las guerras. Además, los mineros y hacendados y demás civiles, junto con indios amigos, siempre formaron compañías de milicianos.[50] A inicios del siglo xviii la actividad minera se redujo notablemente pues, al igual que había sucedido en el Nuevo México, se hicieron sentir las ya mencionadas incursiones de los llamados “apaches” y la minería decayó. Posteriormente también afectaron severamente la economía las rebeliones de otros grupos, especialmente la rebelión de los seris entre 1725 y 1726 y nuevamente en 1731 como explica detalladamente el historiador Mirafuentes.[51]

Aproximadamente en esa misma época se da una revuelta de los pimas bajos y en 1751 fueron asolados los asentamientos españoles por una gran confederación de esa nación en combinación con pimas altos, seris y otros que habían abandonado las misiones. Como explican distintos expertos, los españoles se tuvieron que retirar de varios puestos de avanzada en Sonora por esta insurrección.[52]

La principal atracción de los colonos no indígenas que llegaron a esta amplia zona Sinaloa-Sonora fue su riqueza mineral  y para explorarla requerían de fuerza de trabajo. Sin embargo, en ciertas zonas del noroeste, especialmente más al sur se dedicaron a la agricultura y a la cría de ganado. Hubo muchos reales de minas menores, así como haciendas de labor, estancias ganaderas y ranchos, cuyos habitantes se retiraban en épocas de guerra a los presidios y asentamientos más grandes.

Hubo un intento en la década 1780 de extender el dominio español desde el norte de Sonora por el río Gila, el desierto y hasta el litoral del Pacífico en California, pero no se lograron colonizar permanentemente poblados en el trayecto debido, como dice Gerhard, a la “hostilidad del medio ambiente natural y humano”.

En tanto que los intereses económicos en Sinaloa-Sonora se concentraban en la minería, los comerciales no condujeron en la costa del Pacífico a la colonización de la Alta California; en cambio lo que preocupaba a los españoles en el siglo xviii en ese amplísimo litoral  fue sobre todo la amenaza procedente de las potencias extranjeras. La presencia rusa a mediados del siglo y el interés de los ingleses en el comercio de pieles de nutria marina (que se adquiría de los nativos de California y se vendía en China) renovaron la necesidad de explorar y colonizar permanentemente esa costa del Pacífico.[53]

Expediciones por mar y tierra al norte de California partieron a principios de 1769 bajo la dirección del visitador José de Gálvez. Como explica Clara Elena Suárez Argüello, este visitador había llegado a la Nueva España en 1765 y permaneció en el reino hasta inicios de 1772.[54] Intervino en todos los ámbitos de la vida económica novohispana, buscando la reorganización hacendaria y administrativa del reino. Durante su visita se ordenó la expulsión de los jesuitas, se estableció el monopolio del tabaco, se planteó el establecimiento de intendencias y se buscó restar fuerza a las élites locales modificando diferentes rubros administrativos y económicos y fortaleciendo el poder de la metrópoli, entre muchas otras medidas a las que hacen referencia los estudiosos especializados en este periodo.

Para el contexto que nos interesa es de importancia subrayar que en la década de 1760 –como ya vimos al estudiar el problema de los límites de la Louisiana y Texas– a la Corona española le preocupaba en especial contrarrestar la expansión inglesa. Dentro de esa lógica, a José de Gálvez, como visitador general de la Nueva España, le interesó especialmente la situación militar y administrativa de las provincias internas y el litoral de California. Después de la expulsión de los jesuitas, la situación de guerra interna en Sonora y el abandono de las misiones la reorganización de esa zona era de vital importancia. En febrero de 1768 inició el visitador general su viaje a la Nueva Galicia, San Blas y permaneció casi un año en la península de California (del sur). En mayo del año siguiente llegó a Sonora. Bajo su mando se realizó la expedición por mar y tierra que culminó en el puerto de San Diego, donde se reunieron ambas expediciones y donde se fundó un asentamiento presidio-misión. Durante casi un año exploraron la región intermedia y luego establecieron un punto de avanzada en Monterrey. Esta costa de California se aprecia en los mapas contenidos en los documentos de la bnf núm. 156, 173, 177, así como resulta de gran interés el detallado informe del viaje que en 1774 realizó el capitán Juan Pérez por la costa californiana hasta Nootka y la Isla Margarita (bnf núm. 178).

Para  mayo de 1772, Gálvez había regresado a España, pero su figura  política fue de gran trascendencia para la reorganización de la zona del norte de las Nueva España en nuevas jurisdicciones denominadas las “Provincias internas”. Para la elaboración de nuevos planes de fortificación de la inmensa frontera ante las claras amenazas extranjeras, de rusos en el Pacífico y, sobre todo, de la expansión inglesa y francesa en el norte y noreste, se ordenaron expediciones de reconocimiento por el litoral del Pacífico, inspecciones a los presidios del norte y fundaciones o refundaciones de nuevos presidios y misiones. 

Así el área de control español se extendió hasta la bahía de San Francisco (Ver descripción geográfica en bnf núm. 198) en California, pues se fundaron asi durante las siguientes décadas nuevos presidios y misiones de franciscanos.  En 1774 llegaron colonos y se abrió una ruta terrestre que atravesaba el desierto de Sonora, camino que se abandonó en 1781.

Como ya se dijo más arriba, en esta zona de Sonora los enfrentamientos con los nativos fueron crueles. Esto motivó la hostilidad de los indios yumas, que condujo a  que se cerrara ese camino por tierra. El documento número 180 de la bnf que resume los resultados de la expedición encabezada por el capitán de Sonora Juan Bautista de Anza entre 1774 y 1776  informa detenidamente sobre las expediciones que se hicieron de Sonora al puerto de Monterrey en la costa californiana. En esos años, pero por mar el capitán Juan Pérez llegaba hasta la latitud norte de 55 grados (bnf núm. 178), habiendo salido de San Blas y tocando Monterrey.

Ante las entradas de los rusos por el mismo litoral en las siguientes décadas se amplió la zona colonizada por españoles. Los Miwok fueron reducidos y los isleños del canal de Santa Bárbara trasladados al continente. El problema de la Alta California fue mantener el abastecimiento de alimentos en poblados tan aislados y alejados. Las provisiones tenían que venir por mar desde San Blas en una travesía larga y difícil, aunque por algunos años se llevó ganado desde Baja California y Sonora. Además, si bien no hubo rebeliones en la costa californiana, muchos nativos abandonaban las misiones. Por lo general no se informa de tantas epidemias como en otras zonas, con excepción de la devastadora epidemia de sarampión de 1806. Sin embargo como veremos más abajo en la siguiente sección, y como sucedió en todas las otras zonas del septentrión, la población aborigen disminuyó a un ritmo alarmante. En cambio la población no-indígena (española, mestiza, mulata etcétera) fue en aumento paulatinamente y estuvo estrechamente relacionada con San Blas de donde llegaban en grandes cantidades todos los  bienes que se requerían. Soldados retirados y colonos tenían, para finales del siglo xviii,  estancias ganaderas y agrícolas en los poblados californianos.

El comercio más lucrativo durante la segunda mitad del siglo xviii en este litoral fueron las pieles de nutria, como ya se mencionó. Desde 1778 el capitán inglés James Cook, que había visitado la costa noroccidental y entablado comercio con los indios obteniendo dichas pieles, las que vendió con pingües ganancias en China. Atraídos así por estas pieles de nutria, empezaron a llegar barcos sobre todo de ingleses y angloamericanos interesados en el comercio con los indios. Esto explica el contenido del documento bnf núm. 176, que consta de la traducción en 1789 de las instrucciones en inglés que dieron los comerciantes y dueños del navío Argonauta, con agencia en China,  al capitán en 1789. En ese documento se habla de que el capitán debía salir a establecer en América  una "factoría" y que debía buscar estar siempre en “armonía con las potencias extranjeras”  y tratar bien a los nativos para establecer con ellos un comercio de pieles. Después de haber invernado allá debería regresar con las pieles de lobo marino. Se le recomienda de considere que en los mercados de China se hace gran diferencia entre las buenas y malas pieles, de tal forma que más valen 100 pieles buenas que 500 malas (bnf núm. 176, f.2).

Otra carta del mismo año contenida también en ese documento y enviada al puerto de San Blas, consta de la descripción geográfica de la costa del Pacífico norte escrita por un José Ingraham al capitán Esteban José Martínez del navío La Princesa en San Blas (bnf, núm. 176, ff. 3-7). En especial confirma que antes del capitán Cook había llegado un navío español a Nootka:

Cerca de 40 meses antes de la llegada del capitán Cook entró un navío en el estrecho y andó entre algunos peñascos en la parte del levante de la entrada en donde permaneció cuatro días al cabo de los cuales se hizo ir la vela. Me aseguraron que era mayor que ninguno de los que han visto después [los nativos]. Que estaba forrado en cobre y tenía una cabeza del mismo metal la que supongo yo haber sido dorado o pintada de amarillo; que tenía muchos cañones y hombres [...] debió haber sido navío español, lo que me descifró la enigma de las dos cucharas de plata que hallo entre estos naturales el capitán Cook (bnf, núm 176, f. 6v).

 

En efecto, como explica la historiadora y experta en cuestiones fronterizas Velázquez, los españoles trataron de mantener el control sobre la costa del Pacífico norte y habían logrando incluso ocupar en 1789  la isla de Nootka (en Vancouver) pero pronto tuvieron que retirarse.[55] Dos de los documentos acá publicados tratan precisamente sobre  expediciones a esas costas. Uno, que ya se mencionó, sobre reconocimientos realizados en 1774 por el capitán Juan Pérez en 1774  (bnf núm. 178) y el otro sobre el viaje que en 1788 realizaron la fragata Princesa y el paquebot San Carlos desde San Blas hasta esas latitudes. Se exploraron en esa ocasión las islas y costas informándose de los establecimientos de los rusos en las costas del septentrión americano, Onalaska (Alaska) y Nootka (Vancouver) y entrando en conversación con ellos (bnf núm. 175).

En 1809 los rusos establecieron en el territorio californiano de los miwok un campamento en Rumiantsov (bahía Bodega) y después una base permanente en Rossiya (Fort Ross), ante lo cual los españoles fortificaron su posición en San Rafael, al norte de la bahía de San Francisco hacia 1817. España, sin embargo, debilitada por las guerras napoleónicas y sobre todo por las revoluciones de independencia de sus posesiones americanas, no pudo sostener esta zona. Una última expansión franciscana al septentrión de la Alta California ocurrió todavía en 1823, ya en época de la República Mexicana independiente, cuando se fundó una misión llamada San Francisco Solano, actualmente Sonoma.[56]

 

4. LOS RELIGIOSOS QUE LLEGARON A ESAS REGIONES “APOSTOLICAMENTE A DERRAMAR SU SANGRE ENTRE LOS INFIELES”

 

Como ya se ha dicho, la documentación que se publica de la bnf se concentra sobre todo en el tema de la expansión española hacia Texas y Nuevo México. Siempre acompañaron a las expediciones algunos religiosos, movidos por un gran celo misionero de convertir a los gentiles, por lo que sus relatos son los testimonios más numerosos. Eran los que registraban las jornadas, relataban cómo los habían recibido los diferentes pueblos, en qué circunstancias habían dicho misa, llevaban cuenta de la cantidad de bautizados e informaban de las misiones fundadas y en qué lugares. Algunos anotaron con exactitud la distancia en leguas que iban recorriendo y sabían dar con cierta precisión la posición geográfica de los lugares.

La mayoría de los documentos que presentamos provienen de los franciscanos de México, de Querétaro y de Zacatecas, quienes evangelizaron a los indígenas en todas las provincias que nos interesan, con excepción del noroeste, en donde los jesuitas llevaron a cabo la conversión de los indios. En Sinaloa, Sonora, Chihuahua y la península de California los ignacianos fundaron numerosas misiones, estudiadas y analizadas ya por diversos autores.[57] La prioridad religiosa de salvar almas condujo a muchos religiosos a acompañar con intenso fervor las expediciones militares o las entradas de aventureros mineros y hacendados a los vastos y desconocidos territorios de los indios del septentrión. La motivación de los frailes de dar a conocer sus memorias y describir esas zonas era animar a otros a ir de misioneros a esas remotas tierras. Se expresaba esto en el deseo de que “habrá en ese Reyno religiosos que se alienten a ir a éstas conversiones” (bnf núm. 193). Los franciscanos y jesuitas que llegaron a las regiones que estudiamos soñaban con acudir a salvar almas o se veían llamados por dios o la virgen a ir a tierra de infieles a convertirlos.[58] Por esta razón los episodios milagrosos, como los del relato de 1623 de Zárate Salmerón (bnf núm. 379 ff. 86 y ss.), también tienen un lugar importante en los documentos que se publican en este proyecto.

Anteriores a la década de 1680, en la zona de Texas fueron muy escasas las expediciones que entraron con misioneros. En esa década, en cambio, a raíz del desembarco de franceses, entraron los soldados novohispanos con algunos franciscanos al territorio ubicado al norte del río Grande o Bravo. Al elaborar un detallado mapa de Texas marcando el lugar de desembarco de los franceses y los diferentes puntos de importancia en la historia de la zona, el padre Puelles añadió una pormenorizada cronología de la historia de Texas (bnf núm. 158). Los relatos de los religiosos Mazanet y Francisco de Jesús María sobre los nativos de esta zona, que ya hemos mencionado con anterioridad, son  también elocuentes de su celo misionero y de su forma de pensar (ver bnf núms. 167 y 169). Ésta se percibe con claridad cuando, al describir a los indios Texas, decía fray Francisco de Jesús María al virrey que debía relatar también

algo de los engaños y abussiones que estos miserables ciegos de la Luz de la Fé tienen, son tántos Excelentíssimo Señor, que es para llorar y tenerles lástima. Advierto que todas las naciones cercanas a esta tienen los mismos engaños, abussiones y ceremonias, no digo cultos falsos, porque sería dar a entender que tienen ídolos, y hasta ahora bendito sea el Señor, no he descubierto que los tengan ni otra nación que están comarcanas (bnf núm. 169 f. 9v).

 

Como se dijo, los informes sobre el septentrión de los religiosos que se publican se escribieron en gran medida por atraer la atención de las autoridades y de los colonos a las tierras del norte, por lo que detallan y probablemente exageran las riquezas de aquellas provincias. Así decía el franciscano Zárate Salmerón, que deseaba informar de las riquezas de esta región (“assi del oro, plata, perlas, coral, granates, cobre, plomo, alumbre, azufre, alcaparrosa, piedra imán y chalchihuites”, así como de sus pobladores para que se dé licencia a los religiosos que “quisieren entrar apostólicamente a derramar su sangre entre aquellos infieles” (bnf núm. 379, f. 5).

Una característica en común de la mayoría de estos documentos es el lenguaje florido de los religiosos, la rebuscada oratoria en sus dedicatorias, sus prólijas citas de las Sagradas Escrituras. Al respecto, llaman la atención tanto los escritos de Mazanet, Jesús María, Posadas, Zárate o Kino, como los del mismo Pichardo. Como ejemplo se puede citar al padre Zárate Salmerón, cuya relación se había aprobado en 1623 en el convento de San Francisco de la Ciudad de México. Decía este religioso  sobre sí mismo 

e yo pequeñuelo e indigno fraile, el mas malo del mundo deseando acabar los días de mi vida entre infieles, predicando la palabra de Dios, habrá ocho años que me sacrifiqué al Señor entre los infieles del Nuevo México, y habiendo allá deprendido lengua de la nación de los Indios Hemex, adonde compuse la Doctrina Christiana con todas las demas cosas importantes al ministerio, para ejercer los Santos Sacramentos entre aquellos naturales, y habiendo baptizado en la dicha nación seismil y quinientas y sesenta y seis almas, sin las muchas que bapticé en el pueblo de Cia, y Santa Anna de la nación Queres, que no cuento, y habiendo yo sólo conquistado y pacificado el Peñol de Acoma que sustentó guerra contra los Españoles más de veinte y cuatro años, y habiendo hecho iglesias, conventos con las demás cosas que merecen memoria, como consta por informaciones [...] determiné salir acá, para que informando de todas las cosas de aquella tierra a Vosotros Padre Reverendissimo, se pongan los medios que convengan al servicio de Dios Nuestro Señor a quien se desea servir y agradar (bnf,  núm. 379 ff. 3-4).

 

El afán misionero de este franciscano también se expresa en su deseo por informar sobre el Nuevo México, pues no era justo, decía, “que por nuestra negligencia y pereza carezcan aquellas almas de tanto bien. Ella es empresa apostólica” (bnf núm. 379, f. 6).

Otro ejemplo del florido lenguaje religioso se encuentra en un escrito el jesuita José Agustín de Campos la Alta Pimería quien decía al virrey:

 

creo vive en las alturas [del cielo] mi buen compañero desde España, el venerable padre Francisco Xavier Saeta, a quien, a violencias de 22 saetas y muchos golpes de macana, mataron los mismos Pimas del poniente a 28 de marzo de 1695. Serenada la tempestad y Lucifer reprimido, prosiguió la Compañía de Jesús en ganar almas al cielo y tierras al rey nuestro señor, Dios le guarde.[59]

 

Muchos buscaban, como estos misioneros, el martirio y la santidad como en una cruzada.[60] Para ello se internaban en el desierto de Baja California o en el territorio desconocido de Sonora o la Sierra tarahumara numerosos jesuitas (entre ellos checos, alemanes, italianos) y de la misma manera también franciscanos en Texas, como el ya mencionado padre catalán Mazanet. Estos religiosos aprendían lenguas y escribían doctrinas para poder convertir a los “infieles” y hablaban con los indios, los bautizaban, les enseñaban la religión cristiana y lo que consideraban la forma correcta de vivir. El laboreo del campo, la cría de ganado, la vida en comunidad fija, la monogamia y las costumbres domésticas cristianas europeas formaba parte de la conversión.[61]

El cuidado e interés lingüístico de los religiosos se aprecia también en el informe de Morfi, quien tiende a dar en varios idiomas el nombre de los lugares (bnf núm. 196).

Llama la atención cuántos idiomas hablaban varios de los misioneros, muchos de lengua materna no castellana, y la gran difusión del nahuatl o mexicano en todo el territorio durante los siglos xvi al xviii. Era la lengua franca también en el septentrión y son de interés los datos sobre parentescos lingüísticos en relación con el “mexicano” que se dan en los documentos y los informes en los que se dice que varias “naciones” lo entendían. Además, llama la atención que algunos frailes misioneros usaban gran cantidad de mexicanismos. Tanto el padre Kino que utilizaba siempre la palabra tlatol o tlatoles por discurso o sermón, o el padre Francisco Jesús María que habla de tepalcates, otatetapestles,  podrían servir de botón de muestra. [62]

Esto podría significar que en realidad muchos de los frailes cuando llegaban al norte sabían ya el mexicano y después con frecuencia aprendían otras lenguas. Son conocidas las “artes”, gramáticas y doctrinas escritas en lenguas indígenas –muchas veces el único testimonio que aún se conserva de lenguas perdidas– redactadas por religiosos novohispanos, pues la misión de convertir a los nativos implicaba poder hacerse entender bien. Era necesario conocer a fondo la lengua para realmente ganarse la voluntad y salvar el alma del indio, y por este objetivo central de la presencia de los religiosos entre los “gentiles”, se preservó un acervo lingüístico notable.[63]

Pero los afanes misioneros de los religiosos y su amor por los gentiles –los “dóciles” que aceptaban sus imposiciones– no pueden desvincularse de la guerra étnica ni pueden aislarse de los intereses terrenales y mundanos de la Corona, de los capitanes y aventureros que buscaban minas, sirvientes y esclavos. Como ya se dijo, la penetración minera, militar y religiosa en el septentrión ocurrió en ritmos y en épocas diversas. Dependió de la riqueza minera de la zona, de los resultados de las guerras con los indios “hostiles”, de las amenazas de potencias externas, entre muchos otros factores. En todas las crónicas y en todos los informes acá publicados se percibe con gran claridad la mancuerna que religiosos formaban siempre con militares. Era profunda la contradicción ya subrayada por el historiador austriaco Hausberger, entre la cotidiana violencia ejercida contra los indígenas y la misión de amor cristiano de los frailes. Esta contradicción se observa, por ejemplo, en el apoyo militar que recibían todas las entradas de religiosos, como se ve en la expedición que describe el padre Kino en 1698 en el documento número 174. Para ese “apostólico viaje” partieron el capitán Diego Carrasco con el jesuita Eusebio Kino a descubrir el Río Grande (o Gila) hasta la mar y contaron con más de sesenta hombres a caballo que sin duda causaban una imponente impresión a los atemorizados nativos. Además, se percibe cómo el jesuita aprobaba totalmente, como los demás religiosos, las guerras que se libraron en esa zona de la Pimería Alta. Decía, por ejemplo que ante “tanta hostilidad” que experimentaban, gracias a la voluntad divina los “recién convertidos Pimas dieron el acertado golpe a los enemigos Hocomes, Janos, Sumas, Mansos y Apaches el día 30 de marzo de este año de {16}98” (bnf núm. 174, f. 1v.).

En otra ocasión informaba

ya al presente se va cumpliendo este vaticinio (de que se retiren los enemigos) pues actualmente los dichos enemigos Hocomes, Xanos etcétera están dando las paces en el presidio de Janos al general Juan Fernandez de la Fuente y a los soldados de vuestra Señoría [... lo que prueba la] carta del capitán Luis Granillo en que dice que por medio de los Pimas haberles muerto la mitad de la gente en el último golpe que les dieron, les obligaba a dar las paces y de hecho están ya los Sumas debajo de campana en el Paso del Rio de el Norte (bnf núm. 174).

 

Aunque poco antes decía que toda la Pimería quedaba muy pacífica y quieta “y deseosa de la doctrina de Nuestra Santa Fé”, y que se iba “serenando y aplacando toda esta provincia de sus repetidas hostilidades y robos y la va asentando de paz o sin que haya habido derramamiento de sangre, sino con ardiloza maña y modo suave y christiano” (bnf núm. 174).

Ese “suave modo christiano” es el que contrastaba con una realidad de guerra de exterminio, de abusos y engaños constantes hacia la población nativa. El fraile Alonso de Posadas también describe con aprobación en 1685 cómo fueron las primeras entradas de tropas e “indios auxiliares” a Texas, relatando con beneplácito cómo el capitán Andrés López con 12 soldados y “algunos indios christianos” y muchos de los jumanos salieron de buena gana a reconocer las naciones ahijados, escasijaques y quitoas en la zona del río de las Nueces en Texas, que

dieron con una ranchería de indios de la nación Quitoas con quienes tuvieron una guerra bien reñida y reconocieron que los indios de las nación Escanjaques y de la nación de los Ahijados en diferentes tropas iban entrando a socorrer a los Quitoas con quienes estaban peleando y después de haber durado la batalla casi un día, quedando por los nuestros la victoria y con perdida de muy pocos indios nuestros y muchos de los contrarios y cogiendo los vencedores los despojos y prisioneros que llegaron a doscientos fardos de gamuzas de antes y cueros de cíbola, se volvieron al puerto de los Jumanes y río de las Nueces (bnf núm. 193, f. 7).

 

Es pues evidente, como dice Hausberger, que los misioneros aceptaban en el fondo con convicción el orden social del imperio español. Aceptaban el rigor de las medidas de conquista, las extremas desigualdades sociales, las instituciones militares y civiles y veían su labor precisamente en la difusión y expansión de la cosmovisión en la que se basaba dicho imperio. De ahí el título que Hausberger da a su estudio; los jesuitas actuaban “Para Dios y para el Rey”. Esto puede extenderse de la misma manera a los franciscanos.

Claro está que también hubo fricciones y rivalidades entre el poder espiritual y el temporal, que se expresa, por ejemplo, en  una ocasión en la que se decía del Pueblo de San Agustín de la Isleta de indios Teguas (a 3 leguas de Alburquerque), que se trataba de una misión en la que se habían recogido en diversos tiempos algunas familias de Moquinos, que se redujeron prometiéndoles los padres terrenos para fundar pueblo separados de otras naciones, convenio que no respetó el gobernador por lo que desertaron poco a poco los mooqui (bnf, núm. 196, f. 15). Sería uno de miles de ejemplos de la falsedad y felonía con que se trató muchas veces a los indios en las negociaciones de paz y después de concertar los tratados.

Desavenencias entre los religiosos misioneros y los gobernadores, capitanes y soldados fueron frecuentes, pero eso no significa que el poder espiritual no haya sido un apoyo fundamental en la conquista en las tierras norteñas y en el sometimiento de las naciones que vivían en ellas.

A pesar del amoroso celo misionero y del lenguaje florido y místico de los documentos escritos por los religiosos no hay que olvidar, como recalcan Cramoussel, Álvarez y Hausberger, que antes de su llegada con las tropas y de las autoridades civiles los nativos ya habían conocido la voracidad y agresividad de los europeos. Aún mucho antes de las expediciones militares oficiales y de las entradas reportadas de misioneros a regiones remotas y difícil acceso, se habían entablado ya unas primeras relaciones entre europeos e indígenas. Estas eran relaciones de guerra y de comercio, la compra-venta de mujeres y de cautivos nativos como sirvientes y esclavos, así como el intercambio de bienes como pieles de oso, venado y de búfalo por caballos, armas u objetos de hierro, que tan útiles les serían a los nativos para la cacería de cíbolas y para combatir a sus rivales y enemigos. Además, con frecuencia los colonos particulares, dueños de minas, estancias, ranchos o haciendas realizaban correrías para capturar indígenas.[64] En todos esos contactos esporádicos o continuos se fueron moldeando las prácticas sociales como la “aceptación sin escrúpulos de actos crueles y sanguinarios en contra del enemigo, pragmatismo, tolerancia del robo y del contrabando y aplicación de la justicia por propia mano”, como lo expresa el historiador Cuauhtémoc Velasco.[65]

Otro fenómeno que ocurrió por estos contactos entre europeos y nativos ya desde tempranas épocas fueron los contagios de enfermedades no conocidas en América. Este será el último tema que abordaremos en este ensayo, pero es un tema central.

Gracias a los religiosos que dejaron documentación escrita conocemos la magnitud de la población en las provincias estudiada y el terrible impacto que tuvieron las epidemias en los indígenas (bnf núms. 168, 196, 197) En algunos casos son datos de gran interés histórico-demográfico, pues muchas naciones, como se ha subrayado, desaparecieron poco después del primer contacto con los europeos. Por el otro lado, la información sobre la población que presenta la mayoría de los documentos es problemática,  sobre todo, por las confusas designaciones étnicas y sociales. En Texas, en California y sobre todo en Nuevo México los distintos grupos de nativos frecuentemente se registraron solamente como “indios” y en contraste simplificado con el grupo designado “españoles”. Ya se tocó el tema de la denominación –nada confiable– del grupo étnico de los indios en los informes, pero, además, es muy evidente el carácter colonialista de intolerancia y desprecio cultural que caracteriza las relaciones sociales. Se trata de un ambiente en donde un grupo, que se autoclasifica en la documentación genéricamente y de manera homogénea como “español” invade terrenos, conquista y convierte a su religión a otro grupo, genéricamente llamado “indios”.

Es bien conocido que en la expansión al norte participaron colonos de todas las etnias y castas. Como dice un informe de tributarios de 1784 “los sirvientes de las haciendas por lo común son mulatos y de otras castas” (bnf núm. 258, f. 14), lo que también consignan algunas fuentes del septentrión en las que se habla claramente de familias de “todas castas” que viven, por ejemplo, en Santa Fe  (bnf núm. 196, f. 5). Si bien en algunos escasos informes es posible encontrar minuciosos datos demográficos de las misiones en los que los religiosos informan sobre los indígenas reportando a qué grupo pertenecen los de tales misiones, tales ranchos, tales poblados, tales barrios, sorprende, en contraste, que al referirse a los no indios, por lo general todas las fuentes de Nuevo México y Texas solamente hablan de “españoles”.  Esto es muy notorio en los documentos del siglo xviii.

Se podría explicar esta contradicción hipotéticamente por el hecho de que las rebeliones a fines del siglo xvii y las guerras de la primera mitad del xviii, con las concomitantes expediciones punitivas, recrudecieron el contraste étnico-cultural y el contraste entre los que se autodesignaban genéricamente “españoles” y “los otros”. De tal forma los informes escritos después de estos conflictos y durante ellos negaban la existencia de castas en el grupo “español”, simplificando la complejidad socio-étnica. Así surge el mito de que sólo había españoles e indios, éstos últimos en su mayoría “de guerra”. Con ello se pasa por alto la gran relevancia de los colonos Tlaxcaltecas, el papel de las tropas auxiliares de muchos grupos indígenas, el apoyo que recibieron las fuerzas virreinales por aliados de diversas naciones indígenas. Es evidente la connotación clasista y racista en esta concepción de la población en la que sólo hay españoles por un lado e “indios” por el otro.[66] Al no especificarse mayormente la complejidad étnico-social de los “españoles”, que en realidad estaban compuestos sin duda por numerosos castizos, mestizos, mulatos, y muchas otras mezclas, se creaba un mito de una dualidad étnica españoles-indios, y de la homogeneidad de cada uno de esos grupos, muy alejada de la verdad.[67]

Un tema central del que podemos tener noticias gracias a los informes de los religiosos es el de la gran crisis demográfica que se dio entre los nativos del septentrión. Gerhard explica para Texas, que las enfermedades europeas trajeron destrucción aun antes de que se establecieran las misiones.[68] Como podemos leer en los relatos de los ya mencionados padres sobre la población de Texas, su misma presencia probablemente influyó mucho en diseminar los fatales microorganismos contra los que no era inmune la población indígena. En esa zona la viruela se manifestó en la colonia de La Salle en 1687, otra epidemia, quizá sarampión, empezó a principios de 1691 entre los indios Tejas y fue difundida por los propios misioneros en sus visitas a rancherías aisladas, donde esperaban encontrar con vida a niños que pudieran bautizar (bnf núms. 167 y 169). El matlazáhuatl que había asolado al México central desde 1737, llegó a Texas en 1739 y más de mil indios murieron en pocos días en las misiones de San Antonio.[69] Hubo otras epidemias, en 1750 de viruela y entre 1777-1778, así como en 1780. Estas y muchas otras enfermedades más despoblaron la región y asolaron a todos los grupos, pero especialmente a los nativos. Además, la movilidad de los indios fue grande y era difícil registrar el tamaño y el destino de los numerosos diferentes grupos. Así, por ejemplo, hacia 1720, más de cinco mil indios de la parte oriental de Texas se retiraron de las misiones para vivir en el bosque, como acostumbraban.

Las epidemias en la zona de Nuevo México fueron tan devastadoras como en las otras zonas, de tal manera que de aproximadamente 60 000 individuos que poblaban la zona hacia 1598, para 1630 sobrevivían 55 000 individuos;[70] otros informes dicen que en las epidemias de 1640 murieron en una sola epidemia 3 000 personas, por lo que finalmente la población, diezmada por el hambre y por las epidemias, debe haber disminuido hacia 1690 a sólo 18 000 individuos. En esta zona las enfermedades fueron la mayor causa de que la población se redujera a una cuarta parte de lo que era antes de la llegada de los europeos, pues antes de 1680 en Nuevo México los decesos causados por violencia, explican los expertos, fueron relativamente pocos. El hecho de que los “indios pueblo” estuvieran rodeados por vecinos hostiles y por el desierto hizo que la huida del control misional fuera difícil.[71] En cambio, el contraste con los años posteriores es muy grande. En la rebelión y durante los años de guerra en Nuevo México entre 1680 y 1692 murió una cantidad impresionante de indios y también muchos españoles.

Las provincias del occidente habían sido asoladas ya a mediados del siglo xvii por epidemias, de tal suerte que cerca de la mitad de los pimas bajos, ópatas y tobas habían desaparecido hacia 1646 según los cálculos de Peter Gerhard. En Sonora una epidemia devastadora fue la de viruela poco antes de 1720 que alcanzó también a los pimas altos recién reducidos en las misiones, luego una de sarampión de 1728, aunque las pérdidas de población en las misiones se compensaron con nativos de rancherías más distantes. Como hay que insistir, el peligro de ataques apaches arreció en el siglo xviii y en Sonora sobre todo a partir de 1768.

En general, fue impresionante la disminución de población nativa si se observan, por ejemplo, cifras de Sonora. Ahí ya habían desaparecido por epidemias más de la mitad de los ópatas, y así en el año 1678 eran aproximadamente solamente 50 300. Las subsecuentes décadas de guerra y epidemias fueron tan devastadoras que para el año de 1730 se habían reducido a  7 100 y finalmente en 1760 quedaban sólo 4 450 ópatas. En general se calcula que la totalidad de población indígena en esta provincia había sido de   83 700 en el año 1600, y que para 1720 solamente restaban 18 200 para finalmente quedar solamente 7 900 habitantes en el año de 1800.[72]

 

A MANERA DE CONCLUSIONES

Hemos visto que los documentos y mapas sobre el norte de Mëxico que se resguardan en la bnf contienen rica información para los temas de la historia político- territorial relacionada con la frontera entre Texas, Nuevo México y Louisiana, asi como para la reconstrucción de las expediciones al septentrión y para la caracterización de la evangelización realizada por franciscanos y jesuitas. Sin duda, también los temas de la etnografía y la etnohistoria merecen atención y pueden enriquecerse con los datos de los documentos que ahora se publican en cd. Sin embargo, la reconstrucción histórica de las provincias del norte presenta, como toda reconstrucción del pasado, problemas, por los distintos puntos de vista que deben considerarse.

De esta manera, se vio que, desde el punto de vista indígena, el encuentro con los europeos tuvo consecuencias trágicas. Numerosas naciones indígenas del septentrión novohispano desaparecieron en los siglos xvii y xviii por los microorganismos que provocaron epidemias mortales entre ellos, por la violencia física ejercida por invasores españoles –cazadores de esclavos y sirvientes–, y por los demás factores sociales y económicos enunciados más arriba. A la vez, el encuentro conllevó cambios muy profundos. Los españoles y sus acompañantes, tlaxcaltecas y de otros grupos y castas, llegaron con sus caballos y mulas, sus herramientas de fierro y sus armas de fuego. Estos elementos revolucionaron totalmente la forma de vivir en esas zonas, tanto de los pueblos que se dedicaban fundamentalmente a la cacería de cíbolas o búfalos, como de los mayoritariamente agrícolas o de los recolectores. También se alteraron profundamente las relaciones intertribales, el comercio, las rutas de intercambio. Desde el punto de vista español hemos visto que, al no encontrar yacimientos de metales preciosos, ni sociedades altamente jerarquizadas y divididas en clases sociales, que les surtiesen con facilidad trabajadores, la colonización se tornó lenta y penosa, pues los “bárbaros” no los dejaban de “hostilizar”. Era una vida, según los colonos, de “guerra perpetua”.

Así, los contactos de los españoles con los diferentes pobladores nativos resultaron conflictivos y desembocaron, como vimos, en mortandades, en exterminio indirecto por el traslado forzoso, por la  imposición de otra forma de vida, por el extenuante trabajo en reales de minas o en guerras sangrientas y exterminio directo. Los propósitos de los religiosos que buscaban que el amor y la bondad animara a los nativos a convertirse voluntariamente al cristianismo no podían alterar esa realidad plena de engaños, violencia y crueldad,[73] en la que prevalecía la intolerancia étnica y cultural y la voracidad económica. La violencia de esa larga confrontación ha conducido al antropólogo Juan Luis Sariego a proponer, incluso, que la noción de “guerra étnica” se debería de incorporar como central e ineludible a la antropología norteña.[74]

Aunque los invasores sembraban gran temor entre los nativos del septentrión, como hemos visto, ese pavor no se percibe y no se registra en los documentos de la bnf que ahora se publican. Por esa razón hay que insistir que estas fuentes hay que tomarlas con cautela y, como siempre en historia, debe hacerse una crítica seria de estos textos antes de tomar el contenido por cierto y de creerles al pie de la letra. En ellas no se percibe la visión que los distintos pueblos indígenas tuvieron ante las incursiones de los europeos y sus aliados nativos que invadían sus territorios y los cazaban para esclavizarlos, utilizando su nueva tecnología, o sea, sus caballos y sus armas de fuego. Tampoco mencionan estos documentos de manera directa aspectos vinculados con las relaciones laborales que se dieron en los reales de minas que se fundaron –sobre todo en la zona de Chihuahua, Sonora y Sinaloa– o la economía de la región en donde predominaron las haciendas ganaderas, ni  hablan tampoco del trato que ahí se daba a los sirvientes indígenas. De esta forma  son muy parciales los datos y en gran medida fomentan los “mitos históricos” que se han construido en torno al norte de la Nueva España. Pero como estudiosos del pasado hay que buscar superar esa mitología y tratar de integrar la visión y opinión de todas las partes que intervienen en un determinado proceso histórico-social.

            Una conclusión central de esta breve reseña es que muestra la necesidad de construir una visión histórica integral de la región norte del México actual y del sur de los actuales Estados Unidos, que corresponda a los complejos procesos que ocurrieron en esa amplia zona. Las actuales fronteras nacionales no deben surcar regiones que por su geografía y por su historia eran contiguas, ni deberíamos proyectar límites y territorialidades modernas en el pasado. El mayor peligro en el estudio de la historia social de este vasto territorio, dada la complejidad del tema, es el de la simplificación, la perpetuación de cliches y de prejuicios. Como hemos tratado de expresar, el desarrollo histórico de los numerosos y distintos pueblos nativos y de gente de procedencia foránea que vivieron en la zona es extremadamente complejo, variado y rico en contrastes.

A pesar de que hoy dos estados nacionales modernos, los Estados Unidos y la República Mexicana, dividen el territorio al que se refieren los documentos de la bnf reseñados en esta introducción, hay que tomar conciencia de que era una zona unida en la que existían desde tiempos remotos vínculos entre Mesoamérica y el septentrión; de que antes de la llegada de los europeos ya era una zona en la que existían relaciones de comercio, de migraciones, de intercambio cultural y conexiones muy diversas entre algunos pueblos. Si bien eran distintos, lograron interrelacionarse a pesar de los miles de kilómetros que los separaban.

Es necesario tener una visión geográfica amplia y sensibilidad para observar los cambios en el tiempo y comprender las innovaciones territoriales ocasionadas por las migraciones de los pueblos y las transformaciones de su vida material; para observar los intercambios comerciales en diferentes épocas históricas, las influencias y transformaciones lingüísticas y culturales de las distintas sociedades. Pero a la vez se requiere de análisis detallados y puntuales para resolver los enigmas que presenta la historia y el desarrollo de cada una de ellas de manera concreta, en determinado lugar y época. Entender los grandes cambios continentales y a la vez las transformaciones locales requiere de una dialéctica entre la visión amplia y la regional. Por ejemplo, como vimos, se construyeron nuevas relaciones entre indígenas y europeos a lo largo del periodo colonial en todo el septentrión novohispano, y los cambios que ocurrieron fueron profundos, como se percibe en los documentos brevemente reseñados, que documentan epidemias, reubicaciones forzosas, tráfico con esclavos indios, entre muchos otros más; pero hay grandes variantes regionales que se pueden analizar sólo con el trabajo histórico minucioso de cada zona: Ciertas jurisdicciones fueron afectadas irrevocablemente por las grandes rebeliones en la Pimería y en el Nuevo México a fines del siglo xvii, por ejemplo, de tal manera que, junto con los ataques de apaches y comanches y las nuevas grandes rebeliones en el siglo xviii se transformaron las relaciones políticas y sociales de manera profunda. Las expediciones punitivas, la fundación de presidios, la presencia de comerciantes extranjeros y la apertura de nuevas rutas de intercambio, a su vez, reorientaron el desarrollo y la organización social de las provincias, por lo que es necesario ubicar siempre con claridad en cada momento histórico la zona y el grupo social por analizar.

Aún hay mucho por conocer de la historia de esta zona septentrional del virreinato de la Nueva España y del sur de los actuales Estados Unidos. Se trata de un pasado que compete a ambos estados nacionales. La selección de la bibliografía existente en ambos países sobre estos temas que anexamos es un botón de muestra del extraordinario interés que ha habido en los últimos años por estas cuestiones. Ojalá que los documentos presentados sucintamente, que cubren sobre todo los siglos xvii y xviii y que ahora se dan a conocer al público en general, estimulen la elaboración de más investigaciones que podrán realizar estudiosos que consulten estos discos y estas publicaciones facsimilares del proyecto Amoxcalli del ciesas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CUADRO SINÓPTICO DE DOCUMENTOS  PUBLICADOS SOBRE EL NORTE DE LA NUEVA ESPAÑA DE LA bnf

 

 

Núm. 087

Título que se le dio en la bnf: Descripción iconográfica del palacio de Moctezuma situado en  el río Gila, a la altura de 33 grados y 5 minutos con poca diferencia. 4 pp.

Contenido: Resumen de un informe que rindió el teniente coronel Juan Baptista de Anza cuando fue a inspeccionar y medir los restos arqueológicos ubicados cerca del río Gila en la Pimería Alta en las décadas de 1770 o 1780. Se subraya la latitud exacta y se reportan las medias del edificio, sus características y la tradición de los indios Pimas sobre los orígenes de esta construcción antigua.

Núm. 154

Título que se le dio en la bnf: Carta geográfica de las tierras recientemente descubiertas        [1778] situadas al norte, noreste y noroeste del Nuevo México.

Contenido: Plano geográfico del Nuevo México y las zonas al norte, noroeste y oeste, elaborado por Bernardo Miera y Pacheco en Chihuahua en 1778 a raíz de una expedición en la que participan los frailes F.M. Domínguez y F.S. Vélez. Contiene dedicatoria al comandante en jefe Teodoro de la Croix. Acompañan el mapa amplias descripciones de ciertas naciones o determinados parajes. 

Núm. 155

Título que se le dio en la bnf: Carta geográfica de las provincias del Norte de México de Lousiana y de Texas.

Contenido: Mapa que abarca desde la Nueva Galicia y Baja California hasta Nuevo León, Santander, Nuevo México, Texas y Louisiana. Al norte se incluye el Lago Superior, el territorio de los sioux y el espacio geográfico a lo largo del río Missouri. Se recalcan y subrayan los límites de cada provincia o jurisdicción, en especial el límite entre Texas y Louisiana cerca del río Sabinas, perteneciendo Nacogdoches a Texas y en cambio Natchitoches a Louisiana aproximadamente a 30 grados de latitud. No se informa quién lo elaboró ni en qué fecha.

Núm. 156

Título que se le dio en la bnf: Carta geográfica de la Alta y Baja California, Sinaloa y Sonora.

Contenido: Descripción geográfico-cartográfica muy minuciosa de la costa del Pacífico desde San Blas hasta el Mar de Cortés y desembocadura del río Colorado. Es detallada la localización de todas las bahías, puertos, islas, así como de los ríos, poblados de la Baja y Alta California, hasta los puertos de San Francisco y Monterrey. Complementa  los documentos sobre California. No se menciona fecha de elaboración pero sí que es copia y que fue “sacado del original de Don Miguel Costansó”.

Núm. 157

Título que se le dio en la bnf: Carta geográfica de las provincias del norte de México, Texas y Louisiana.

Contenido: Mapa de la Provincia de Texas elaborado en 1788 en el presidio de San Antonio Bejar por Mariano Ángel Anglino, por orden del capitán de caballería y gobernador de Texas, Rafael Martí y Pacheco. Como se dice en el mapa, “la parte del norte y norueste [de Texas] no se sabe el fin aun”. Se menciona que ya se ha descubierto una nueva parte de esta Provincia de Texas, hasta la del Nuevo Mexico, por un viaje de ida y vuelta  en  1787 y 1788 realizado por “tres españoles que vinieron de ella con uno que fue de ésta, acompañados de un capitan Cumanche, y varios indios de esta nación.”

Núm. 158

Título que se le dio en la bnf: Carta geográfica de las provincias del norte de México.

Contenido: Copia del plano original de Texas elaborado en 1808 por fray José María de Jesús Puelles, lector de filosofía del Colegio de Guadalupe de Zacatecas. Lleva el número 10, consta de una muy minuciosa descripción geográfica de Texas, donde Puelles fungió como predicador en la misión de Nacogdoches. Se elaboró por órdenes del comandante general Nemesio Salcedo. Incluye una detallada historia de la Provincia de Texas escrita al pié del mapa como “Notas cronológicas para la inteligencia del mapa” elaboradas por Puelles a partir de una investigación documental en los archivos. Véase en la bibliografía otro informe de Puelles de 1827.

Núm. 159

Título que se le dio en la bnf: Carta geográfica del norte de México

Contenido: Copia fechada en mayo de 1808 de un “Plan del distrito del arroyo de las Piedras, llamado comúnmente del Bayupier”, jurisdicción de Nacogdoches en la provincia de Texas y frontera de la Louisiana, elaborado por fray José María de Jesús Puelles. Contiene infomación manuscrita importante para la historia y etnología de la zona.

Núm. 160

Título que se le dio en la bnf: Carta geográfica de las provincias del norte de México.

Contenido: Copia del mapa elaborado por el capitán Nicolás Lafora y que “se halla en el tomo 5 de la colección de memorias del padre fray Manuel Vega de la frontera de los dominios del Rey en la América Septentrional”. Se menciona que varios puntos fueron tomados en el tiempo de la expedición que se hizo a dicha frontera a las órdenes del mariscal de campo el señor Marqués de Rubí. Mapa muy detallado, con grados de latitud y longitud que abarca desde Zacatecas y la Nueva Vizcaya hasta el Nuevo México, Texas y Louisiana.

Núm. 161

Título que se le dio en la bnf: Carta geográfica de las provincias del norte de México

Contenido: Plano cartográfico de la Provincia de San Joseph del Nayarit elaborado por Francisco Álvarez Baritón, teniente capitán de infantería e ingeniero en jefe de la Provincia de Texas.

Núm. 164

Título que se le dio en la bnf: Reporte sobre los trabajos del padre Pichardo presentado por los fiscales de Real Hacienda y de lo Civil en la fecha del 26 de mayo de 1812. 8 pp.

Contenido: Oficio dirigido al virrey en el que se resume la opinión de los fiscales de la Real Hacienda sobre la obra de Antonio Pichardo sobre demarcación de límites entre las Provincias de Louisiana y Texas que realizó por encargo del gobierno virreinal y que concluyó y remitió en febrero de 1812. Se describe la obra reportando que son más de 5000 fojas, incluyendo documentos colectados, apuntes y veinte mapas. Opinan que todo sea copiado y enviado al rey  y que se remunere al padre su trabajo.

Núm. 165

Título que se le dio en la bnf: Noticias geográficas sobre Texas. 36 pp.

Contenido: Extractos de periódicos de comienzos del siglo xix con información sobre tierras al oeste y norte de Louisiana y Texas. Se anota la localización de ríos y poblados basada en viajeros  e informes diversos. Contiene otros asuntos como prédicas del apóstol santo Tomás en la India y sus recorridos, entre otros.

Núm. 166

Título que se le dio en la bnf: Documentos relativos a las Provincias del Norte de México, en parte escritas por el padre Pichardo. 42 pp.

Contenido: Documento incompleto que inicia con un párrafo con el número 35 y que termina con el párrafo 107. Probablemente escrito por el padre Pichardo en el que resume la geografía y la historia de las provincias del norte, empieza con la descripción del río del Norte, su origen, curso, desembocadura en el golfo etc. Se compilan y discuten las diferentes informaciones que dan numerosos autores como Cabeza de Vaca, el Inca Garcilaso, Gómara, Herrera. entre otros.

Núm. 167

Título que se le dio en la bnf: Carta escrita a don Carlos de Sigüenza y Góngora por el muy reverendo padre fray Damián Mazanet en la que le da noticia de la provincia de los tejas. 28 pp.

Contenido: Relato del padre franciscano Mazanet, quien participó en la expedición a los indios texas con motivo de la noticia de que había franceses en las costas del Golfo de México a la Bahía del Espíritu Santo a fines de la década de 1680. Detallada información sobre los resultados de varias entradas y, sobre todo, sobre la conversión de la población indígena de la región. El informe está dirigido al cosmógrafo y erudito Sigüenza y Góngora.

Núm. 168

Título que se le dio en la bnf: Apuntes sobre la provincia de Texas. 7 pp.

Contenido: Descripción minuciosa del territorio de Texas y de la historia de la presencia de los españoles en ese territorio. Mapas con explicaciones amplias. Se citan como fuentes la expedición de Lafora, la historia del padre Morfi y se describen las distancias entre ríos y misiones y los lugares poblados por españoles, con base en las expediciones de Alonso de León y de Domingo Terán de los Ríos (1689/1691), de Diego Ramón y Martín Alarcón (1716/1717), y del marqués de Aguayo (1721). Se incluye información sobre la presencia de los franceses y sus fundaciones sobre el río Mississippi. Importantes tablas de  poblaciones con detallada información demográfica. Los mapas contenidos en este manuscrito se refieren a las dos costas del Pacífico y del Atlántico, a Texas y Nueva Orleáns, así como a Nuevo México.

Núm. 169

Título que se le dio en la bnf: Relación de la provincia de los tejas por don Carlos de Sigüenza y Góngora. 32 pp.

Contenido: Informe sobre la provincia de los tejas escrita en 1691 por el fraile franciscano Francisco de Jesús María en el que se informa extensamente sobre las distintas naciones y sus nombres, sobre su religión, organización social y forma de vida en general de los indios tejas. Carlos Sigüenza y Góngora la remite al virrey cuando está a punto de partir a la expedición a la Bahía del Espíritu Santo en Texas.

Núm. 171

Título que se le dio en la bnf: Noticias sobre Texas. 39 pp.

Contenido: Resumen elaborado en 1686 de los acontecimientos ocurridos en el territorio de Texas, desde el desembarco de Lasalle en la Bahía del Espíritu Santo o de San Bernardo, y en especial desde 1688 hasta 1716. El asesor general del virreinato redactó este informe por orden del virrey marqués de la Laguna y tomó los datos de diversos autos y documentos del Archivo Virreinal. 

 

Núm. 173

Título que se le dio en la bnf: Notas geográficas atribuidas a don Carlos de Sigüenza y Góngora. 39 pp.

Contenido: Apuntes históricos varios. Enumeración de los acontecimientos históricos desde la llegada de los españoles a territorio novohispano, las expediciones y conquistas del norte, martirio de misioneros religiosos y demás. Índice de obras históricas, como las Relaciones de Ixtlilxóchitl, la Crónica de Michoacán. Relatos sobre las expediciones al norte del capitán Anza en el Nuevo México y California. Apuntes sobre la población del Nuevo Reino de León en 1748 y 1790. Noticias de varias ciudades del reino como Veracrúz, Córdoba y Oaxaca.

Núm. 174

Título que se le dio en la bnf: Dedicatoria al señor  don Domingo Gironza P. de Cruzat, 1698. 16 pp.

Contenido: Copias parciales de distintos informes, en primer lugar sobre la Pimería Alta, tomados probablemente de informes del padre Kino (fojas 1 hasta 5) y luego se hacen extractos sobre el Nuevo México tomados del tratado sobre América Septentrional del capitán Juan Matheo Mange, ff. 5v-7.

Núm. 175

Título que se le dio en la bnf: Viaje por mar al norte de la California, 1788. 20 pp.

Contenido: Resumen sobre la exploración realizada por la fragata Princesa y el paquebot San Carlos de marzo a octubre de 1788, desde san Blas hasta el puerto Príncipe Guillermo y Onalaska en latitud de 61 grados. Se reporta cómo se reconocieron puertos, ensenadas e islas y describen los “gentiles” que viven en la costa, sus costumbres, hábitos, embarcaciones y demás. Se informa del encuentro que tuvieron  con los rusos de Siberia que desde 1784 estaban establecidos ahí, reuniendo pieles de nutria para vender en Cantón.

Núm. 176

Título que se le dio en la bnf: Traducción española de las instrucciones que en inglés se le dieron al señor Jaime Colnett, capitán del navío “L’ Argonauta”, San Blas 1789.

12 pp.

Contenido: Traducción de las instrucciones en inglés que dieron en 1789 los comerciantes y dueños del navío Argonauta, con agencia en China,  al capitán.

Un segundo documento es una carta que recibe de Nootka (Vancouver) el capitán Esteban José Martínez del navío La Princesa en San Blas en 1789. Se describe la vida material de los Nootka, su religión y sus costumbres. En especial confirma que antes del capitán Cook había llegado un navío español la Nootka.

Núm. 177

Título que se le dio en la bnf: Viaje a California en 1766.  40 pp.

Contenido: Diario del viaje que realizó el padre Wenceslao Link, misionero de la Compañía de Jesús, en la provincia de California. En este recorrido al norte de la península en febrero de 1766  acompañaron al padre el teniente Blas Fernández con 13 soldados y “competente número de indios armados de arcos y flechas, sacados de las rancherías”. Se ofrece una detallada descripción de ríos, flora y fauna, así como de las rancherías de los “indios gentiles”.

Núm. 178

Título que se le dio en la bnf: Viaje por el mar del norte a la California, 1774. 39 pp.

Contenido: Diario de viaje a las costas del norte de California realizado por la fragata Santiago y su capitán don Juan Pérez. Salieron de San Blas en enero de 1774, llegaron al presidio de Monterrey el 8 de mayo, de ahí salieron el 11 de junio y el 20 de julio se estuvo a mayor altura que fueron 55 grados. Se reconoció ahí la isla que puso el nombre de Margarita. El 17 de agosto se reconoció la costa en 49 grados y 30 minutos en una bahía que se llamó San Lorenzo, posteriormente llamada de Esperanza y que posteriormente el capitán Cook llamó Nootka.

Núm. 179

Título que se le dio en la bnf: Notas sobre California. 12 pp.

Contenido: El documento consta de dos partes distintas, las primeras cinco fojas tratan sobre la región del río Colorado en California. Probablemente es la transcripción de un informe de un religioso sobre las misiones en la Pimería Alta. Quizá se trata de un recorrido e informe del padre Kino.

A partir de la foja 6, son extractos tomados del libro del capitán Juan Matheo Mange sobre las provincias del norte de la Nueva España, la Nueva Galicia, la villa de “Chiguagua” incluyendo copia de descripciones de distintas regiones y de distintos temas, como situación de la Nueva Inglaterra, de la nación de los Yutas, el Nuevo México y el origen de la nación mexicana entre otros. 

Núm. 180

Título que se le dio en la bnf: Viaje de Sonora a Monterey (California, 1774). 3 pp.

Contenido: Informe de las expediciones que por mar y por tierra se hicieron a California el año de 1774. Por tierra se informa de la expedición que realizó el capitán Juan Bautista de Anza desde Sonora hasta Monterrey (California). También se habla de los  distintos viajes que se hicieron por mar, se describen las latitudes exactas a que llegaron en 1774 la fragata al mando del capitán Juan Pérez desde el puerto de Monterey, en California, hacia el norte y en marzo de 1775 y una fragata al mando de Bruno de Creta. También se mencionan las de expediciones de 1779 que partieron de San Blas, en ese caso dos fragatas al mando de don Juan Francisco de la Bodega y Quadra y don Ignacio Arteaga.

Núm. 191

Título que se le dio en la bnf: Papel sacado del tomo 45 de las memorias del padre fray Manuel de Vega: Documentos para la historia del Nuevo México. 147 pp.

Contenido: Este es el único documento publicado en el Proyecto Amoxcalli, de este corpus de textos sobre el norte de la Nueva España, que incluye una introducción por separado. Esta fue redactada por Blanca Lilia Álvarez Torres y Armando Santiago Sánchez. En ella se explica y discute el contenido del documento que consta de distintos textos, cartas y noticias sobre el Nuevo México escritos por distintas personas en la segunda mitad del siglo xviii.

Núm. 192

Título que se le dio en la bnf: Viaje de don G. Domínguez Mendoza, 1683-1684. 124 pp.

Contenido: Copia de los cuadernos originales en los que el gobernador del Nuevo México informa al virrey marqués de la Laguna del viaje que realizó el maestre de campo Juan Dominguez de Mendoza a fines del año de 1683 y principios de 1684 por el Río Grande en dirección a Texas. Se mencionan las colindancias de Texas con Nuevo México, Teguas y Quivira y se describe la zona a lo largo del Río Grande y en su junta con el río Conchos. Se habla de indios que tenían mucho maíz y yeguas. Los naturales jumanos acompañaron la entrada. Al final del documento se discute la pertinencia de mover ciertos poblados, los gastos que causa la administración de la zona y se dan noticias generales sobre los escritos que existen sobre Texas.

 

Núm. 193

Título que se le dio en la bnf: Documento que se refiere a la historia de la América Septentrional. 32 pp.

Contenido: Informe escrito en 1685 por el padre fray Alonso de Posadas, quien fue durante diez años custodio de las misiones del Nuevo México y vivió ahí como misionero. Se copió de la colección de documentos pertenecientes a la Historia de América Septentrional del Archivo de la Secretaría de Cámara del Virreinato de México.

Núm. 194

Título que se le dio en la bnf: Noticia relativas a los Cododachos. 186 pp.

Contenido: Copias y apuntes sobre la zona de los indios Cadodachos al norte de Texas en colindancia con Louisiana. Se basan en un informe de D’ Anville sobre el fuerte que los franceses tenían en el antiguo “puesto de los Cadodachos” a 34 grados 18 minutos de latitud y 70 grados 35 minutos de longitud. Se mencionan las guarniciones francesas y misiones de San Miguel de Linares de los Adaes y el pueblo de Nachitoos, asi como las distancias entre el Nuevo México, la Louisiana y el presidio de San Juan Bautista Nachitoos. Los franceses llamaban a los Nachitoches “Cados”, les vendían fusiles y demás armas llegando a ellos por los ríos bajando del norte.

Núm. 196

Título que se le dio en la bnf: Descripción geográfica del Nuevo México. 46 pp.

Contenido: El padre Morfi o Morphi da amplia información geográfica y social sobre el norte. Existen varias ediciones.

Núm. 197

Título que se le dio en la bnf: Notas históricas sobre el Nuevo México. 26 pp.

Contenido: Copia de los “Apuntes Históricos sobre el Nuevo México”, que en 1776 escribió el teniente coronel don Antonio Bonilla y que fueron tomados del tomo 25 de la obra escrita por el padre fray Manuel Vega, llamada Documentos para la Historia del Nuevo México, obra manuscrita y que se guardaba, a inicios del siglo xix, la Secretaría del Virreinato de México.

Núm. 198

Título que se le dio en la bnf: Descripción de la costa de California. 31 pp.

Contenido: Copia realizada de un manuscrito perteneciente a la Secretaría del Virreinato de México, en el que se resumen descripciones de viajes y expediciones de la costa de California realizadas al final del siglo xviii. [Parece incompleto el documento pues solamente llegaron 31 fojas al Proyecto Amoxcalli, siendo que es más amplio el manuscrito.]

Núm. 199

Título que se le dio en la bnf: Documentos para la Historia del Nuevo México.

Contenido: El manuscrito inicia con un diario y derrotero de los nuevos descubrimientos que en 1776 se hicieron de las tierras al norte-noroeste del Nuevo México escrito por los padres Silvestre Vélez Escalante y Atanasio Domínguez. Detallada etnografía de los yutas, comanches y otras naciones. Contiene también copia del diario escrito en 1779 por el capitán Juan Bautista de Anza.

Núm. 199b

Título que se le dio en la bnf: Documentos de fray Alonso de Posadas sobre la historia del Nuevo México. 1789.

Contenido: Copia de un informe del fray Alonso de Posadas, que a raíz de la presencia de los franceses en las costas de Texas escribe en 1685 sobre toda la región de Texas y del Nuevo México. Se da razón de los territorios conocidos hasta entonces con muchos detalles geográficos.

Núm. 258

Título que se le dio en la bnf: Noticias geográficas de la Nueva España. 14 pp.

Contenido: Resumen de información económica de las ciudades, villas corregimientos y alcaldías mayores de la Nueva España, sobre todo referente a los tributos recaudados entre 1772 y 1784. Se destaca principalmente el aumento en más del 50% de la recaudación de esta contribución. También se presenta esa misma información para las provincias del norte, el reino de la Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo México, Nuevo León y Sonora.

Núm. 379

Título que se le dio en la bnf: Copia hecha al comienzo de ese siglo de un manuscrito original, que lleva por título Relaciones sobre las expediciones al Nuevo Mexico, al mando de los capitanes españoles Francisco Vázquez Coronado y Juan de Oñate, escrito en 1623 por fray Hierónimo de Zárate Salmerón que formó parte de esas expediciones en calidad de capellán. 90 pp.

Contenido: Esta recopilación de relaciones sobre las riquezas y los pobladores del Nuevo México y las expediciones españolas de conquista a California, Florida y a todas las provincias de esos rumbos, escrita por el fraile franciscano Gerónimo de Zárate Salmerón en 1623. Inicia con la aprobación del fraile Francisco de Velasco en el Convento de San Francisco de la Ciudad de México en agosto de 1629 para que se publique.

Detallada relación histórica de las noticias que se han tenido de esas provincias, del viaje de Coronado, de Sebastían Vizcaíno, de Oñate y de los encuentros con sus pobladores. Termina con una argumentación sobre el paso del mar del Norte al del Sur y con una relación de la Santa Madre María de Jesus, abadesa del convento de Santa Clara de Agreda.

 

 

SIGLAS

 

 

agn               Archivo General  de la Nación (México)

ciesas                     Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social

conaculta          Consejo Nacional para la  Cultura y las Artes

hahr                        Hispanic American Historical Review

imta             Instituto Mexicano de Tecnología del Agua

inah             Instituto Nacional de Antropología e Historia

ini                  Instituto Nacional Indigenista

itesm                       Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey

nmhr                       New Mexico Historial Review

sep                 Secretaría de Educación Pública

unam                       Universidad Nacional Autónoma de México

 

 

 

 

 

BibliografÍa

 

 

Primera parte: Obras del periodo virreinal y documentos publicados

 

 

Adams, Eleanor B.

1953 “Bishop Tamaron’s Visitation of New Mexico, 1760. N.M.H.R., 28, pp. 81-114.

 

Aiton, Arthur S.

1939 “Coronado’s first report on the government of New Galicia”, H.A.H.R., 19, pp. 306-313.

 

Alcocer, José Antonio

1958 Bosquejo de la historia del Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe y sus misiones, año de 1788, Porrúa, México.

 

Alegre, Francisco Javier

1841-1842 Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, 3 vols., s.i. México.

 

  ---------------   Historia de la provincia de la Compañía de Jesús de Nueva España, 4 vols., Roma 1956-1960, Bibliothec Instituti Historici Societas Jessi, vols., IX, XIII, XVI, XVII.

 

Almada, Francisco R. (ed.)

1950 Informe de Hugo de O´Conor sobre el estado de las Provincias Internas del Norte, 1771-1776, Gobierno del Estado, Chihuahua.

 

Antoneli, Antonio de

1870 Año de 1793. Descripción Topográfico-histórica de la villa de Santiago Papasquiaro..., Biblioteca de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 2ª serie, II, pp. 333-343.

 

Arlegui, Joseph

1737 Chronica de la provincia de N.S. P.S. Francisco de Zacatecas... México.

 

Arregui, Domingo Lázaro de.

1946 Descripción de la Nueva Galicia, Francois Chevalier (ed.), s.i., Sevilla, 1946.

 

Arricivita, Juan Domingo

1792 Crónica seráfica y apostólica del colegio de propaganda fide de la Santa Cruz de Querétaro en la Nueva España... México.

 

Arrillaga, José Joaquín

1969 (1796) Diary of his surveys of the frontier, Los Ángeles.

 

Auto acordado por la Audiencia de México sobre la erección del Obispado de Linares. Carta-informe sobre la erección del Obispado de Linares. Tomado de México. Año de 1779. Testimonio en que se comprende el Plan del Obispado nuevamente erigido con el título del Nuevo Reino de León y los Informes para el Real y Supremo Consejo de Indias y la vía reservada. Juez comisionado por Su Magestad, el Señor Don Eusebio Ventura Beleña, alcalde de Corte de esta Real Audiencia, en María del Carmen Velázquez, La Frontera Norte y la Experiencia Colonial, Secretaría de Relaciones Exteriores, México. 1982,  pp. 215-234.

 

Baegert, Johann Jakob

1772 Nachrichten von der Amerikanischen Halbinsel Californien: mit einem Zweyfachen anhang falscher Nachrichten. Geschrieben von einem Priester der Gesellschaft Jesu. Mannheim.

 

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[1] Se trata solamente de una selección de documentos que se publican dentro del Proyecto Amoxcalli.

[2] Archivo General de la Nación, Inquisición, México, vol. 969, exp. 9, ff. 172-173.

[3]Humboldt Vues de Cordillère,  t. I. p. 229, citado en Boban,  1888, segundo libro, p. 225.

[4] La selección que se hizo a partir de los títulos de los documentos de la bnf –en ocasiones incompletos–  para formar este pequeño grupo de “Textos sobre el norte de la Nueva España” partió del interés en la cartografía y la etnografía del septentrión novohispano. Pueden haber quedado fuera del grupo documentos importantes para el tema, ya que esta selección no pretende ser exhaustiva.

[5] Para una revisión bibliográfica relativamente reciente ver Piñera 1987 y 1990.

[6] Para mencionar algunos, Aboites, 1995, 2000; Alessio Robles, 1938; Almada, 1968;  Álvarez, 2000; Cramaussel, 1990, 2000; Garza 2003a,  2003b; Gómez Canedo, 1968, 1977; Hackett, 1944; Hausberger, 2000;  del Hoyo, 1972; Mirafuentes, 1979, 1993, 2000;  Radding, 1977, 1978, 1995; del Río, 1974, 1975, 1984, 2000; Marta Rodríguez García, 1995; Rodríguez Sala, 1993, 1997, 1999, 2004;  Sheridan, 2000; Velázquez, 1974.

[7] México, unam, 1996.

[8] Citado en Hackett, 1944,  p. 468. Ver también Escoto Ochoa, 1949 y Velázquez, 1974.

[9] Citado en Hackett, 1944,  p. 462.

 

[10] De manera similar en el documento de la bnf núm. 174 se mezclan parcialmente informes sobre la Pimería Alta, tomados probablemente de informes del padre Kino, fojas 1 hasta 5, y luego se hacen extractos sobre el Nuevo México tomados del tratado sobre América Septentrional del capitán Juan Matheo Mange, ff. 5v-7. Igualmente en el documento bnf núm. 198 se resume información sobre la costa de California, en el documento  núm. 258 del mismo acervo se resumen datos estadísticos económicos, geográficos, demográficos de ciudades, villas, corregimientos y alcaldías menores con especial atención en los tributos recaudados entre 1772 y 1784. En el documento de la bnf núm. 191 se reunen copias de cartas, informes y reportes sobre el Nuevo México de distintos autores igual que, añadiendo Texas, también en los núms. 194, 199 y 199 bis.

[11] En este documento núm. 166 que es un amplio y erudito estudio –que está incompleto porque abarca sólo los parágrafos 35 al 107– se citan obras que describen los descubrimientos y características de Florida, la Bahía del Espíritu Santo y se extraen datos sobre la presencia española en el Mississippi y el norte de Texas hasta el territorio de “los Kappas” y de “los Akansas” con sus latitudes. Las comparaciones geográficas se hacen constantemente con el mapa de Arrowsmith de la región y con el mapa de Lafore del norte de la Nueva España.

[12] Carta de Pichardo citada en el documento bnf núm. 164.

[13] Hackett, 1944, p. 468.

[14] Hackett, 1944, p. 468. Véase también Escoto Ochoa, 1949. Otros estudios más generales sobre los límites septentrionales y las relaciones mexicano-norteamericanas son los de Bosch García, 1961; Flores Caballero, 1982; Gutierrez Ibarra, 1989; Moyano, 1991; Piñeda, 1987, 1990; Quiñones, 1994; Suárez Argüello, Ana Rosa, 1997; Vázquez, 2000; Velázquez, 1974, 1976, 1979, 1982; Zorrilla, 1966, entre muchos otros más.

[15] Hackett, 1944, p. 471. Ver Hackett, 1931.

[16] Cfr. Weber, 1976, 1979. Sobre estos grupos indígenas en el norte es muy amplia la historiografía, ver bibliografía.

[17] Sobre la historia del real de Santa Bárbara ver Cramoussel, 1990.

[18] Los nombres propios de los distintos pueblos indígenas se escribirán en este ensayo con mayúscula. Se quisiera resaltar con ello su individualidad y especificidad, asi como subrayar el hecho que forman parte de la  historia de la Nueva España-México, aunque han sido ignorados por mucho tiempo.

[19] Weigand y García 2000, ver ahí bibliografía citada. Hay que tener noción de que existía un comercio de turquesas desde zonas de Nuevo México hasta Michoacán, Oaxaca y Yucatán, que se utilizaban rutas marítimas por el Pacífico a lo largo de la costa de toda América, así como las fluviales y marítimas por el “Seno Mexicano” (o sea el Golfo de México ) que, por ejemplo, comunicaban sitios como Tantoc en San Luis Potosí con Cahokia (o Tamarora) en el alto Mississippi. Sobre las culturas del Mississippi ver Neurath 1994.

[20] Los animales que hoy conocemos como búfalos se los denominaba “cíbolas”, “cíbolos” y son un elemento central para entender la cultura de muchos de los pueblos nativos de Norteamérica, como se percibe en los documentos que analizamos y subrayaremos a lo largo de este estudio.

[21] Es excelente la discusión de este tema por Cramoussel, 2000 p. 275 ss. Ver también Sheridan, 2000, p. 352  y ss; Álvarez, 2000; Griffen, 1969, 1979; Chapman, 1916, 1921; Newcomb (1961) 2002; Brooks, 2002.

[22] Sobre Sonora en el siglo xviii ver Radding 1977, 1978 y 1995, Rodríguez Sala, 1999 y Hausberger, 2000, además de la bibliografía al final de esta introducción.

[23] Ver Gómez Canedo, 1988. Más información sobre el padre Mazanet en Rodríguez Sala et al., 1997,  p. 185 y ss.

[24] Ver sobre esos pueblos Rodríguez García, 1995; Valdés Dávila, 1995; Chipman, 1992; Newcomb, 1961; Sheridan, 2000.

[25] Sobre la historia de Texas ante el “reto francés” y el papel de los evangelizadores, ver Velázquez 1974 p.89ss.

[26] Ver sobre Oñate, Rodríguez Sala et al 1995 p. 209 ss,  entre otros.

[27] Álvarez, 2000; Cramoussel, 2000.

[28] Cfr. Krieger 1946, Newcomb  (1961) 2002 y la bibliografía que cita.

[29] Esta información se repite en muchos tratados cuando mencionan Teguayo o Tehuayo. El capitán Mangé, copiado en el documento núm 174 f. 6v, por ejemplo, dice que en el siglo xviii, estando él en el real de Chihuahua un indio que hablaba español y yuta le dijo que vivió tres años en el pueblo de nación tehuayo, con casas de dos altos y muros y con calles y cuarteles derechos.” Añade el capitán que ese reino se encuentra contiguo a la nación yuta pero hacia la costa del mar Californio por los 50 grados norte.

[30] Este tema lo estudia detalladamente para el siglo xix Brooks, 2002.

[31] Velasco, 1998, es el estudio mexicano más reciente y detallado que se concentra sobre todo en el siglo xix. Ver también Valdés, 1995; Velasco, 1996; Newcomb, 2002, pp. 155-191; Wallace y Hoebel, 1952.

[32] Álvarez, 2000: 343.

[33] Ver sobre el tema de los comanches y el problema de la identidad, Velasco, 1998.

[34] Arlegui, 1737, citado en bnf núm 166, f. 8v.

[35] Rodríguez Sala, 1993, 1997 y 2004 estudia ampliamente los aportes científicos de las expediciones por tierra y por mar al norte del virreinato.

[36] Ver León-Portilla, 1989.

[37] Recientemente Hausberger, 2000, ha documentado ampliamente este fenómeno.

[38] Gerhard, 1996, p. 442. Ver sobre Tamaulipas Saldívar, 1943, 1945; Stresser-Pean, 2000. Sobre la Huasteca Meade, 1942; Pérez Zevallos y Ludka de Gortari, 1987; La visita, 2001;  Ruvalcaba, 1998.

[39] El término “chichimeca” merece atención y una discusión amplia. Aquí solamente se usa como en las fuentes del siglo xvi, es decir, como sinónimo de indios norteños no agrícolas o  “indios de guerra”. Ver Braniff, 1997, 2000 y bibliografía de los trabajos compliados en Nómadas, 2000.

[40] Ver sobre la Huasteca: Meade, 1942; Pérez Zevallos y Ludka de Gortari 1987; Ruvalcaba, 1998; La visita 2001, entre otros.

[41] Gerhard 1996, p. 443.

[42] Sheridan 2000, Garza 2003 a ,  2003 b.

[43] El franciscano Puelles elalboró además de esos documentos (BNF 158) también otro informe en épocas posteriores (1827) sobre los límites de Texas que fue de gran utilidad para otra Comisión de Límites. Ver Bibliografía.

[44] Sobre las expediciones del siglo XVI  ver Rodríguez -Sala et al 1993.

[45] Gerhard, 1996, p. 390.

[46] Kelley, 1952; Neurath, 1994, ver ahí bibliografía.

[47] Sauer, 1932; Gerhard, 1996; Hausberger, 2000.

[48] Gerhard, 1996, p. 378. Cfr. Rodríguez Sala, 1993, ver bibliografía.

[49] Radding 1977, 1978, 1995; Mirafuentes, 1979, 2000; del Río, 1984; Hausberger, 2000.

[50] Hay que subrayar la gran importancia que tuvieron las tropas de pueblos indios amigos para los colonos y los militares, aunque solamente se hable de ellos colateralmente en las fuentes, donde se mencionan generalmente sólo como “tropas auxiliares”. La historiografía reciente muestra cómo las naciones indígenas tenían que “comprobar” su lealtad a los españoles combatiendo activamente a otros pueblos o participando en las guerras sirviendo como tropa auxiliar de los europeos; además, cuando algunos indígenas osaron levantarse en armas algunos contra los europeos intrusos, las contraofensivas punitivas resultaban sumamente crueles. Cfr. Mirafuentes, 1993; del Río, 1984; Hausberger, 2000; Álvarez, 2000, entre otros.

[51] Mirafuentes, 1979.

[52] Kessell, 1966, 1976; Hausberger, 2000.

[53] Velázquez, 1974, 1979.

[54] Suárez Arguello, Clara Elena, 2002. p. BXV y ss.

[55] Velázquez 1974, p. 182-183. Ver bibliografía especializada en este tema mencionada en la nota 13.

[56] Gerhard, 1996, p. 385.

[57] Curiel, 1994; González Quiñones, 1998;  Radding, 1977, 1978 y 1995; Mirafuentes, 1979, 1993, 2000; Del Río 1974, 1975, 1984; Hausberger, 2000.

[58] En las crónicas de las órdenes religiosas, por ejemplo la de los franciscanos de Arlegui de 1737 o la de Arrecivita de 1792, hay ejemplos de “vida, virtudes y feliz muerte”  de varios  frailes franciscanos que fueron a la conversión de los indios del norte.

[59] Citado en Luis González Rodríguez,  1977, p. 249.

[60] Este espíritu de cruzada y guerra santa se percibe bien en el relato del padre Zárate, quien, hablando de un compañero religioso franciscano, fray Francisco López, al cual habían matado los indios del pueblo de Purai en el Nuevo México a fines del siglo xvi, opinaba que “no se quedaron sin castigo, que bien lo pagaron” (bnf núm. 379 f. 15). Cuando 33 años más tarde se desenterraron los huesos de dicho padre, “se llevaron con toda veneración y respeto en procesión, todos los religiosos revestidos y a pie, hasta colocarlos en la iglesia de Zandía, y “desde que comenzó a salir la procesión, comenzó el santo a hacer milagros” (bnf núm. 379 f. 16).

[61] Véase informe de recorrido del padre Kino núm.174, sobre otros misioneros jesuitas, la organización de las misiones, sus estudios de las lenguas y sus informes. Consultar también Hausberger, 2000, y la bibliografía anexa.

[62] Los nahuatlismos en las crónicas jesuitas se analizan detalladamente por González Rodríguez, 1977. Esa obra es fundamental para conocer la forma de pensar, de actuar de los misioneros jesuitas, al mismo tiempo que profundiza en la etnografía de la Pimería Alta.

[63] Su precisión lingüística también se manifestaba en sus conceptualizaciones religiosas, pues como se lee en los documentos que aquí se publican, hablaban de indios idólatras” sólo cuando encontraban ídolos, lo que no fue el caso, al parecer, en la mayoría de los pueblos de las regiones que en este caso nos interesan (bnf núms. 167 y 169). En el caso de los indios de California que vivían entre la misión de San Diego y el puerto de San Francisco, se dice, para citar otor ejemplo, que en esos indios”  no se había encontrado,  según informes del padre Palou, “el menor vestigio de idolatría, sino sólo una mera infidelidad negativa" (bnf núm. 180. f. 2).

[64] Hausberger, 2000; Brooks, 2002; Cramaussel, 2000; Álvarez, 2000.

[65] 1998, p. 465.

[66] Aun el término “español debe entenderse siempre en el contexto de la época, es decir, no tenía que ver con España ni con la territorialidad de un estado nacional, más bien era una expresión socio-étnica y estamental. No se refería a quien había nacido en España, sino que se era español por ser hijo de español, es decir, había muchísimos españoles nacidos en Zacatecas,  Oaxaca, etcétera.

[67] Solamente con estudios demográficos detallados se podrán superar esos mitos. Tales estudios deben basarse, entre otros, en datos de archivos parroquiales que permiten análisis poblacionales mucho más finos. Ver los excelentes estudios al  respecto de Cramausel, 1990; Álvarez, 2000; Aboites, 2000.

[68] Gerhard, 1996, p. 420.

[69] Leutenegger, citado en Gerhard, 1996, p. 420.

[70] Gerhard, 1996, p. 397.

[71] Hackett, 1923-1937; Scholes, 1936; Van Hasting Garner, 1974.

[72] Gerhard, 1996, p. 353.

[73] Sobre la complejidad de la concepción de “violencia” son de interés las amplias reflexiones en Velasco, 1998, p. XVIII y ss.

[74] Sariego, 2000, p. 5.


 
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