FONDO MEXICANO DE LA
BIBLIOTECA NACIONAL DE
FRANCIA
Introducci�n general a los� documentos sobre
el Norte de la Nueva Espa�a
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Br�gida von Mentz
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Entre los documentos
relacionados con la historia de M�xico que se encuentran en la Biblioteca
Nacional de Francia, en Par�s, llama la atenci�n la gran cantidad de mapas y
manuscritos que se refieren al norte de la Nueva Espa�a.
A primera vista sorprende
la heterogeneidad del material y parecer�a que se trata de una ca�tica
miscel�nea de copias de relaciones e informes de franciscanos sobre el Nuevo
M�xico, Texas y, en general, sobre las misiones fronterizas del septentri�n de
los siglos xvii y xviii que alternan con detallados mapas
y con traducciones de relatos norteamericanos de viajes por los r�os al norte y
noroeste del Mississippi, todo ello� procedente de gacetas, libros de historia
y, sobre todo, de los archivos franciscanos y del Archivo Virreinal (hoy
Archivo General de la Naci�n); hay documentos de temas religiosos que incluyen
vidas de santos y m�rtires, junto con informes militares o comerciales,
mezclados con visitas a misiones, padrones de poblaci�n e informes de
expediciones mar�timas por el Pac�fico norte y por la costa de California.
Sin embargo, el estudioso
del pasado ver� una cierta l�gica en este material documental tan diverso y encontrar�
una explicaci�n sobre la preponderancia de ciertos temas si sabe que quien
reuni� y mand� copiar una gran parte de este material fue el padre Antonio
Pichardo. Este bachiller, oriundo de Cuernavaca, fue capell�n del Real Hospicio
y por m�s de 20 a�os religioso del oratorio de San Felipe Neri de la ciudad de
M�xico.
Seg�n afirmaba Alejandro de Humboldt, fue uno de los hombres m�s eruditos de la
Nueva Espa�a en la segunda mitad del siglo xviii,
pues era conocedor de numerosos idiomas (entre ellos el mexicano o nahuatl) y
ten�a una de las bibliotecas m�s grandes y ricas en la ciudad de M�xico.
Por su erudici�n como bibli�filo y coleccionista, cosm�grafo e historiador, el
virrey encomend� a Pichardo la elaboraci�n de un estudio sobre los l�mites
septentrionales del reino de la Nueva Espa�a, como se explicar� con mayor
detalle m�s abajo. Esa tarea requer�a de mucha informaci�n geogr�fica e
hist�rica que Pichardo reuni� y que forma parte hoy de la colecci�n mexicana de
la Biblioteca Nacional de Francia (a continuaci�n bnf ).
De la gran cantidad de
documentos sobre el norte de la Nueva Espa�a ubicados en la bnf , dentro del Proyecto Amoxcalli del
ciesas se publica en esta ocasi�n
solamente una selecci�n de 34 documentos y mapas, cuyo contenido se resumi� en
el cuadro sin�ptico al final de este estudio introductorio. Algunos de esos
mapas y documentos son muy conocidos por los especialistas, entre ellos las
famosas relaciones de inspecci�n a las provincias internas, informes de
expediciones o descripciones hist�rico-geogr�ficas como, por ejemplo, del
capit�n Juan Mateo Mang� (o Manj�) y del padre Eusebio Kino a la Pimer�a Alta a
fines del siglo xvii, los
escritos del franciscano Dami�n Mazanet sobre los indios �tejas� en la
provincia del mismo nombre, las cl�sicas obras de varios misioneros jesuitas,
los escritos del padre Juan Agust�n Morfi, del siglo xviii, que ya han sido publicados en varias ocasiones, como
se puede leer en la bibliograf�a anexa a esta introducci�n.
El objetivo al publicar
en facs�mil esta documentaci�n sobre el norte de la Nueva Espa�a, que se encuentra
en un repositorio tan alejado como la bnf
, es darlos a conocer al p�blico en general en M�xico. Empero hay que
tener conciencia de que se trata de una m�nima parte del arsenal de documentos
que albergan cientos de archivos de todo el mundo y, en especial en los Estados
Unidos y en M�xico.
Para los especialistas de la historia de cada una de las provincias �Coahuila,
Texas, Nueva Vizcaya, Nuevo M�xico, Arizona, as� como Sonora, California, etc.�
estos documentos y mapas publicados ahora en medios electr�nicos no
representar�n gran novedad sino que ser�n solamente un m�nimo complemento o, en
el mejor de los casos, la oportunidad de tener acceso c�modo a algunos mapas en
facs�mil que est�n en Par�s y a ciertas copias de manuscritos cuyos originales
son de dif�cil acceso o, incluso, ya se han perdido. Hay que remitir, adem�s, a
la enorme bibliograf�a especializada para la historia de cada provincia en
M�xico y en los Estados Unidos, bibliograf�a de la cual aqu� solamente
incluimos una m�nima parte para invitar al estudioso a proseguir en pesquisas
sobre este vast�simo territorio.
Por la amplitud y
complejidad de la historia del norte de la Nueva Espa�a, a la que se refiere
este material, es imposible contextualizar a cada uno de estos documentos
minuciosamente. Por eso, en esta introducci�n, se tocan s�lo ciertos aspectos
generales de la historia del septentri�n y se discuten en relaci�n con los
trabajos recientes de investigadores que han profundizado en la historia de
Coahuila, Texas, Nuevo M�xico, Nueva Vizcaya, Sonora y California.
Al interesado se lo remite a la amplia bibliograf�a donde se enumeran algunas
de las obras de los autores especializados en la historiograf�a del septentri�n
novohispano. Para tener una visi�n general nos ha sido, como siempre, una gu�a
insuperada una obra de Peter Gerhard, en este caso su Geograf�a hist�rica
del norte de la Nueva Espa�a.
En nuestra opini�n, la
documentaci�n que se publica ahora en el Proyecto Amoxcalli arroja luz en
especial sobre cuatro temas, que son los siguientes:
- La
geograf�a hist�rica de la zona fronteriza entre Texas y Louisiana y el estudio
sobre l�mites, del padre Pichardo.
- La
etnograf�a y etnohistoria de los numerosos pueblos que viv�an en esos vastos
territorios.
- Las
expediciones espa�olas al norte de la Nueva Espa�a y las rivalidades mar�timas
y comerciales internacionales.
- Los
religiosos que llegaron a esas regiones �apost�licamente a derramar su sangre
entre los infieles�.
1. LA GEOGRAF�A HIST�RICA DE LA ZONA
FRONTERIZA ENTRE TEXAS Y LOUISIANA Y EL ESTUDIO SOBRE LIMITES, DEL PADRE
PICHARDO
Ubicada en zonas de
ind�genas y en tierras poco conocidas, la frontera entre la Louisiana y las
provincias del norte de la Nueva Espa�a, no fue claramente definida a lo largo
del siglo xviii. En ese siglo
ocurrieron numerosas guerras entre Espa�a, Inglaterra y Francia que motivaron
m�ltiples cesiones, ventas y compras de territorios coloniales, hechos que
transformaron la situaci�n en Am�rica profundamente. Florida, por ejemplo,�
pas� a manos de Inglaterra al final de la Guerra de los Siete a�os, en 1763, y
Louisiana a las de Espa�a; posteriormente, en 1783, Inglaterra regres� la zona
entre el Oc�ano Atl�ntico hasta el R�o Perdido, la llamada Florida oriental, a
Espa�a. En 1800 Espa�a intercambi� a la vez la Louisiana con la Francia
napole�nica por ciertos territorios italianos que los ej�rcitos franceses
hab�an ocupado. En este �ltimo tratado de intercambio quedaron muy poco
definidos los l�mites de Louisiana, como explica el historiador Hackett, pues
Espa�a se compromet�a a ceder a la Rep�blica francesa �la colonia o provincia
de Louisiana con la misma extensi�n que tiene ahora, en manos de Espa�a, y que
ten�a cuando fue posesi�n de Francia antes de 1761 y tal como estaba despu�s de
los tratados subsiguientes ocurridos entre Espa�a y otros estados.�
Napole�n, sin embargo, no ocup� la Louisiana y en cambi� la vendi� en 1803 a
los Estados Unidos.
As�, en 1803, el problema
de la indefinici�n de la frontera se manten�a, pues los Estados Unidos hab�an
adquirido un territorio con la misma extensi�n descrita de manera tan ambigua
como vaga y, ante esa situaci�n, el presidente Jeffersson expres� con claridad
las pretensiones de expansi�n norteamericanas al estipular que el territorio
comprend�a �todas las aguas del Missouri y del Mississippi�, este hecho era
negado por Espa�a. Es por ello que en 1805 la Corona espa�ola orden� una
compilaci�n de hechos hist�ricos relacionados con esos territorios para
comprobar las fronteras del norte del virreinato de la Nueva Espa�a. Se trataba
de mostrar que muchos afluentes del Mississippi y las mismas provincias de
Texas y Nuevo M�xico hab�an sido territorio del virreinato de la Nueva Espa�a.
As�, se mand� hacer un estudio referente a los l�mites septentrionales del
reino y, ante todo, de las fronteras occidentales de la provincia de Louisiana,
compilando
�
cuantos documentos y datos hist�ricos y geogr�ficos
como fuera posible con el objeto de comprobar las fechas de nuestro
establecimiento en las diferentes partes de las provincias interiores de la
Nueva Espa�a, especialmente en aquella de Tejas� y costas adyacentes.
En la Nueva Espa�a esta tarea se le encomend� en 1807 a
fray Melchor de Talamantes, como jefe de una comisi�n hist�rica encargada de
este trabajo. Pero los sucesos pol�ticos no permitieron a Talamantes llevar a
cabo la encomienda. Con la irrupci�n de Jos� Bonaparte en Espa�a, el padre
Talamantes particip� en el movimiento liberal anti-bonapartista en apoyo del
virrey Iturrigaray en la ciudad de M�xico. Pero con el contragolpe conservador
de 1808 que llev� al poder virreinal a Pedro de Garibay, el padre Talamantes
fue apresado, acusado con los dem�s correligionarios de separatista y mandado a
Espa�a a ser juzgado; finalmente, enferm� de fiebre amarilla en Veracruz y
muri� en mayo de 1809. Entonces se encomend� el estudio sobre los l�mites al
padre Pichardo. �ste se dio a la tarea de estudiar los l�mites del norte de
Texas, que era un territorio casi desconocido. Los poblados y las misiones
franciscanas cercanas al Missisippi hab�an tenido una vida precaria y ef�mera,
por lo cual no era una tarea f�cil escudri�ar con exactitud los puntos
lim�trofes con Louisiana.
Siguiendo las
instrucciones al pie de la letra, Pichardo busc� material para �comprobar las
fechas del establecimiento (espa�ol) en las diferentes partes de las provincias
interiores de la Nueva Espa�a� y escribi� un� amplio tratado de miles de fojas
en el que citaba autoridades y fuentes de manera extensa, copi�ndolas, y
probando as� sus puntos de vista con referencia al asunto. Como se dijo al
inicio, gran parte del material documental sobre el septentri�n novohispano que
se encuentra en la bnf proviene
de la biblioteca y colecci�n de Pichardo, por lo que revela, parcialmente, la
forma de trabajar� del religioso. As�, por ejemplo, se percibe c�mo recopilaba
material en el documento n�mero 165 de la bnf
, en el que se re�nen apuntes sobre l�mites, extractos de peri�dicos de
la �poca con informaci�n geogr�fica, pol�tica o militar sobre Texas, sobre la
Louisiana, as� como bocetos de distancias localizaci�n de poblados y c�lculos
de ubicaci�n de r�os y misiones seg�n las jornadas de expediciones o de
informes de religiosos. Aunque el nombre del documento en la bnf es �Noticias geogr�ficas sobre
Texas�, en realidad se observa que son apuntes muy variados y extractos de
temas muy diversos que utiliz� el erudito para escribir su tratado.
Parecida a esa recopilaci�n de material se puede catalogar la mayor�a de los
documentos que ac� se publican y, sobre todo, la gran cantidad de copias de
mapas. Los mapas de provincias y derroteros, la ubicaci�n de pueblos, r�os y
serran�as que se pueden observar en los documentos que van del n�mero 154 hasta
el 161, fueron elaborados en el siglo xviii.
Son de gran inter�s para la historia de la cartograf�a en M�xico y fueron
recopiladas y mandadas copiar por el padre Pichardo para cumplir con su tarea y
escribir su tratado y deben vincularse a los otros manuscritos, diarios,
derroteros e informes de viajes.
En contraste entre la
forma final que tom� el tratado definitivo de Pichardo y esos extractos y
apuntes como los que conforman el documento n�mero 165 y otros muchos, se
percibe en el documento 166. �ste contiene ya parte de la obra final, sobre la
geograf�a y exacta longitud y latitud del territorio de Coahuila, Nuevo Le�n y
Texas hasta el Mississippi y el �Seno Mexicano� (Golfo de M�xico).
Como dec�a el mismo padre Pichardo, �mi trabajo ha resultado largo, pero he
preferido que me llamen prolijo a ser oscuro por causa de la brevedad o indigno
de cr�dito debido a la debilidad de mis argumentos�.
La obra result� monumental y cumpli� con el prop�sito de Pichardo de refutar la
pretensi�n de los Estados Unidos de que Texas quedaba incluida en la compra de
Louisiana de 1803.
En 1812, efectivamente, el padre Pichardo entreg� a la
Secretaria del Virreinato un informe de m�s de cinco mil fojas en el que
documentaba con pruebas fehacientes, desde su punto de vista, cu�les eran los
verdaderos l�mites del reino, mostrando hasta d�nde hab�an llegado los primeros
expedicionarios del siglo xvi,
hasta d�nde hab�an llegado en distintos momentos hist�ricos las misiones de los
franciscanos en Texas y en Nuevo M�xico, y mostrando la cantidad de indios
bautizados y de personas congregadas en diferentes puntos en esas provincias.
As� pod�a sostener el argumento de que todas las tierras mencionadas eran
territorio leg�timo de la Corona espa�ola. Los numerosos mapas, informes y
padrones de poblaci�n que recopil� en los archivos de la ciudad de M�xico, de
Zacatecas y de Quer�taro �desde donde hab�an partido numerosos franciscanos que
acompa�aron diversas expediciones y que se hicieron cargo de la doctrina de
varias de las misiones� formaban as� parte del material que este erudito
utiliz� para su trabajo.
En el documento de la bnf n�m. 164 se puede comprobar,
finalmente, que en ese a�o de 1812 los fiscales reales aprobaron que de las
cajas reales se le pagara lo prometido al padre Pichardo. Un a�o despu�s de
haber concluido el trabajo, el padre muri�, pero sus papeles y su biblioteca
deben haber pasado a manos de coleccionistas como Aubin y as� llegado
finalmente a la Biblioteca Nacional de Francia.
El original de 5126
folios entregado al virrey fue copiado �a lo largo de todo el a�o de 1813� y
finalmente mandado a Espa�a.
Estos escritos de Pichardo, encuadernados en 31 vol�menes y en especial el tomo
n�mero 29, fueron la base del lado espa�ol para las negociaciones en 1818 entre
los embajadores y enviados de Espa�a y los norteamericanos sobre un tratado de
l�mites con los Estados Unidos. Estas negociaciones condujeron a la firma del
tratado On�s-Adams, del 22 de febrero de 1819.
Los documentos de Pichardo eran la prueba incontrovertible de las posesiones
espa�olas, por lo que se fijaron los l�mites de Tejas y Louisiana en el r�o
Sabinas, siguiendo la propuesta del padre novohispano.
Posteriormente, cuando el
M�xico independiente confirm� los l�mites determinados en el tratado
Adams-On�s, en 1928, fueron reutilizados los estudios del erudito.
Como insisten varios
historiadores mexicanos y norteamericanos, es fundamental para la historia de
Texas la voluminosa obra de Pichardo. Charles W. Hackett, el editor de la obra
del padre en ingl�s en cuatro vol�menes, explica que el tratado de Pichardo,
tal como lo escribi�, sigue siendo �una verdadera enciclopedia de la historia
del �rea Texas- Louisiana� en el� periodo comprendido entre 1519 y 1811.
2.� ETNOGRAF�A Y ETNOHISTORIA DE LOS
NUMEROSOS PUEBLOS QUE VIVIAN EN ESOS VASTOS TERRITORIOS
En la amplia zona que
conforma el septentri�n novohispano al norte de Coahuila, de Chihuahua y de
Sonora se consolidaron �nicamente ciertas misiones y algunos poblados de
espa�oles a trav�s del tiempo, aunque los relatos hist�ricos recopilados en los
documentos que ac� se publican mostraban que Espa�a hab�a fundado a trav�s de
sus capitanes, soldados y religiosos asentamientos permanentes en esas zonas
desde el siglo xvi. Como vimos en
el apartado anterior, ya entrado el siglo xviii,
era importante para la Corona espa�ola y las autoridades virreinales en M�xico
consolidar esas posesiones por los intereses extranjeros que presionaban sobre
ellas. Sobre todo se tem�a el expansionismo de los ingleses y franceses en el
norte y este, y de los rusos en el Pac�fico.
El mayor de los enclaves
poblados por colonos, soldados y religiosos espa�oles, indios del centro de la
Nueva Espa�a y castas se ubicaba en el Nuevo M�xico, al norte de la Nueva
Vizcaya en las riberas del alto r�o Bravo o Grande del norte y sus r�os
tributarios.
En el excelente resumen que escribi� el franciscano Z�rate Salmer�n en 1623
(aprobado en el convento de San Francisco en M�xico en 1623, bnf n�m. 379 ff. 13-16) se describ�an
las primeras entradas ocurridas en la d�cada de 1580 a la provincia de los
Tiguas, al norte del R�o Grande (Bravo) por unos doce soldados y un capit�n
�que iban en busca de minas� y salieron de Santa B�rbara 200 leguas al norte.
Aunque el centro del relato era el martirio que sufrieron unos religiosos que
mataron los indios, se describe esta primera entrada al pueblo de Puarai y al
de indios janos en el pueblo luego llamado Galisteo.
Explicaba tambi�n que en Picur�es hab�a minas de granates y que en Zama y en
todas las Sierras de los Hemex no hab�a �otra cosa sino minas, a donde yo
descubr� muchas y registr� para su Magestad� (bnf
n�m. 379, f. 39). Hay que recordar que este franciscano aprendi� la lengua
hemex y hab�a redactado una doctrina que le auxiliara para la conversi�n de
estos pueblos con los que vivi� muchos a�os. En opini�n de este religioso
en la tierra hemos visto plata, cobre, plomo, piedra
im�n, alcaparrosa, alumbre, azufre y minas de Chalchihuites, que los indios
benefician desde su gentilidad, que para ellos son diamantes y piedras
preciosas (bnf n�m. 379, f. 40).
Esto comprueba la gran
relevancia que tuvo para los pueblos nativos desde �pocas precolombinas el
beneficio y comercio con turquesa, tema en el que arque�logos e historiadores
del M�xico antiguo han profundizado.
Pero el padre tambi�n reporta en esos tempranos a�os �en relaci�n con la historia
de la penetraci�n espa�ola en el norte, es una fecha muy temprana el a�o de
1623� datos etnogr�ficos de interesantes. Dec�a, por ejemplo:
Los indios de aquellas Provincias son poblados, casas
grandes, quiero decir, de muchos aposentos, y de muchos altos. El vestido
mantas de algod�n, que se da mucho en la tierra; pintan estas mantas. Tambi�n
usan cueros de c�bola,
y de lobo, y mantas de pluma para lo cual cr�an muchas gallinas de la tierra.
No hay diferencia en las ropas del hombre a la mujer, todos andan calzados por
el fr�o. El sustento ma�z, frixol, calabazas, hierbas, de que antes que entren
los fr�os, todos se previenen para su a�o. Carne de venado, liebres, conejos,
gallinas montesas, codornices, perdices; tambi�n matan para comer osos que hay
muchos y mucho pescado: bagre, solla, trucha y matalote es lo m�s general entre
todo r�o del norte, de manera que no mueren de hambre. Una cosa hay que alabar
a estas naciones, y es que no son borrachos, ni tienen brebaje, sino el agua
del r�o (bnf n�m. 379 f. 41).��
Esta relaci�n de Z�rate
sobre los pueblos del Nuevo M�xico, los de la Provincia Zu�i, Mooqui, los
Cruzados, y (al noroeste) los Amacahuas, los de Bahacecha, los Ozaras y dem�s
es realmente de muy elocuente y rica por su detallada descripci�n etnogr�fica (bnf n�m. 379, ff. 46-55). Estos datos
se ampl�an y complementan con los numerosos mapas del Nuevo M�xico del siglo xviii (bnf n�ms. 154, 160, 191, 196 y 197). Sin embargo, para la
etnohistoria esto implica resolver el problema de la identificaci�n y
caracterizaci�n de los diferentes pueblos ante la arbitrariedad, imprecisi�n y
contradicci�n de las clasificaciones usadas por los distintos religiosos,
militares y funcionarios.
����������� En varios informes sobre
Sonora (bnf n�ms. 174 y 179) se
percibe con claridad c�mo actuaban los religiosos que, acompa�ados por
autoridades civiles y militares, visitaban lejanas rancher�as, impon�an su
religi�n e interven�an en la designaci�n de autoridades que a ellos parec�an
convenientes.
V�ase, por ejemplo un p�rrafo del informe del jesuita Eusebio Kino sobre su
entrada a la Pimer�a Alta en 1698:
huve que volver a San Andr�s adonde hab�an llevado los
Cocomaricopas, hombres, y mujeres , que yo hab�a citado con el fiscal, que sabe
muy bien las dos lenguas Pimas y cocomaricopa, y cinco a�os antes, en mi
primera entrada por esta causa yo le hab�a dado la vara de fiscal enviado con
�l, desde entonces y despu�s, la palabra de Dios a dichos Cocomaricopas. Aqu�
vimos c�mo el traje, assi en los� hombres como en las mujeres y la lengua es
muy diferente de la de los Pimas; pero es gente muy afable, muy bien agestada y
emparentada con los Pimas...{hay} rancher�as donde todas casi saben las dos
lenguas [...] despu�s de haberles hablado...de los misterios de la Nuestra
Santa F�, y d�ndoles algunas dadibillas, por haberlos experimentado muy finos,
a uno muy alto de estatura le dimos vara de gobernador; y al fiscal
antecedente, que habla muy bien las dos lenguas, le hicimos capit�n y a otro
hicimos fiscal mayor; y los despachamos despu�s muy contentos con muy buenos
tlatoles para toda su dilatada naci�n (bnf
n�m. 174, f. 5v-6)^.
Exactamente en la misma
�poca en la que el padre Kino informaba sobre su �apost�lico viaje� otros dos
franciscanos daban noticias sobre los nativos de Texas. Los relatos de los
frailes Francisco de Jes�s Mar�a (bnf
n�m. 169) y Dami�n Mazanet (bnf
n�m. 167) de los a�os 1690 y 1693 son de gran inter�s porque representan las
primeras noticias que se tuvieron de las costumbres de los pueblos llamados
Texas o Tejas, as� como del desembarco de los franceses en la Bah�a del
Esp�ritu Santo o San Bernardo.
Aunque se trata de
informes conocidos por los especialistas (ver bibliograf�a anexa), hay que
subrayar que su valor para la etnograf�a de los indios llamados texas o asinai.
Los franciscanos hacen alusi�n a la cultura, formas de vida y costumbres de los
distintos pueblos conocidos gen�ricamente como �tejas� con gran detalle.
Francisco de Jes�s Mar�a tambi�n mencionaba c�mo mor�an por las enfermedades
contra�das (probablemente por contagio con microorganismos tra�dos por los
europeos y contra los que no ten�an inmunidad); quiz� no estaban los aasinai
tan errados al acusar a los religiosos de causar las mortandades. Dec�a fray
Francisco de Jes�s Mar�a:
puso el Demonio en la cabeza {a los indios} que
nosotros huvimos tra�do la enfermedad a esta tierra y cuando vieron� que con la
enfermedad que el Se�or les envi� en ese a�o de 1691 en todo el mes de marzo
que murieron en toda esta Provincia como trescientas personas poco m�s o menos,
se afirmaron m�s en decir que los hab�amos muerto (bnf n�m. 169, f. 11).
�����������
En general, los datos
etnogr�ficos que presentan los frailes son detallados y de mucho inter�s. As�
informa fray Francisco, por ejemplo, que la provincia de los asiney o asinai se
compone de muchas diferentes naciones, que nombra, y que el nombre de �texias�
en todas las naciones es nombre com�n, pues son �naciones amigas� aunque la
lengua sea diferente. Se mencionan sus enemigos al sur y al este, es decir a
los carancahuas emparentados con los coahuiltecos y a los gen�ricamente
llamados �apaches�.
Los asinai se alimentaban de ma�z, frijol, calabaza, batatas, sand�as, mirasol
y animales de caza. Explicaba que �les es necesario valerse de la c�bola en
diferentes tiempos del a�o�. Para ir a cazarla se juntaban varias naciones por
el peligro que significaba el encontrarse con pueblos rivales y enemigos.
����������� Es l�gico que a los
religiosos que estamos siguiendo les haya parecido especialmente importante
conocer las costumbres y �supersticiones� de los indios texas, que, como dec�a
el padre Mazanet, �han tenido siempre un Indio Viejo que entre ellos era el
Ministro y el que ofrec�a a Dios las ofrendas� (bnf n�m. 167, f. 11v) El padre Francisco de Jes�s Mar�a daba
raz�n sumamente detallada de sus ritos y hablaba de ese �ministro� de la
siguiente forma:
El gran Xinesi de esta Provincia tiene enga�ados a
todos sus vasallos dici�ndoles que �l habla siempre que quiere con Dos Ni�os
que tiene en su casa, que vinieron de la otra parte del cielo, y que estos Dos
Ni�os comen y beben y que siempre que quiere hablar con Dios se vale de ellos.
Y en algunas ocasiones que ve que no le llevan ma�z y de los que ellos usan,
dice que los Dos Ni�os est�n enojados que no quieren hablar [...] que no han de
tener buena cosecha que los enemigos los han de matar.
{el Xinesi} los llama a todos a su casa y juntos manda
que todos los caddises y m�s viejos entren dentro de la casa donde tienen los
Dos Ni�os, que es una casa muy grande, m�s que las suyas, donde vive y all� se
asientan todos arrimados a la lumbre que siempre tiene el Xines� encendida de
d�a y de noche. Y m�s cuidado tiene que no se apague, que muchos sacristanes en
atizar las l�mparas de el Sant�ssimo Sacramento. Lo primero que hace delante de
todos, es tomar unas brasas con tapalcate. All� le echa manteca de el coraz�n
de la Z�bola y tabaco y da incienso a los Dos Ni�os, que los tiene puestos en
un tapestle alto como dos varas a los lados est�n dos cofrecitos de otate,
donde siempre pone algo de lo que ofrecen a el entre a�o y les dice a todos los
que est�n all� que los cofrecitos est�n vac�os, luego que ha acabado de
incensar, apaga la lumbre toda, cierra la puerta de tal suerte que no sea nada
de claridad, quedando todos a oscuras adentro; los que est�n afuera est�n
bailando y cantando, los de adentro est�n con mucho silencio escuchando a el
Xinesi que forma dos voces fingidas una como de ni�o, la otra aspera, algo
propia a el natural. Con esta habla a los dos ni�os dici�ndoles que digan a
Dios que todos los aseney ya se enmendar�n de aqu� adelante que les d� mucho
ma�z, que les de mucha salud, ligereza para correr tras de los venados y
c�bolas, que les d� mucho esfuerzo para pelear contra sus enemigos y muchas
mujeres para que todos se sirvan de ellas (bnf
n�m. 169 f .9 v).
No hay espacio en esta
introducci�n para profundizar en el valor etnohist�rico de cada uno de los
detallados relatos de los diferentes religiosos que escribieron los documentos
que aqu� se rese�an y que se complementan con otros del siglo xviii (bnf n�m. 171) y con la informaci�n detallada contenido en los
numerosos mapas de Texas, pero cabe subrayar que los religiosos son los
primeros y �nicos testigos de la d�cada de 1680 que dan cuenta del desarrollo,
costumbres y la cultura de los pueblos indios confederados que se llamaban texas.
Muchos de ellos desaparecieron totalmente de la faz de la tierra unas pocas
decenas de a�os despu�s de haberlas visto los frailes.
Otro� informe de gran
inter�s para el estudio de los pobladores nativos es el escrito en 1685 por
otro fraile franciscano, Alonso de Posadas, custodio de las misiones del Nuevo
M�xico (bnf n�m. 193). Su valor
estriba en la etnograf�a que hace de los pueblos del Nuevo M�xico y la historia
que narra de la conquista y descubrimiento de los Reynos de Taguayo (tambi�n
llamada Tatajo) y Quivira. Posadas hab�a sido antes misionero en esa zona por
diez a�os, por la que conoci�, como dec�a �las fronteras m�s remotas de
aquellas Provincias�. Como dice en la p�gina 3, su inter�s era alentar a m�s
religiosos a ir a convertir a los gentiles de esa zona. Inicia explicando la
localizaci�n de Santa Fe en el Nuevo M�xico, c�mo fue descubierta y el papel
del adelantado don Juan de O�ate, as� como las caracter�sticas de las numerosas
naciones que viv�an en esos lares. Insiste en la distinci�n entre Teguayo reino
muy distinto a Quivira, en su riqueza minera, en las caracter�sticas
geogr�ficas de las regi�n y la latitud de sus poblados.
Posadas describe a los
tepeguanos, taraomara, conchos, sublimes, cuyas �naciones circundan al dicho
Real de minas del Parral� (bnf
n�m. 193, f.4) y al hablar del R�o del Norte (Bravo) describe los indios
mansos, jumas y jumanas que no eran agricultores. Explica la docilidad de la
�naci�n jumana� relatando que cuando en una entrada del a�o de 1632 en Santa Fe
de �algunos soldados del Nuevo M�xico y con ellos un franciscano, que se
toparon en el r�o Nueces con la naci�n jumana� �stos se mostraron �amigables� y
con �inclinaci�n a ser christianos� (bnf
n�m. 193, f. 5). Aunque los soldados y un padre regresaron a Santa Fe, uno de
los religiosos, el padre Juan de Salas permaneci� con ellos seis meses sin
sufrir da�o. Posada informaba tambi�n de otras entradas de los europeos al
oriente de Nuevo M�xico, donde toparon con indios aijados, escanjaque y
posteriormente a la naci�n de los texas. Se menciona (bnf n�m. 193, f.7) una guerra con los quitoas y se especula
algo sobre los l�mites septentrionales de Texas y Nuevo M�xico. Es de inter�s
que al norte de los Quiviras, se afirma que hay f�rtiles y abundantes tierras
que gozan las �vacas silbestres� que llaman �c�bolas�. Posadas finalmente sigue
muy de cerca la expedici�n de Juan de O�ate en esas tierras con sus 80 hombres
y la meta de llegar al Oc�ano Pac�fico o, como se dec�a en la �poca �la mar del
norte�.
Al hablar de otras
expediciones que partieron de Santa Fe �recu�rdese que Posadas escribe en 1685
estando en la ciudad de M�xico�, menciona que
hay una naci�n que pos�e y es due�a de todos los
llanos de C�bola, que se llama la Apacha. Son los Yndios de esta Nacion, tan
soberbios y tan altivos y presumidos de guerreros, que son el enemigo com�n de
todas cuantas naciones est�n debajo del norte, y a todas las tienen
acobardadas, y a las m�s de ellas, consumidas, arruinadas. Ocupa esta naci�n y
tiene por propias tierras retiradas de sus propias tierras, y por tales las
defienden, cuatrocientas leguas de largo de poniente a oriente y de norte a sur
doscientas leguas y por algunas partes mas es su centro los llanos de Cibola,
confinando como confina por el oriente con la Quivira, con quien siempre ha
tenido guerra y tiene. Con la naci�n de los Texas, confina por la misma parte
con quien tambi�n siempre ha tenido guerra y aunque son dilatadas estas dos
naciones y copiosas de gente, siempre la naci�n Apacha por las fronteras de la
tierra adentro que tienen doscientas leguas, como se ha� dicho que no solo las
contiene dentro de sus l�mites sino que en muchas y diversas ocasiones se han
entrado por sus tierras, y estando por ministro el informante en el pueblo de
los Pecos, entraron en �l en alguna ocasi�n, cantidad de rancher�as de esta
naci�n Apacha a vender sus cueros y gamuzas, y tr�an algunos indios e indias
muchachas y muchachos a vender por caballos de la naci�n Quivira, que hab�an
cogido en los asaltos que hab�an hecho en sus tierras (bnf n�m. 193, f. 10 y ss.).
Como se ve, los
documentos est�n llenos de datos etnogr�ficos de inter�s, a pesar de que para
los espa�oles las noticias m�s importantes eran las relacionadas con la
existencia de yacimientos de metales preciosos. Estos documentos nos remiten
tambi�n al problema de la designaci�n de los diferentes pueblos ind�genas de la
regi�n y al registro de sus costumbres, especialmente valioso para la �poca
anterior a 1680 por los cambios que ocurrieron cuando estallaron numerosas
rebeliones y guerras. Ellas hicieron retroceder a los espa�oles otra vez al R�o
Grande (Bravo), como veremos m�s abajo al hablar de las expediciones.
Como discute ampliamente
el historiador Salvador �lvarez, es muy complejo el problema de qui�nes eran
realmente los �apaches�, los �tobosos�, los �teguas" pues los documentos oficiales
�como vimos arriba� son sumamente circunstanciales y sesgados por intereses.
Tambi�n es muy problem�tica la identificaci�n de los grupos por las
dificultades de c�mo nombraban los espa�oles a los distintos pueblos, como ha
estudiado atinadamente Chantal Cramaussel.
Sin embargo, se pueden hacer lecturas indirectas. Sobre los apaches de los
llanos del c�bola o c�bolo (actuales estados estadounidenses de Colorado, norte
de Nuevo M�xico y norte de Texas actual) por ejemplo es muy expl�cito Posadas
al relatar
gobi�rnase no por caciques, ni pr�ncipes naturales,
sino por aquellos que en la guerra se se�alan m�s valientes; no usan de �dolos,
ni de otras supersticiones bajas, s�lo veneran al sol con estimaci�n de Padre,
por decir ellos que son los hijos del Sol. V�stense de gamuzas, usando siempre
de zapatos, Botas, Gabardinas y pr�cianse de asearlas. Nunca llevan en sus
caminos m�s de sus arcos y flechas y los arcos tan bien dispuestos al modo
turquezco, que con s�lo verlos se conoce ser de aquella naci�n por distinguirse
de todas las dem�s. Tienen mujeres propias y que estiman (bnf n�m. 193, f. 13).
Es probablemente uno de
los testimonios m�s autorizados escritos en el siglo xvii por un misionero que radic� diez a�os en Santa Fe, sobre
estos grupos ind�genas.
Sobre los yutas, que
viv�an al norte del Nuevo M�xico y a�n m�s al norte de la sierras que llamaron
Casa fuerte o Nabajo, menciona esta misma fuente que se llega a ellos por el
llamado� R�o Grande �pose�do por los Apaches� y
entra la naci�n que llaman Yutas (gente belicosa);
atravesando por esta naci�n, como setenta leguas en el mismo rumbo de Norueste,
se entra despu�s por entre unos Cerros, a distancia de 50 leguas, poco m�s o
menos, en la tierra que llaman los indios del norte Teguayo, y los Indios
Mexicanos por tradici�n antigua, la llaman Copala.
En lengua mexicana quiere decir, congregaci�n de mucha gente y naciones
distintas. De la misma tradici�n antigua se dice que de aquella parte vinieron
no s�lo los Indios Mexicanos, que �stos fueron los �ltimos, sino tambi�n todas
las dem�s naciones que en diferentes tiempos fueron poblando estas tierras y
Reinos de la Nueva Espa�a (bnf
n�m. 193, p. 13).
Como se ve de estos
breves ejemplos, son numerosas las alusiones que en los documentos se hacen a
las antiguas tradiciones y a las costumbres, tradiciones y forma de vida de
numerosos pueblos nativos. Informes posteriores que ac� se publican y numerosos
mapas con sus anotaciones arrojan m�s luz sobre la situaci�n en esas provincias
norte�as. As�, por ejemplo, el informe del militar Antonio Bonilla de 1776 (bnf n�m. 197) describe el Nuevo M�xico
un siglo m�s tarde. Habla este informe del �comercio de cambalache o permuta de
g�neros y frutas, de los viajes anuales de los vecinos del Nuevo M�xico a
Chihuahua para proveerse de bienes de Castilla, vendiendo los buenos textiles
de algod�n que se producen en Santa Fe�. Tambi�n se dice que los indios
gentiles
suelen llegar de paz a los
pueblos para cambalachar pieles de c�bolo y venado, y algunos indiezuelos de
los que cautivan en sus guerras, por caballos, mulas, cuchillos y otras
chucher�as (bnf , n�m. 197 f.
2v).
N�tese este dato de venta
de �indiezuelos� como esclavos, mencionado en distintos relatos colateralmente,
pues esto muestra que hab�a un comercio directo de esclavos, es decir, de
cautivos tomados a grupos enemigos que los yuta o los llamados apaches u otros
grupos trocaban por caballos y otras mercanc�as cotidianamente. A estos
esclavos indios se les denominaba en Nuevo M�xico �gen�zaros� como dice el
documento bnf n�m. 196 (ff. 6,
15v). El tema de la esclavitud, semiesclavitud y comercio con cautivos de
guerra y �rebeldes� as� como su venta a las minas o a los obrajes (a los que se
refiere el documento bnf n�m.
197, f. 6) es de gran importancia para la historia social novohispana y a�n no
est� agotado.
Por lo general, son muy sucintos los datos sobre el mundo cotidiano de la
producci�n, consumo y comercio, de la cacer�a practicada por unos y la
agricultura y ganader�a por otros, as� como el comercio y el trueque entre los
distintos grupos. Sin embargo, aunque los que elaboraron los documentos no les
prestaron demasiada atenci�n, son datos fundamentales, pues muestran c�mo se
viv�a en �poca de paz y as� matizan aquella insistencia en la belicosidad perenne
y en la hostilidad de los nativos alrededor de las poblaciones del Nuevo
M�xico.
Para otras regiones
tambi�n se mencionan� los frecuentes tratos de los ind�genas Caddos �entre
muchos otros m�s que viv�an m�s al norte de Texas� con los comerciantes franceses
de Louisiana que bajaban por los r�os y cambalachaban armas de fuego, productos
de hierro y otras mercanc�as por pieles (bnf
n�m. 158). Igualmente se dec�a en 1778 de la misma zona de Texas que, aunque
estaba prohibido, los �habilitadores� franceses de Louisiana manten�an un
comercio activo con los nativos de Texas, cambalanchan armas de fuego,
municiones, pa�os, espejos, cuchillos y chucher�as por pieles de c�bola,
venado, manteca de oso y caballer�as �sin hierro� y �orejonas� (bnf n�m. 168).
Desde el punto de vista
de los colonos y religiosos la presencia de los comanches hacia fines del siglo
xviii agudiz� los conflictos en
todo el norte. Como dec�a en su peculiar manera de expresarse el teniente
coronel Antonio Bonilla y los dem�s testigos presenciales en varios textos,
hab�a una �numerosa indiada que rodea y hostiliza el Nuevo M�xico� y sobre todo
eran feroces los ataques de los comanches (bnf,
n�m. 197, f. 3v). Este pueblo constaba de diversos grupos que mantuvieron
violentos encuentros con los colonos e indios agricultores en el siglo xviii y, sobre todo, en la primera
mitad del xix.
En un mapa que tambi�n se publica en esta serie y que se elabor� a ra�z de la
expedici�n de 1776 -1778 se dice de esa naci�n que reci�n hab�a incursionado en
el siglo xviii hacia el Nuevo
M�xico y Texas y que se convirti� en odiado rival de otras naciones cazadoras
de b�falos:
Esta Naci�n Cumanchi hace
pocos a�os se apareci� primero a los Yutas, dicen sali� por la banda del Norte
rompiendo por entre varias naciones, y dichos Yutas los trajeron a hacer
cambios con los espa�oles: tra�an multitud de perros cargados con sus pieles y
tiendas. Se hicieron de caballos y armas de fierro y se han agilizado tanto a
el manejo de caballo y de ellas que aventajan a todas las naciones, en su agilidad
y �nimo; se han hecho se�ores y due�os de todos campos de los c�bolos,
quit�ndoselos a la naci�n Apache, que era la m�s dilatada que se ha conocido en
la Am�rica, han destruido muchas naciones de ella, y los que han quedado los
han arrinconado a las fronteras de las Provincias de Nuestro Rey, causa porque
se experimentan tantos da�os pues les falta su primer mantenimiento, les obliga
la necesidad a mantenerse con caballos y mulas (bnf n�m. 154).
Los informes del siglo xviii que se publican tambi�n son muy
ricos en datos etnogr�ficos sobre la costa de California, como los informes
sobre los nativos cercanos al puerto de San Francisco, de la expedici�n por
tierra de Sonora encabezada por el capit�n Anza en 1774-1776, que se resumen en
el documento 180 de la bnf .
Dicen ah�, por ejemplo que esos ind�genas
generalmente andan desnudos y para defenderse alguna
vez del fr�o se embarran con lodo. La mujeres usan de un delantal de tules. El
matrimonio entre ellos es disoluble, no tienen otras formalidades que el
convenio mutuo, no observan la afinidad y es general la polygamia (bnf n �m. 180, ff. 2- 2 v).
Tambi�n se a�aden
detalles de inter�s en ese mismo documento, como el que hay una semilla negra,
�muy mantecosa�, de un sabor parecido a la almendra y de cuya harina se hacen
unos tamales muy sabrosos.
Otras noticias provienen
de una carta que recibe de Nootka (costa norte del Pac�fico, Vancouver)� el
capit�n Esteban Jos� Mart�nez del nav�o La Princesa en San Blas en 1789.
Ah� se describe la vida material de los indios Nootka, su religi�n, sus
costumbres funerarias entre otras muchas m�s (bnf
, n�m. 176, ff. 3-7).
Para los arque�logos y
etnohistoriadores podr�n ser de inter�s muchos de los documentos aqu�
publicados porque se describen �c�es� o ruinas de antiguos edificios en
diversas zonas del Nuevo M�xico y zonas aleda�as. As�, por ejemplo, en los
relatos de expediciones resumidos en 1623 se describen los �muchos edificios�
que encontraban los exploradores espa�oles y se menciona la laguna de Copala,
al noroeste de Nuevo M�xico, como lugar de origen de los mexicanos y se insiste
en el hecho que esa fue la ruta de los mexicanos en su camino al sur (bnf n�m. 379, f. 78). El padre Kino,
quien dibuja un mapa de la regi�n noroeste de Sonora durante su ruta en 1698 por
el r�o Gila hasta su desembocadura al Mar de las Californias (Mar de Cort�s),
menciona �otras dos casas grandes, pero ya muy destruidas de los Moctezumas� (bnf n�m. 174, f. 5v). Tambi�n las
describe �ahora minuciosamente� en el documento elaborado casi cien a�os m�s
tarde el gobernador del Nuevo M�xico, el capit�n Anza. Se denomina �Descripci�n
yconogr�fica del Palacio de Moctezuma, situado en el r�o Gila� (bnf n�m. 87). En esa ocasi�n se tomaron
medidas y se reconocieron edificios llamados �El Palacio de Moctezuma� al
margen del r�o Gila. De especial inter�s es la relaci�n de c�mo los pimas
entend�an y explicaban la presencia de esos edificios en su tierra y c�mo lo
vinculaban a un mito del origen de los seres humanos en la tierra.
La historiograf�a reciente
ha criticado con raz�n el mito de la belicosidad perpetua e incesante de
ciertos grupos ind�genas que pervive en las fuentes hist�ricas. Salvador
�lvarez, por ejemplo, ha profundizado de manera muy convincente en esta cr�tica
bas�ndose en un detallado an�lisis de la historia de los tobosos que viv�an en
las riveras del r�o Florido en la Nueva Vizcaya. Como dice este autor, los
colonizadores obviamente eran conscientes de los maltratos que ocasionaban a
los nativos. �no eran ciegos, sab�an muy bien que las entradas para cautiverio,
los rudos trabajos en minas, haciendas y salinas, las crueldades de pasadas
guerras, todo eso conduc�a� a una violencia que no necesitaba cartas de
presentaci�n�.
Muestra este estudioso c�mo el t�rmino toboso se fue convirtiendo entre
fines del siglo xvi y 1683 en un
apelativo gen�rico del indio de guerra que se refugia m�s all� del bajo r�o
Conchos. Sin embargo, de hecho, la historia espec�fica de este grupo ind�gena
es mucho m�s compleja, pues eran relativamente pac�ficos en momentos �lgidos de
la historia del valle de San Bartolom� y en los inicios de los primeros
poblados mineros y agricultores de la Nueva Vizcaya. Como explica este autor el
t�rmino toboso se convirti� en una definici�n pol�tica del enemigo en
esta zona, es decir, en ese caso, con el correr del tiempo, el apelativo
�toboso� cambi� de ser primero una modesta encomienda de indios del valle de
San Bartolom�, luego se fue extendiendo en el tiempo y en el espacio, hasta
terminar por darle un nombre a toda una gama de sociedades que cubr�an un
vast�simo espacio de muchos cientos de kil�metros. Este estudio demuestra que
hay que ser sumamente cr�ticos de las fuentes hist�ricas coloniales, como las
que aqu� se publican de la bnf.
Lo dif�cil es saber m�s
sobre los numerosos pueblos norte�os en cuanto a sus formas de vida originales.
Por ello hay que detenerse, por ejemplo, en esa primera clasificaci�n que se
hizo de los apaches �de los llanos de c�bola� al norte de Nuevo M�xico y de
Texas en el siglo xvi e inicios
del xvii, porque fue solamente
una designaci�n descriptiva, que pronto se convirti� en un gen�rico por
�aguerrido y feroz bandido� y se aplic� a much�simas otras naciones.
Usamos en este estudio
introductorio el t�rmino naci�n como lo entend�an los religiosos que
escribieron estas cr�nicas, quienes, conocedores del lat�n, probablemente lo
usaban con la connotaci�n de su ra�z, nascere, o sea, como linaje o
grupo social de �los unidos o emparentados por nacimiento�. Al respecto, es de
inter�s el tema de la identidad de un pueblo o grupo y c�mo la conserv� o
mantuvo. Los documentos reportan, por ejemplo, el caso de la confederaci�n de
�amigos� como los distintos pueblos de lenguas distintas que se denominan a s�
mismos �tejas� (bnf n�m. 167, 169
y 171). Viv�an al norte del r�o Nueces y sur del Mississippi relacionados con
las llanuras al norte y noreste de Nuevo M�xico. Otras fuentes hablan de las
distintas bandas de �comanches� pero esparcidos en territorios sumamente
vastos.
Como en el caso de los
tobosos, de los distintos grupos llamados apaches y de otros tantos grupos
nativos los natchez o cadadoches, los asinai, los caracahuas, los janos y dem�s
de Texas y Coahuila hay mucho a�n por estudiar. Lo que se debe afinar es la
cronolog�a de sus apariciones, la historia de los primeros encuentros, si hubo
encomiendas, el tipo de relaci�n con los invasores-colonos, sus formas de
reproducci�n econ�mica, los cambios que sufrieron as� como importantes
elementos de su vida en haciendas, minas y misiones o presidios.
Pero el problema de la
naturaleza de las fuentes es serio: Los relatos de viaje de religiosos, los
informes de militares o gobernadores, las cartas de particulares o informes
oficiales de misioneros son sumamente parciales. En toda esta documentaci�n los
nativos son vistos siempre desde el punto de vista del fraile, convencido de
ser el portador de la verdad, es decir, se les ve a partir del inter�s por bautizarlos
y salvar su alma y arrancarles �de ra�z las espinas y malezas de gentilidad�,
como dec�a un franciscano.
El inter�s de los representantes de la vida y cultura castellana radicaba en
aprovecharse de ellos para el comercio con pieles, en capturarlos como esclavos
y sirvientes para haciendas o minas, por incorporarlos en encomiendas y
reducciones (o pueblos de misi�n), por utilizarlos como tropas auxiliares en
nuevas guerras contra otros pueblos o en expediciones punitivas contra grupos
rebeldes.
����������� Esto nos impone hacer una
advertencia al lector de estos documentos publicados en este Proyecto Amoxcalli
del ciesas: Fueron redactados
sobre todo por religiosos y militares de la �poca y as� muestran la cara
oficial de la expansi�n espa�ola y no vamos a o�r las voces de los ind�genas,
ni se describen las profundas y devastadoras experiencias que ellos tuvieron
durante esa expansi�n espa�ola al norte de la Nueva Espa�a.
3. LAS EXPEDICIONES ESPA�OLAS AL
NORTE DE LA NUEVA ESPA�A Y LAS RIVALIDADES MAR�TIMAS Y COMERCIALES
INTERNACIONALES
Como subraya la
historiograf�a mexicana, durante el periodo virreinal las expediciones de
espa�oles (militares y religiosos) al septentri�n hicieron notables aportes a
la ciencia, pues los informes que se elaboraron en esas ocasiones destacan los
recursos naturales y los aspectos etnogr�ficos que se trataron el punto
anterior. Sin duda tambi�n las localizaciones, posiciones geogr�ficas y
toponimia de sitios descubiertos son aportes duraderos que esas exploraciones
hicieron al conocimiento del mundo en esos a�os.
As�, son notables los aportes a la cartograf�a y geograf�a y se relatan con
precisi�n los fen�menos naturales que afectaron la navegaci�n. Los nuevos mapas
modificaban la visi�n que se ten�a del mundo en el imperio espa�ol.
Pero debemos insistir
tambi�n en el hecho que todas las entradas militares espa�olas con sus
auxiliares tlaxcaltecas y de otros pueblos ind�genas del centro por tierra se
caracterizaron por ser sumamente sangrientas y que sembraban el terror entre
los pueblos nativos donde aparec�an.
Ya desde 1519, en su
b�squeda por minas de oro o plata los expedicionarios hab�an avanzado en todas
las direcciones por antiguas rutas de intercambio ind�genas y cuando no
encontraron la riqueza met�lica esperada, como fue el caso del Nuevo Santander,
por ejemplo, desarrollaron un redituable tr�fico de esclavos indios. En esta
zona costera, en 1519 la poblaci�n huasteca llegaba hasta la Sierra de la
Tamaulipas Vieja como muestran los datos arqueol�gicos, es decir, hasta el
valle de Soto la Marina y buena parte de la Sierra Madre.
Estaban sobre una frontera chichimeca hostil,
y guardaban esa frontera, pero despu�s de la llegada de los europeos, �sta se
retrajo al sur en las primeras d�cadas del siglo xvi al ser diezmados, esclavizados y congregados los
Huastecos que viv�an m�s al norte.
Entre 1519 y 1523,
Francisco de Garay hizo varios intentos infructuosos para establecer una
colonia y en 1523 los ej�rcitos de Cort�s derrotaron a los huastecos. Como
explica la historiograf�a, los conquistadores desarrollaron un redituable
tr�fico de esclavos vendidos primero al M�xico central y m�s tarde embarcados a
las Antillas, donde exist�a una gran escasez de fuerza de trabajo.
Las partidas en pos de esclavos se internaron al norte, aunque el l�mite del
control efectivo se contrajo hasta el r�o Tames�. Tamaulipa, Tanguanchin y
Tanchipa eran el blanco de las incursiones chichimecas y con frecuencia
tuvieron que ser abandonados y trasladados. En esta zona sigui� el tr�fico de
esclavos en el siglo xvi y luego
de manera disfrazada en el sistema de �congregas�, mediante el cual se
capturaban rancher�as enteras y se les transportaba al Nuevo Reino de Le�n.
Luis de Carvajal intent� abrir en la d�cada de 1570 el camino entre la Huasteca
y las minas de Mazapil y obtuvo capitulaci�n en 1579 para formar un nuevo
gobierno, llamado Nuevo Reino de Le�n. Lo que es de especial inter�s en el
contexto de este trabajo por la similitud con otras provincias es el hecho de
que las pr�cticas esclavistas y la captura de nativos como fuerza de trabajo
para las estancias ganaderas y haciendas de labor y de minas que se fueron
estableciendo a lo largo del siglo xvi
y del xvii fueron tambi�n lo
cotidiano en las vecinas provincias de Nuevo Reino de Le�n y Coahuila.
Como se puede observar en
el mapa de Puelles y en sus � notas cronol�gicas� (bnf n�m. 158) las costas al norte de Nueva Santander, de
Texas y Florida fueron reconocidas hacia 1519 y toda esa �rea denominada
vagamente �Florida�.
Como se explica en el resumen de las expediciones al norte, elaborado en 1623
por el ya mencionado padre Z�rate Salmer�n, tambi�n se hacen amplios relatos
sobre los descubrimientos de Florida y su v�nculo por tierra con el Nuevo
M�xico (bnf n�m. 379, ff. 64-68).
Nu�ez Cabeza de Vaca y
otros sobrevivientes de la expedici�n de Narv�ez, que desembarcaron en la costa
en 1528, pasaron varios a�os como esclavos de Caracahuas, un belicoso pueblo de
las costas tejanas, antes de poder escapar tierra adentro, para finalmente
alcanzar Sinaloa. Como se puede leer en varios de los documentos aqu�
publicados, la presencia de estos sobrevivientes en las desconocidas regiones
septentrionales dieron pie a que Espa�a fundamentara su leg�tima posesi�n de
esos territorios y los relatos de estos soldados motivaron la organizaci�n de
nuevas entradas espa�olas.
Gerhard supone que los
mencionados sobrevivientes visitaron probablemente el territorio de los mansos
en 1535, cerca del actual poblado de El Paso al margen del R�o Grande (Bravo) y
que a trav�s de ellos llegaron a M�xico y difundieron rumores sobre la existencia
de grandes ciudades m�s al norte.
De la misma manera,
fueron de relevancia los informes de los sobrevivientes de la partida de
Hernando de Soto, que atravesaron el bosque al occidente del r�o Rojo en 1542
en un in�til intento por regresar a M�xico por tierra. Gerhard menciona que
pueden haber llegado hasta el r�o Trinidad, pero que hallaron la ruta muy
�spera y volvieron al oriente.
En el altiplano central
norte�o, ante las noticias de ciudades en el alto R�o Grande (Bravo), en 1539
fray Marcos de Niza hizo un reconocimiento y es posible que haya visto un
asentamiento de los zunis, pero la exploraci�n m�s sistem�tica se dio a partir
de la expedici�n de Francisco V�zquez de Coronado, quien, como dice el
franciscano Z�rate en el documento bnf
n�m. 379, sali� de Culiac�n en 1540 y explor� durante dos a�os la regi�n de los
zu�i-moqui. Como ya se dijo, se trataba de poblados de ind�genas agricultores y
de desarrollada civilizaci�n relacionados probablemente con Mesoam�rica, especialmente
por el comercio de turquesa; probablemente son precisamente los antiguos
caminos y las viejas rutas de intercambio las que siguieron los primeros
exploradores. V�zquez permaneci� dos a�os en la zona de las llanuras centrales
hasta Kansas y en la regi�n del alto R�o Grande (Bravo) y del r�o Pecos. Otros
v�nculos antiguos deben haberse dado tanto por tierra como por mar entre las
costas de California como entre las culturas del Mississippi y la Huasteca,
como proponen estudios recientes.
El padre Z�rate menciona
la presencia de gente de Asia que �rescataba ambar y metales� en la costa de
California a la que lleg� una partida de exploraci�n de V�zquez de Coronado (bnf n�m. 379). Pero la decepci�n de no
encontrar en Nuevo M�xico ricos yacimientos de metales preciosos y el hecho de
que los poblados de los �indios pueblo�, como se les llam� gen�ricamente,
estaban rodeados de pueblos nativos hostiles hizo desistir� en esos a�os a los
espa�oles de una colonizaci�n m�s sistem�tica.
Si bien� hubo algunas
entradas con religiosos a los �indios pueblo�, como ya se dijo, hasta 1598 se
fund� el llamado �Reino de Nuevo M�xico�, cuando la Corona autoriz� la
expedici�n de Juan de O�ate (con una capitulaci�n que le asign� el t�tulo de
adelantado-gobernador). O�ate parti� de Santa B�rbara (en Nueva Vizcaya) al
norte con 130 colonos y 7 000 cabezas de ganado y, como se relata en los
documentos analizados en el apartado anterior, los colonos se establecieron en
los �indios pueblo� en 1598. As�, el �rea controlado a principios del siglo xvii se reduc�a en realidad a ciertas
islas de influencia europea que fung�an como enclaves a las riberas del alto
R�o Grande (Bravo) y de sus tributarios, los r�os Chama, Jemez y otros, as�
como hacia el nacimiento del r�o Pecos. Hacia el oeste se sosten�a
Acoma-Laguna, Zu�i y Moqui, como describe con lujo de detalles el relato del
franciscano Z�rate (bnf n�m.
379). El cuartel general de O�ate estuvo primero en San Juan de los Caballeros,
pero pronto se traslad� a la villa de San Gabriel y a partir de 1610 la capital
fue Santa Fe.
Este precario control
espa�ol de la zona se vino abajo ante las rebeliones locales, en especial la
revuelta de los indios pueblo en 1680, durante la cual murieron muchos
espa�oles y los sobrevivientes se retiraron a Paso del Norte. Aunque
posteriormente se recuperaron los asentamientos de los indios pueblo, y en 1692
se restableci� Santa Fe como capital, la regi�n de los hopi o moqui se perdi�
definitivamente, como ya se vio. Lejos, al sur, hab�a otro asentamiento espa�ol
ribere�o en torno a El Paso y en El Carrizal.�
A partir de estas fechas
se organizaron cada vez m�s sistem�ticamente las expediciones punitivas. As�,
las fuerzas al mando de Diego de Vargas sometieron entre 1692 y 1994 a los
rebeldes del alto Ri� Grande (Bravo). Adem�s, desde comienzos del siglo xviii, todos los poblados tuvieron que
hacer frente a los cada vez m�s frecuentes ataques de los pueblos hostiles, que
se subsum�an bajo el t�rmino de �apaches�. �stos, a la vez, se vieron
hostigados y presionados por enemigos en el norte �los Yutas�� y en el
nor-este, los comanches.
En los documentos sobre
el Nuevo M�xico compilados en el manuscrito bnf
191 y en el minucioso informe de Morfi que se publica ac� en facs�mil del
documento bnf n�m. 196 (copiado
de la obra Documentos para la Historia del Nuevo M�xico del Padre Manuel
de Vega)� y en el bnf n�m. 199 se
presenta una minuciosa historia de lo ocurrido en el periodo del siglo xviii en ese reino, as� como una
valiosa informaci�n geogr�fica, hist�rica y, sobre todo, demogr�fica de gran
inter�s sobre cada uno de los pueblos y rancher�as del Nuevo M�xico en 1782.
Resulta evidente, a partir de este informe, c�mo se hab�an transformado los
antiguos poblados de Santa Fe, Taos, Queres, Zand�a, Albuquerque, Laguna y Zu�i
por las guerras y los reacomodos forzosos o voluntarios de la poblaci�n
ind�gena �amiga�. Se mencionan, por ejemplo, barrios enteros en distintos
poblados de indios de �varias naciones� y se explica que eran cautivos
esclavizados por los apaches y comanches y que llegaban a vender al Nuevo
M�xico. Poco se informa sobre estos indios- cautivos de varias naciones que se
nombraban �gen�zaros� y que, como vimos ya, aparecen mencionados en varios documentos
(por ejemplo en el bnf n�m. 196,
ff. 6 y 15v). Deben haber tenido una posici�n social semiesclava o sumamente
subordinada. Adem�s, tambi�n se percibe en el texto c�mo para estas d�cadas de
la segunda mitad del siglo xviii
se hab�an acercado ya al sur los ataques de comanches por un lado, y apaches
por el otro. En especial viv�an amenazados constantemente los pueblos
fronterizos del Nuevo M�xico como Taos en frontera con comanches o como zu�i en
frontera con los navajos y los moqui (bnf
n�m. 196 ff. 9v y 19).
Como se ha mencionado de manera recurrente, la verdadera
riqueza de esta regi�n y de las distintas naciones que la poblaban eran las
pieles de c�bola, de oso y de venado; a la vez, las mercanc�as introducidas por
los europeos llegaron a ser sumamente codiciadas por los distintos grupos
nativos, lo que condujo a que se disputaran con violencia las pieles que hab�an
llegado a tener un valor de cambio totalmente distinto al que ten�an antes.
Con la presencia de los colonos espa�oles al sur y
franceses al norte con sus mercanc�as tan preciadas como caballos, mulas, armas
de fuego, textiles, utensilios de hierro y dem�s, las formas de vida se
alteraron por completo. El mismo informe del religioso que relata los primeros
contactos con los indios del r�o Nueces en Texas menciona la gran importancia
de las pieles de c�bola. Describe un bot�n al relatar c�mo el
capit�n Andr�s Lopez con 12 soldados y algunos �indios christianos� y muchos de
los jumanos hab�an salido �de buena gana� a reconocer las naciones ahijados,
escasijaques y quitoas en la zona del r�o de las Nueces en Texas, y que
dieron con una
rancher�a de indios de la naci�n Quitoas con quienes tuvieron una guerra bien
re�ida y reconocieron que los indios de las naci�n Escanjaques y de la naci�n
de los Ahijados en diferentes tropas iban entrando a socorrer a los Quitoas con
quienes estaban pelando y despu�s de haber durado la batalla casi un d�a,
quedando por los nuestros la victoria y con p�rdida de muy pocos indios
nuestros y muchos de los contrarios y cogiendo los vencedores los despojos y
prisioneros que llegaron a doscientos fardos de gamuzas de antes y cueros de
c�bola, se volvieron al puerto de los Jumanes y r�o de las Nueces. (bnf n�m. 193, f. 7,
subrayado nuestro).
�
Tambi�n en el Nuevo
M�xico el comercio m�s floreciente debe haber sido, adem�s� del de esclavos
cautivos, el de pieles. Esto resulta evidente en el informe de Morfi, quien
dec�a que los indios de la naci�n xicarillas �a veces designados Apaches� ,
hab�a sido congregada en una misi�n, pero que esta fue destruida por el
gobernador, �a quien la vida labradora de estos nuevos colonos privaba del
comercio de pieles�. A los indios Xicarillas, �llen�ndolos de pavor�, esta
acci�n contra la misi�n los dispers� entre los Yutas y los Comanches (bnf n�m. 196, f. 10v).
En la zona nor-occidental
de la Nueva Espa�a, como ya se dijo, Cabeza de Vaca hab�a descendido el valle
de Sonora en 1536, siendo que ya tres a�os antes una partida que hab�a salido
de Culiac�n se hab�a internado hasta Cumuripa y Cerro Prieto llegando, como ya
vimos que era la regla, a capturar esclavos entre los pimas bajos y tal vez
entre los �patas.
De Culiac�n sali� el ya mencionado misionero Marcos de Niza y tambi�n la
expedici�n de V�zquez de Crononado en 1540, que lleg� al r�o Gila e incluso
envi� a un peque�o grupo que atraves� el desierto hasta las bocas del Colorado.
Exploraciones posteriores las realiz� la partida de Ibarra y la de O�ate quien
entr� a esta zona norte�a desde Nuevo M�xico en 1604 a 1605 como describe
ampliamente el padre Z�rate (bnf
n�m. 379).
A mediados del siglo xvi, ocurr�an tambi�n numerosas
exploraciones espa�olas por el Pac�fico. Desde 1542 y 1543 la expedici�n de
Rodr�guez Cabrillo naveg� por la costa, hubo contacto con los abor�genes y las
tripulaciones de los barcos y se trazaron mapas del litoral de Alta California.
Sin embargo, de las provincias fronterizas de la Nueva Espa�a que aqu� nos
interesan, esta fue la �ltima que colonizaron. En la segunda mitad del siglo xvi la costa de la Alta California fue
avistada por las naos espa�olas que regresaban de Oriente, y algunas de ellas
enviaron a sus tripulaciones a tierra para examinar el terreno. Los rivales de
la Corona espa�ola, los ingleses, tambi�n llegaron a este litoral en 1576 en
tierras de los miwok, y llamaron este territorio Nueva Albi�n. Pocos a�os
despu�s los espa�oles, a su vez, desembarcaron cerca de Santa B�rbara en 1587 y
algunos n�ufragos incluso llegaron a la bah�a de Drake y en un lanch�n
continuaron rumbo al sur. No fue sino en 1602-1603 que Sebasti�n Vizca�no al
mando de 200 hombres realiz� una inspecci�n m�s extensa de la costa en tres
nav�os. Como relatan el padre Z�rate Salmer�n en su informe de 1623 (n�m. 379,
ff. 16- 21) y en la actualidad numerosos� historiadores, este grupo estuvo en
aguas de la Alta California cerca de dos meses y tuvo un contacto continuado
con sus habitantes.
Vizca�no denomin� el puerto de Monterrey as� en honor del virrey de la Nueva
Espa�a.
El comercio con Manila
hab�a empezado desde 1573 y a partir de ese a�o una o m�s de las naos que
regresaban navegaban rumbo al sur a lo largo de la costa. Avistaban Alta
California o la isla de Cedros, despu�s rodeaban cabo San Lucas en Baja
California, luego atravesaban hasta Navidad hasta continuar la traves�a a
Acapulco. Frente a San Lucas Thomas Cavendish captur� un gale�n. Como ya se
mencion�, fue la exploraci�n de Vizca�no el que reexplor� minuciosamente el
litoral, analizando la posibilidad de proteger m�s a los galeones de ataques
extranjeros. As�, no fue sino hasta el siglo xviii
que otra vez los intereses de otras potencias en esta costa presionaron a los
espa�oles a realizar m�s expediciones por estas aguas.
En contraste, la b�squeda
por yacimientos de metales preciosos empuj� a m�s expediciones por Sonora y no
por la costa californiana. Ya en 1617 se hab�a ocupado la zona del r�o Yaqui y
los jesuitas �siempre acompa�ados y precedidos por implacables capitanes y sus
soldados como recalca el historiador Hausberger�� empezaron a evangelizar la
zona de los pimas en el �rea de Cumuripa-Tecoripa, y en la tercera d�cada de
este siglo ya fundaron misiones entre los pimas bajos y los �patas del sur.
Como se descubrieron numerosos reales mineros en lo que hoy son los estados de
Sonora y Sinaloa, el noreste fue atractivo para los colonos espa�oles, de tal
manera que mineros, soldados, hacendados- rancheros y jesuitas se hab�an
extendido ya para esta �poca en el �rea.
Como se vio en el apartado anterior, el padre Eusebio Kino lleg� en 1687 a la
zona y penetr� a la zona de los pimas altos, llegando hasta Caborca y Bac en el
norte. En la zona pima hab�a habido rebeliones desde 1627 y tambi�n entre 1687
y 1685. Sin embargo, la mayor rebeli�n se dio� a mediados del siglo xviii. Despu�s de esa fecha, las
misiones del norte quedaron en ruinas y los indios dispersos.
Hubo fortificaciones
militares y colonias militares contra los ataques indios en varios lugares que
se fueron desplazando seg�n los vaivenes de las guerras. Adem�s, los mineros y
hacendados y dem�s civiles, junto con indios amigos, siempre formaron compa��as
de milicianos.
A inicios del siglo xviii la
actividad minera se redujo notablemente pues, al igual que hab�a sucedido en el
Nuevo M�xico, se hicieron sentir las ya mencionadas incursiones de los llamados
�apaches� y la miner�a decay�. Posteriormente tambi�n afectaron severamente la
econom�a las rebeliones de otros grupos, especialmente la rebeli�n de los seris
entre 1725 y 1726 y nuevamente en 1731 como explica detalladamente el
historiador Mirafuentes.
Aproximadamente en esa
misma �poca se da una revuelta de los pimas bajos y en 1751 fueron asolados los
asentamientos espa�oles por una gran confederaci�n de esa naci�n en combinaci�n
con pimas altos, seris y otros que hab�an abandonado las misiones. Como
explican distintos expertos, los espa�oles se tuvieron que retirar de varios
puestos de avanzada en Sonora por esta insurrecci�n.
La principal atracci�n de
los colonos no ind�genas que llegaron a esta amplia zona Sinaloa-Sonora fue su
riqueza mineral� y para explorarla requer�an de fuerza de trabajo. Sin embargo,
en ciertas zonas del noroeste, especialmente m�s al sur se dedicaron a la
agricultura y a la cr�a de ganado. Hubo muchos reales de minas menores, as�
como haciendas de labor, estancias ganaderas y ranchos, cuyos habitantes se
retiraban en �pocas de guerra a los presidios y asentamientos m�s grandes.
Hubo un intento en la
d�cada 1780 de extender el dominio espa�ol desde el norte de Sonora por el r�o
Gila, el desierto y hasta el litoral del Pac�fico en California, pero no se
lograron colonizar permanentemente poblados en el trayecto debido, como dice
Gerhard, a la �hostilidad del medio ambiente natural y humano�.
En tanto que los intereses econ�micos en Sinaloa-Sonora
se concentraban en la miner�a, los comerciales no condujeron en la costa del
Pac�fico a la colonizaci�n de la Alta California; en cambio lo que preocupaba a
los espa�oles en el siglo xviii
en ese ampl�simo litoral� fue sobre todo la amenaza procedente de las potencias
extranjeras. La presencia rusa a mediados del siglo y el inter�s de los
ingleses en el comercio de pieles de nutria marina (que se adquir�a de los
nativos de California y se vend�a en China) renovaron la necesidad de explorar
y colonizar permanentemente esa costa del Pac�fico.
Expediciones por mar y
tierra al norte de California partieron a principios de 1769 bajo la direcci�n
del visitador Jos� de G�lvez. Como explica Clara Elena Su�rez Arg�ello, este
visitador hab�a llegado a la Nueva Espa�a en 1765 y permaneci� en el reino
hasta inicios de 1772.
Intervino en todos los �mbitos de la vida econ�mica novohispana, buscando la
reorganizaci�n hacendaria y administrativa del reino. Durante su visita se
orden� la expulsi�n de los jesuitas, se estableci� el monopolio del tabaco, se
plante� el establecimiento de intendencias y se busc� restar fuerza a las
�lites locales modificando diferentes rubros administrativos y econ�micos y
fortaleciendo el poder de la metr�poli, entre muchas otras medidas a las que
hacen referencia los estudiosos especializados en este periodo.
Para el contexto que nos
interesa es de importancia subrayar que en la d�cada de 1760 �como ya vimos al
estudiar el problema de los l�mites de la Louisiana y Texas� a la Corona
espa�ola le preocupaba en especial contrarrestar la expansi�n inglesa. Dentro
de esa l�gica, a Jos� de G�lvez, como visitador general de la Nueva Espa�a, le
interes� especialmente la situaci�n militar y administrativa de las provincias
internas y el litoral de California. Despu�s de la expulsi�n de los jesuitas,
la situaci�n de guerra interna en Sonora y el abandono de las misiones la
reorganizaci�n de esa zona era de vital importancia. En febrero de 1768 inici�
el visitador general su viaje a la Nueva Galicia, San Blas y permaneci� casi un
a�o en la pen�nsula de California (del sur). En mayo del a�o siguiente lleg� a
Sonora. Bajo su mando se realiz� la expedici�n por mar y tierra que culmin� en
el puerto de San Diego, donde se reunieron ambas expediciones y donde se fund�
un asentamiento presidio-misi�n. Durante casi un a�o exploraron la regi�n
intermedia y luego establecieron un punto de avanzada en Monterrey. Esta costa
de California se aprecia en los mapas contenidos en los documentos de la bnf n�m. 156, 173, 177, as� como
resulta de gran inter�s el detallado informe del viaje que en 1774 realiz� el
capit�n Juan P�rez por la costa californiana hasta Nootka y la Isla Margarita (bnf n�m. 178).
Para� mayo de 1772,
G�lvez hab�a regresado a Espa�a, pero su figura� pol�tica fue de gran
trascendencia para la reorganizaci�n de la zona del norte de las Nueva Espa�a
en nuevas jurisdicciones denominadas las �Provincias internas�. Para la
elaboraci�n de nuevos planes de fortificaci�n de la inmensa frontera ante las
claras amenazas extranjeras, de rusos en el Pac�fico y, sobre todo, de la
expansi�n inglesa y francesa en el norte y noreste, se ordenaron expediciones
de reconocimiento por el litoral del Pac�fico, inspecciones a los presidios del
norte y fundaciones o refundaciones de nuevos presidios y misiones.�
As� el �rea de control
espa�ol se extendi� hasta la bah�a de San Francisco (Ver descripci�n geogr�fica
en bnf n�m. 198) en California,
pues se fundaron asi durante las siguientes d�cadas nuevos presidios y misiones
de franciscanos.� En 1774 llegaron colonos y se abri� una ruta terrestre que
atravesaba el desierto de Sonora, camino que se abandon� en 1781.
Como ya se dijo m�s
arriba, en esta zona de Sonora los enfrentamientos con los nativos fueron crueles.
Esto motiv� la hostilidad de los indios yumas, que condujo a� que se cerrara
ese camino por tierra. El documento n�mero 180 de la bnf que resume los resultados de la expedici�n encabezada por
el capit�n de Sonora Juan Bautista de Anza entre 1774 y 1776� informa
detenidamente sobre las expediciones que se hicieron de Sonora al puerto de
Monterrey en la costa californiana. En esos a�os, pero por mar el capit�n Juan
P�rez llegaba hasta la latitud norte de 55 grados (bnf n�m. 178), habiendo salido de San Blas y tocando
Monterrey.
Ante las entradas de los
rusos por el mismo litoral en las siguientes d�cadas se ampli� la zona
colonizada por espa�oles. Los Miwok fueron reducidos y los isle�os del canal de
Santa B�rbara trasladados al continente. El problema de la Alta California fue
mantener el abastecimiento de alimentos en poblados tan aislados y alejados.
Las provisiones ten�an que venir por mar desde San Blas en una traves�a larga y
dif�cil, aunque por algunos a�os se llev� ganado desde Baja California y Sonora.
Adem�s, si bien no hubo rebeliones en la costa californiana, muchos nativos
abandonaban las misiones. Por lo general no se informa de tantas epidemias como
en otras zonas, con excepci�n de la devastadora epidemia de sarampi�n de 1806.
Sin embargo como veremos m�s abajo en la siguiente secci�n, y como sucedi� en
todas las otras zonas del septentri�n, la poblaci�n aborigen disminuy� a un
ritmo alarmante. En cambio la poblaci�n no-ind�gena (espa�ola, mestiza, mulata
etc�tera) fue en aumento paulatinamente y estuvo estrechamente relacionada con
San Blas de donde llegaban en grandes cantidades todos los� bienes que se
requer�an. Soldados retirados y colonos ten�an, para finales del siglo xviii,� estancias ganaderas y agr�colas
en los poblados californianos.
El comercio m�s lucrativo
durante la segunda mitad del siglo xviii
en este litoral fueron las pieles de nutria, como ya se mencion�. Desde 1778 el
capit�n ingl�s James Cook, que hab�a visitado la costa noroccidental y
entablado comercio con los indios obteniendo dichas pieles, las que vendi� con
ping�es ganancias en China. Atra�dos as� por estas pieles de nutria, empezaron
a llegar barcos sobre todo de ingleses y angloamericanos interesados en el
comercio con los indios. Esto explica el contenido del documento bnf n�m. 176, que consta de la
traducci�n en 1789 de las instrucciones en ingl�s que dieron los comerciantes y
due�os del nav�o Argonauta, con agencia en China,� al capit�n en 1789.
En ese documento se habla de que el capit�n deb�a salir a establecer en
Am�rica� una "factor�a" y que deb�a buscar estar siempre en �armon�a
con las potencias extranjeras�� y tratar bien a los nativos para establecer con
ellos un comercio de pieles. Despu�s de haber invernado all� deber�a regresar
con las pieles de lobo marino. Se le recomienda de considere que en los
mercados de China se hace gran diferencia entre las buenas y malas pieles, de
tal forma que m�s valen 100 pieles buenas que 500 malas (bnf n�m. 176, f.2).
Otra carta del mismo a�o contenida tambi�n en ese documento
y enviada al puerto de San Blas, consta de la descripci�n geogr�fica de la
costa del Pac�fico norte escrita por un Jos� Ingraham al capit�n Esteban Jos�
Mart�nez del nav�o La Princesa en San Blas (bnf, n�m. 176, ff. 3-7). En especial
confirma que antes del capit�n Cook hab�a llegado un nav�o espa�ol a Nootka:
Cerca de 40 meses antes de la llegada del capit�n Cook
entr� un nav�o en el estrecho y and� entre algunos pe�ascos en la parte del
levante de la entrada en donde permaneci� cuatro d�as al cabo de los cuales se
hizo ir la vela. Me aseguraron que era mayor que ninguno de los que han visto
despu�s [los nativos]. Que estaba forrado en cobre y ten�a una cabeza del mismo
metal la que supongo yo haber sido dorado o pintada de amarillo; que ten�a
muchos ca�ones y hombres [...] debi� haber sido nav�o espa�ol, lo que me
descifr� la enigma de las dos cucharas de plata que hallo entre estos naturales
el capit�n Cook (bnf, n�m 176, f.
6v).
En efecto, como explica
la historiadora y experta en cuestiones fronterizas Vel�zquez, los espa�oles
trataron de mantener el control sobre la costa del Pac�fico norte y hab�an
logrando incluso ocupar en 1789� la isla de Nootka (en Vancouver) pero pronto
tuvieron que retirarse.
Dos de los documentos ac� publicados tratan precisamente sobre� expediciones a
esas costas. Uno, que ya se mencion�, sobre reconocimientos realizados en 1774
por el capit�n Juan P�rez en 1774� (bnf
n�m. 178) y el otro sobre el viaje que en 1788 realizaron la fragata Princesa
y el paquebot San Carlos desde San Blas hasta esas latitudes. Se
exploraron en esa ocasi�n las islas y costas inform�ndose de los
establecimientos de los rusos en las costas del septentri�n americano, Onalaska
(Alaska) y Nootka (Vancouver) y entrando en conversaci�n con ellos (bnf n�m. 175).
En 1809 los rusos
establecieron en el territorio californiano de los miwok un campamento en
Rumiantsov (bah�a Bodega) y despu�s una base permanente en Rossiya (Fort Ross),
ante lo cual los espa�oles fortificaron su posici�n en San Rafael, al norte de
la bah�a de San Francisco hacia 1817. Espa�a, sin embargo, debilitada por las
guerras napole�nicas y sobre todo por las revoluciones de independencia de sus
posesiones americanas, no pudo sostener esta zona. Una �ltima expansi�n
franciscana al septentri�n de la Alta California ocurri� todav�a en 1823, ya en
�poca de la Rep�blica Mexicana independiente, cuando se fund� una misi�n
llamada San Francisco Solano, actualmente Sonoma.
4. LOS RELIGIOSOS QUE LLEGARON A ESAS
REGIONES �APOSTOLICAMENTE A DERRAMAR SU SANGRE ENTRE LOS INFIELES�
Como ya se ha dicho, la
documentaci�n que se publica de la bnf
se concentra sobre todo en el tema de la expansi�n espa�ola hacia Texas y Nuevo
M�xico. Siempre acompa�aron a las expediciones algunos religiosos, movidos por
un gran celo misionero de convertir a los gentiles, por lo que sus relatos son
los testimonios m�s numerosos. Eran los que registraban las jornadas, relataban
c�mo los hab�an recibido los diferentes pueblos, en qu� circunstancias hab�an
dicho misa, llevaban cuenta de la cantidad de bautizados e informaban de las
misiones fundadas y en qu� lugares. Algunos anotaron con exactitud la distancia
en leguas que iban recorriendo y sab�an dar con cierta precisi�n la posici�n
geogr�fica de los lugares.
La mayor�a de los
documentos que presentamos provienen de los franciscanos de M�xico, de
Quer�taro y de Zacatecas, quienes evangelizaron a los ind�genas en todas las
provincias que nos interesan, con excepci�n del noroeste, en donde los jesuitas
llevaron a cabo la conversi�n de los indios. En Sinaloa, Sonora, Chihuahua y la
pen�nsula de California los ignacianos fundaron numerosas misiones, estudiadas
y analizadas ya por diversos autores.
La prioridad religiosa de salvar almas condujo a muchos religiosos a acompa�ar
con intenso fervor las expediciones militares o las entradas de aventureros
mineros y hacendados a los vastos y desconocidos territorios de los indios del
septentri�n. La motivaci�n de los frailes de dar a conocer sus memorias y
describir esas zonas era animar a otros a ir de misioneros a esas remotas
tierras. Se expresaba esto en el deseo de que �habr� en ese Reyno religiosos
que se alienten a ir a �stas conversiones� (bnf
n�m. 193). Los franciscanos y jesuitas que llegaron a las regiones que
estudiamos so�aban con acudir a salvar almas o se ve�an llamados por dios o la
virgen a ir a tierra de infieles a convertirlos.
Por esta raz�n los episodios milagrosos, como los del relato de 1623 de Z�rate
Salmer�n (bnf n�m. 379 ff. 86 y
ss.), tambi�n tienen un lugar importante en los documentos que se publican en
este proyecto.
Anteriores a la d�cada de
1680, en la zona de Texas fueron muy escasas las expediciones que entraron con
misioneros. En esa d�cada, en cambio, a ra�z del desembarco de franceses,
entraron los soldados novohispanos con algunos franciscanos al territorio
ubicado al norte del r�o Grande o Bravo. Al elaborar un detallado mapa de Texas
marcando el lugar de desembarco de los franceses y los diferentes puntos de
importancia en la historia de la zona, el padre Puelles a�adi� una
pormenorizada cronolog�a de la historia de Texas (bnf n�m. 158). Los relatos de los religiosos Mazanet y
Francisco de Jes�s Mar�a sobre los nativos de esta zona, que ya hemos
mencionado con anterioridad, son� tambi�n elocuentes de su celo misionero y de
su forma de pensar (ver bnf n�ms.
167 y 169). �sta se percibe con claridad cuando, al describir a los indios
Texas, dec�a fray Francisco de Jes�s Mar�a al virrey que deb�a relatar tambi�n
algo de los enga�os y abussiones que estos miserables
ciegos de la Luz de la F� tienen, son t�ntos Excelent�ssimo Se�or, que es para
llorar y tenerles l�stima. Advierto que todas las naciones cercanas a esta
tienen los mismos enga�os, abussiones y ceremonias, no digo cultos falsos,
porque ser�a dar a entender que tienen �dolos, y hasta ahora bendito sea el
Se�or, no he descubierto que los tengan ni otra naci�n que est�n comarcanas (bnf n�m. 169 f. 9v).
Como se dijo, los informes sobre el septentri�n de los
religiosos que se publican se escribieron en gran medida por atraer la atenci�n
de las autoridades y de los colonos a las tierras del norte, por lo que
detallan y probablemente exageran las riquezas de aquellas provincias. As�
dec�a el franciscano Z�rate Salmer�n, que deseaba informar de las riquezas de
esta regi�n (�assi del oro, plata, perlas, coral, granates, cobre, plomo,
alumbre, azufre, alcaparrosa, piedra im�n y chalchihuites�, as� como de sus
pobladores para que se d� licencia a los religiosos que �quisieren entrar
apost�licamente a derramar su sangre entre aquellos infieles� (bnf n�m. 379, f. 5).
Una caracter�stica en com�n de la mayor�a de estos
documentos es el lenguaje florido de los religiosos, la rebuscada oratoria en
sus dedicatorias, sus pr�lijas citas de las Sagradas Escrituras. Al respecto,
llaman la atenci�n tanto los escritos de Mazanet, Jes�s Mar�a, Posadas, Z�rate
o Kino, como los del mismo Pichardo. Como ejemplo se puede citar al padre
Z�rate Salmer�n, cuya relaci�n se hab�a aprobado en 1623 en el convento de San
Francisco de la Ciudad de M�xico. Dec�a este religioso� sobre s� mismo�
e yo peque�uelo e indigno fraile, el mas malo del
mundo deseando acabar los d�as de mi vida entre infieles, predicando la palabra
de Dios, habr� ocho a�os que me sacrifiqu� al Se�or entre los infieles del
Nuevo M�xico, y habiendo all� deprendido lengua de la naci�n de los Indios
Hemex, adonde compuse la Doctrina Christiana con todas las demas cosas
importantes al ministerio, para ejercer los Santos Sacramentos entre aquellos
naturales, y habiendo baptizado en la dicha naci�n seismil y quinientas y
sesenta y seis almas, sin las muchas que baptic� en el pueblo de Cia, y Santa
Anna de la naci�n Queres, que no cuento, y habiendo yo s�lo conquistado y
pacificado el Pe�ol de Acoma que sustent� guerra contra los Espa�oles m�s de
veinte y cuatro a�os, y habiendo hecho iglesias, conventos con las dem�s cosas
que merecen memoria, como consta por informaciones [...] determin� salir ac�,
para que informando de todas las cosas de aquella tierra a Vosotros Padre
Reverendissimo, se pongan los medios que convengan al servicio de Dios Nuestro
Se�or a quien se desea servir y agradar (bnf,�
n�m. 379 ff. 3-4).
El af�n misionero de este
franciscano tambi�n se expresa en su deseo por informar sobre el Nuevo M�xico,
pues no era justo, dec�a, �que por nuestra negligencia y pereza carezcan
aquellas almas de tanto bien. Ella es empresa apost�lica� (bnf n�m. 379, f. 6).
Otro ejemplo del florido
lenguaje religioso se encuentra en un escrito el jesuita Jos� Agust�n de Campos
la Alta Pimer�a quien dec�a al virrey:
creo vive en las alturas [del cielo] mi buen compa�ero
desde Espa�a, el venerable padre Francisco Xavier Saeta, a quien, a violencias
de 22 saetas y muchos golpes de macana, mataron los mismos Pimas del poniente a
28 de marzo de 1695. Serenada la tempestad y Lucifer reprimido, prosigui� la
Compa��a de Jes�s en ganar almas al cielo y tierras al rey nuestro se�or, Dios
le guarde.
Muchos buscaban, como
estos misioneros, el martirio y la santidad como en una cruzada.
Para ello se internaban en el desierto de Baja California o en el territorio
desconocido de Sonora o la Sierra tarahumara numerosos jesuitas (entre ellos
checos, alemanes, italianos) y de la misma manera tambi�n franciscanos en
Texas, como el ya mencionado padre catal�n Mazanet. Estos religiosos aprend�an
lenguas y escrib�an doctrinas para poder convertir a los �infieles� y hablaban
con los indios, los bautizaban, les ense�aban la religi�n cristiana y lo que
consideraban la forma correcta de vivir. El laboreo del campo, la cr�a de
ganado, la vida en comunidad fija, la monogamia y las costumbres dom�sticas
cristianas europeas formaba parte de la conversi�n.
El cuidado e inter�s
ling��stico de los religiosos se aprecia tambi�n en el informe de Morfi, quien
tiende a dar en varios idiomas el nombre de los lugares (bnf n�m. 196).
Llama la atenci�n cu�ntos
idiomas hablaban varios de los misioneros, muchos de lengua materna no
castellana, y la gran difusi�n del nahuatl o mexicano en todo el territorio
durante los siglos xvi al xviii. Era la lengua franca tambi�n en
el septentri�n y son de inter�s los datos sobre parentescos ling��sticos en
relaci�n con el �mexicano� que se dan en los documentos y los informes en los
que se dice que varias �naciones� lo entend�an. Adem�s, llama la atenci�n que
algunos frailes misioneros usaban gran cantidad de mexicanismos. Tanto el padre
Kino que utilizaba siempre la palabra tlatol o tlatoles por
discurso o serm�n, o el padre Francisco Jes�s Mar�a que habla de tepalcates,
otate,� tapestles,� podr�an servir de bot�n de muestra.
Esto podr�a significar
que en realidad muchos de los frailes cuando llegaban al norte sab�an ya el
mexicano y despu�s con frecuencia aprend�an otras lenguas. Son conocidas las
�artes�, gram�ticas y doctrinas escritas en lenguas ind�genas �muchas veces el
�nico testimonio que a�n se conserva de lenguas perdidas� redactadas por
religiosos novohispanos, pues la misi�n de convertir a los nativos implicaba
poder hacerse entender bien. Era necesario conocer a fondo la lengua para
realmente ganarse la voluntad y salvar el alma del indio, y por este objetivo
central de la presencia de los religiosos entre los �gentiles�, se preserv� un
acervo ling��stico notable.
Pero los afanes
misioneros de los religiosos y su amor por los gentiles �los �d�ciles� que
aceptaban sus imposiciones� no pueden desvincularse de la guerra �tnica ni
pueden aislarse de los intereses terrenales y mundanos de la Corona, de los
capitanes y aventureros que buscaban minas, sirvientes y esclavos. Como ya se
dijo, la penetraci�n minera, militar y religiosa en el septentri�n ocurri� en
ritmos y en �pocas diversas. Dependi� de la riqueza minera de la zona, de los
resultados de las guerras con los indios �hostiles�, de las amenazas de
potencias externas, entre muchos otros factores. En todas las cr�nicas y en
todos los informes ac� publicados se percibe con gran claridad la mancuerna que
religiosos formaban siempre con militares. Era profunda la contradicci�n ya
subrayada por el historiador austriaco Hausberger, entre la cotidiana violencia
ejercida contra los ind�genas y la misi�n de amor cristiano de los frailes.
Esta contradicci�n se observa, por ejemplo, en el apoyo militar que recib�an
todas las entradas de religiosos, como se ve en la expedici�n que describe el
padre Kino en 1698 en el documento n�mero 174. Para ese �apost�lico viaje�
partieron el capit�n Diego Carrasco con el jesuita Eusebio Kino a descubrir el
R�o Grande (o Gila) hasta la mar y contaron con m�s de sesenta hombres a
caballo que sin duda causaban una imponente impresi�n a los atemorizados
nativos. Adem�s, se percibe c�mo el jesuita aprobaba totalmente, como los dem�s
religiosos, las guerras que se libraron en esa zona de la Pimer�a Alta. Dec�a,
por ejemplo que ante �tanta hostilidad� que experimentaban, gracias a la
voluntad divina los �reci�n convertidos Pimas dieron el acertado golpe a los
enemigos Hocomes, Janos, Sumas, Mansos y Apaches el d�a 30 de marzo de este a�o
de {16}98� (bnf n�m. 174, f.
1v.).
En
otra ocasi�n informaba
ya al presente se va cumpliendo este vaticinio (de
que se retiren los enemigos) pues actualmente los dichos enemigos Hocomes,
Xanos etc�tera est�n dando las paces en el presidio de Janos al general Juan
Fernandez de la Fuente y a los soldados de vuestra Se�or�a [... lo que prueba
la] carta del capit�n Luis Granillo en que dice que por medio de los Pimas
haberles muerto la mitad de la gente en el �ltimo golpe que les dieron, les
obligaba a dar las paces y de hecho est�n ya los Sumas debajo de campana en el
Paso del Rio de el Norte (bnf
n�m. 174).
Aunque
poco antes dec�a que toda la Pimer�a quedaba muy pac�fica y quieta �y
deseosa de la doctrina de Nuestra Santa F�, y que se iba �serenando y
aplacando toda esta provincia de sus repetidas hostilidades y robos y la va
asentando de paz o sin que haya habido derramamiento de sangre, sino con
ardiloza ma�a y modo suave y christiano� (bnf
n�m. 174).
Ese
�suave modo christiano� es el que contrastaba con una realidad de guerra de
exterminio, de abusos y enga�os constantes hacia la poblaci�n nativa. El fraile
Alonso de Posadas tambi�n describe con aprobaci�n en 1685 c�mo fueron las
primeras entradas de tropas e �indios auxiliares� a Texas, relatando con
benepl�cito c�mo el capit�n Andr�s L�pez con 12 soldados y �algunos indios
christianos� y muchos de los jumanos salieron de buena gana a reconocer las
naciones ahijados, escasijaques y quitoas en la zona del r�o de las Nueces en
Texas, que
dieron con una
rancher�a de indios de la naci�n Quitoas con quienes tuvieron una guerra bien
re�ida y reconocieron que los indios de las naci�n Escanjaques y de la naci�n
de los Ahijados en diferentes tropas iban entrando a socorrer a los Quitoas con
quienes estaban peleando y despu�s de haber durado la batalla casi un d�a,
quedando por los nuestros la victoria y con perdida de muy pocos indios
nuestros y muchos de los contrarios y cogiendo los vencedores los despojos y
prisioneros que llegaron a doscientos fardos de gamuzas de antes y cueros de
c�bola, se volvieron al puerto de los Jumanes y r�o de las Nueces (bnf n�m. 193, f. 7).
Es pues evidente, como dice Hausberger, que los
misioneros aceptaban en el fondo con convicci�n el orden social del imperio
espa�ol. Aceptaban el rigor de las medidas de conquista, las extremas
desigualdades sociales, las instituciones militares y civiles y ve�an su labor
precisamente en la difusi�n y expansi�n de la cosmovisi�n en la que se basaba
dicho imperio. De ah� el t�tulo que Hausberger da a su estudio; los jesuitas
actuaban �Para Dios y para el Rey�. Esto puede extenderse de la misma manera a
los franciscanos.
Claro est� que tambi�n
hubo fricciones y rivalidades entre el poder espiritual y el temporal, que
se expresa, por ejemplo, en� una ocasi�n en la que se dec�a del Pueblo de San
Agust�n de la Isleta de indios Teguas (a 3 leguas de Alburquerque), que se
trataba de una misi�n en la que se hab�an recogido en diversos tiempos algunas
familias de Moquinos, que se redujeron prometi�ndoles los padres terrenos para
fundar pueblo separados de otras naciones, convenio que no respet� el
gobernador por lo que desertaron poco a poco los mooqui (bnf, n�m. 196, f. 15). Ser�a uno de
miles de ejemplos de la falsedad y felon�a con que se trat� muchas veces a los
indios en las negociaciones de paz y despu�s de concertar los tratados.
Desavenencias entre los religiosos misioneros y los
gobernadores, capitanes y soldados fueron frecuentes, pero eso no significa que
el poder espiritual no haya sido un apoyo fundamental en la conquista en las
tierras norte�as y en el sometimiento de las naciones que viv�an en ellas.
A pesar del amoroso celo
misionero y del lenguaje florido y m�stico de los documentos escritos por los
religiosos no hay que olvidar, como recalcan Cramoussel, �lvarez y Hausberger,
que antes de su llegada con las tropas y de las autoridades civiles los nativos
ya hab�an conocido la voracidad y agresividad de los europeos. A�n mucho antes
de las expediciones militares oficiales y de las entradas reportadas de
misioneros a regiones remotas y dif�cil acceso, se hab�an entablado ya unas
primeras relaciones entre europeos e ind�genas. Estas eran relaciones de guerra
y de comercio, la compra-venta de mujeres y de cautivos nativos como sirvientes
y esclavos, as� como el intercambio de bienes como pieles de oso, venado y de
b�falo por caballos, armas u objetos de hierro, que tan �tiles les ser�an a los
nativos para la cacer�a de c�bolas y para combatir a sus rivales y enemigos.
Adem�s, con frecuencia los colonos particulares, due�os de minas, estancias,
ranchos o haciendas realizaban correr�as para capturar ind�genas.
En todos esos contactos espor�dicos o continuos se fueron moldeando las
pr�cticas sociales como la �aceptaci�n sin escr�pulos de actos crueles y
sanguinarios en contra del enemigo, pragmatismo, tolerancia del robo y del
contrabando y aplicaci�n de la justicia por propia mano�, como lo expresa el
historiador Cuauht�moc Velasco.
Otro fen�meno que ocurri� por estos contactos entre
europeos y nativos ya desde tempranas �pocas fueron los contagios de
enfermedades no conocidas en Am�rica. Este ser� el �ltimo tema que abordaremos
en este ensayo, pero es un tema central.
Gracias a los religiosos que dejaron documentaci�n
escrita conocemos la magnitud de la poblaci�n en las provincias estudiada y el
terrible impacto que tuvieron las epidemias en los ind�genas (bnf n�ms. 168, 196, 197) En algunos
casos son datos de gran inter�s hist�rico-demogr�fico, pues muchas naciones,
como se ha subrayado, desaparecieron poco despu�s del primer contacto con los
europeos. Por el otro lado, la informaci�n sobre la poblaci�n que presenta la
mayor�a de los documentos es problem�tica,� sobre todo, por las confusas
designaciones �tnicas y sociales. En Texas, en California y sobre todo en Nuevo
M�xico los distintos grupos de nativos frecuentemente se registraron solamente
como �indios� y en contraste simplificado con el grupo designado �espa�oles�.
Ya se toc� el tema de la denominaci�n �nada confiable� del grupo �tnico de los
indios en los informes, pero, adem�s, es muy evidente el car�cter colonialista
de intolerancia y desprecio cultural que caracteriza las relaciones sociales.
Se trata de un ambiente en donde un grupo, que se autoclasifica en la
documentaci�n gen�ricamente y de manera homog�nea como �espa�ol� invade
terrenos, conquista y convierte a su religi�n a otro grupo, gen�ricamente
llamado �indios�.
Es bien conocido que en
la expansi�n al norte participaron colonos de todas las etnias y castas. Como dice
un informe de tributarios de 1784 �los sirvientes de las haciendas por lo com�n
son mulatos y de otras castas� (bnf
n�m. 258, f. 14), lo que tambi�n consignan algunas fuentes del septentri�n en
las que se habla claramente de familias de �todas castas� que viven, por
ejemplo, en Santa Fe� (bnf n�m.
196, f. 5). Si bien en algunos escasos informes es posible encontrar minuciosos
datos demogr�ficos de las misiones en los que los religiosos informan sobre los
ind�genas reportando a qu� grupo pertenecen los de tales misiones, tales
ranchos, tales poblados, tales barrios, sorprende, en contraste, que al
referirse a los no indios, por lo general todas las fuentes de Nuevo M�xico y
Texas solamente hablan de �espa�oles�.� Esto es muy notorio en los documentos
del siglo xviii.
Se podr�a explicar esta
contradicci�n hipot�ticamente por el hecho de que las rebeliones a fines del
siglo xvii y las guerras de la
primera mitad del xviii, con las
concomitantes expediciones punitivas, recrudecieron el contraste �tnico-cultural
y el contraste entre los que se autodesignaban gen�ricamente �espa�oles� y �los
otros�. De tal forma los informes escritos despu�s de estos conflictos y
durante ellos negaban la existencia de castas en el grupo �espa�ol�,
simplificando la complejidad socio-�tnica. As� surge el mito de que s�lo hab�a
espa�oles e indios, �stos �ltimos en su mayor�a �de guerra�. Con ello se pasa
por alto la gran relevancia de los colonos Tlaxcaltecas, el papel de las tropas
auxiliares de muchos grupos ind�genas, el apoyo que recibieron las fuerzas
virreinales por aliados de diversas naciones ind�genas. Es evidente la
connotaci�n clasista y racista en esta concepci�n de la poblaci�n en la que
s�lo hay espa�oles por un lado e �indios� por el otro.
Al no especificarse mayormente la complejidad �tnico-social de los �espa�oles�,
que en realidad estaban compuestos sin duda por numerosos castizos, mestizos,
mulatos, y muchas otras mezclas, se creaba un mito de una dualidad �tnica
espa�oles-indios, y de la homogeneidad de cada uno de esos grupos, muy alejada
de la verdad.
Un tema central del que podemos tener noticias gracias a
los informes de los religiosos es el de la gran crisis demogr�fica que se dio
entre los nativos del septentri�n. Gerhard explica para Texas, que las
enfermedades europeas trajeron destrucci�n aun antes de que se establecieran
las misiones.
Como podemos leer en los relatos de los ya mencionados padres sobre la
poblaci�n de Texas, su misma presencia probablemente influy� mucho en diseminar
los fatales microorganismos contra los que no era inmune la poblaci�n ind�gena.
En esa zona la viruela se manifest� en la colonia de La Salle en 1687, otra
epidemia, quiz� sarampi�n, empez� a principios de 1691 entre los indios Tejas y
fue difundida por los propios misioneros en sus visitas a rancher�as aisladas,
donde esperaban encontrar con vida a ni�os que pudieran bautizar (bnf n�ms. 167 y 169). El matlaz�huatl
que hab�a asolado al M�xico central desde 1737, lleg� a Texas en 1739 y m�s de
mil indios murieron en pocos d�as en las misiones de San Antonio.
Hubo otras epidemias, en 1750 de viruela y entre 1777-1778, as� como en 1780.
Estas y muchas otras enfermedades m�s despoblaron la regi�n y asolaron a todos
los grupos, pero especialmente a los nativos. Adem�s, la movilidad de los
indios fue grande y era dif�cil registrar el tama�o y el destino de los
numerosos diferentes grupos. As�, por ejemplo, hacia 1720, m�s de cinco mil
indios de la parte oriental de Texas se retiraron de las misiones para vivir en
el bosque, como acostumbraban.
Las epidemias en la zona
de Nuevo M�xico fueron tan devastadoras como en las otras zonas, de tal manera
que de aproximadamente 60 000 individuos que poblaban la zona hacia 1598, para
1630 sobreviv�an 55 000 individuos;
otros informes dicen que en las epidemias de 1640 murieron en una sola epidemia
3 000 personas, por lo que finalmente la poblaci�n, diezmada por el hambre y
por las epidemias, debe haber disminuido hacia 1690 a s�lo 18 000 individuos.
En esta zona las enfermedades fueron la mayor causa de que la poblaci�n se
redujera a una cuarta parte de lo que era antes de la llegada de los europeos,
pues antes de 1680 en Nuevo M�xico los decesos causados por violencia, explican
los expertos, fueron relativamente pocos. El hecho de que los �indios pueblo�
estuvieran rodeados por vecinos hostiles y por el desierto hizo que la huida
del control misional fuera dif�cil.
En cambio, el contraste con los a�os posteriores es muy grande. En la rebeli�n
y durante los a�os de guerra en Nuevo M�xico entre 1680 y 1692 muri� una
cantidad impresionante de indios y tambi�n muchos espa�oles.
Las provincias del
occidente hab�an sido asoladas ya a mediados del siglo xvii por epidemias, de tal suerte que cerca de la mitad de
los pimas bajos, �patas y tobas hab�an desaparecido hacia 1646 seg�n los
c�lculos de Peter Gerhard. En Sonora una epidemia devastadora fue la de viruela
poco antes de 1720 que alcanz� tambi�n a los pimas altos reci�n reducidos en
las misiones, luego una de sarampi�n de 1728, aunque las p�rdidas de poblaci�n
en las misiones se compensaron con nativos de rancher�as m�s distantes. Como
hay que insistir, el peligro de ataques apaches arreci� en el siglo xviii y en Sonora sobre todo a partir
de 1768.
En general, fue
impresionante la disminuci�n de poblaci�n nativa si se observan, por ejemplo,
cifras de Sonora. Ah� ya hab�an desaparecido por epidemias m�s de la mitad de
los �patas, y as� en el a�o 1678 eran aproximadamente solamente 50 300. Las
subsecuentes d�cadas de guerra y epidemias fueron tan devastadoras que para el
a�o de 1730 se hab�an reducido a� 7 100 y finalmente en 1760 quedaban s�lo 4
450 �patas. En general se calcula que la totalidad de poblaci�n ind�gena en
esta provincia hab�a sido de�� 83 700 en el a�o 1600, y que para 1720 solamente
restaban 18 200 para finalmente quedar solamente 7 900 habitantes en el a�o de
1800.
A MANERA DE CONCLUSIONES
Hemos visto que los
documentos y mapas sobre el norte de M�xico que se resguardan en la bnf contienen rica informaci�n para los
temas de la historia pol�tico- territorial relacionada con la frontera entre
Texas, Nuevo M�xico y Louisiana, asi como para la reconstrucci�n de las
expediciones al septentri�n y para la caracterizaci�n de la evangelizaci�n
realizada por franciscanos y jesuitas. Sin duda, tambi�n los temas de la etnograf�a
y la etnohistoria merecen atenci�n y pueden enriquecerse con los datos de los
documentos que ahora se publican en cd.
Sin embargo, la reconstrucci�n hist�rica de las provincias del norte presenta,
como toda reconstrucci�n del pasado, problemas, por los distintos puntos de
vista que deben considerarse.
De esta manera, se vio
que, desde el punto de vista ind�gena, el encuentro con los europeos tuvo
consecuencias tr�gicas. Numerosas naciones ind�genas del septentri�n
novohispano desaparecieron en los siglos xvii
y xviii por los microorganismos
que provocaron epidemias mortales entre ellos, por la violencia f�sica ejercida
por invasores espa�oles �cazadores de esclavos y sirvientes�, y por los dem�s
factores sociales y econ�micos enunciados m�s arriba. A la vez, el encuentro
conllev� cambios muy profundos. Los espa�oles y sus acompa�antes, tlaxcaltecas
y de otros grupos y castas, llegaron con sus caballos y mulas, sus herramientas
de fierro y sus armas de fuego. Estos elementos revolucionaron totalmente la
forma de vivir en esas zonas, tanto de los pueblos que se dedicaban
fundamentalmente a la cacer�a de c�bolas o b�falos, como de los
mayoritariamente agr�colas o de los recolectores. Tambi�n se alteraron
profundamente las relaciones intertribales, el comercio, las rutas de
intercambio. Desde el punto de vista espa�ol hemos visto que, al no encontrar
yacimientos de metales preciosos, ni sociedades altamente jerarquizadas y
divididas en clases sociales, que les surtiesen con facilidad trabajadores, la
colonizaci�n se torn� lenta y penosa, pues los �b�rbaros� no los dejaban de
�hostilizar�. Era una vida, seg�n los colonos, de �guerra perpetua�.
As�, los contactos de los
espa�oles con los diferentes pobladores nativos resultaron conflictivos y
desembocaron, como vimos, en mortandades, en exterminio indirecto por el
traslado forzoso, por la� imposici�n de otra forma de vida, por el extenuante
trabajo en reales de minas o en guerras sangrientas y exterminio directo. Los
prop�sitos de los religiosos que buscaban que el amor y la bondad animara a los
nativos a convertirse voluntariamente al cristianismo no pod�an alterar esa
realidad plena de enga�os, violencia y crueldad,
en la que prevalec�a la intolerancia �tnica y cultural y la voracidad
econ�mica. La violencia de esa larga confrontaci�n ha conducido al antrop�logo
Juan Luis Sariego a proponer, incluso, que la noci�n de �guerra �tnica� se
deber�a de incorporar como central e ineludible a la antropolog�a norte�a.
Aunque los invasores
sembraban gran temor entre los nativos del septentri�n, como hemos visto, ese
pavor no se percibe y no se registra en los documentos de la bnf que ahora se publican. Por esa
raz�n hay que insistir que estas fuentes hay que tomarlas con cautela y, como
siempre en historia, debe hacerse una cr�tica seria de estos textos antes de
tomar el contenido por cierto y de creerles al pie de la letra. En ellas no se
percibe la visi�n que los distintos pueblos ind�genas tuvieron ante las
incursiones de los europeos y sus aliados nativos que invad�an sus territorios
y los cazaban para esclavizarlos, utilizando su nueva tecnolog�a, o sea, sus
caballos y sus armas de fuego. Tampoco mencionan estos documentos de manera
directa aspectos vinculados con las relaciones laborales que se dieron en los
reales de minas que se fundaron �sobre todo en la zona de Chihuahua, Sonora y
Sinaloa� o la econom�a de la regi�n en donde predominaron las haciendas
ganaderas, ni� hablan tampoco del trato que ah� se daba a los sirvientes
ind�genas. De esta forma� son muy parciales los datos y en gran medida fomentan
los �mitos hist�ricos� que se han construido en torno al norte de la Nueva
Espa�a. Pero como estudiosos del pasado hay que buscar superar esa mitolog�a y
tratar de integrar la visi�n y opini�n de todas las partes que intervienen en
un determinado proceso hist�rico-social.
����������� Una conclusi�n central de
esta breve rese�a es que muestra la necesidad de construir una visi�n hist�rica
integral de la regi�n norte del M�xico actual y del sur de los actuales Estados
Unidos, que corresponda a los complejos procesos que ocurrieron en esa amplia
zona. Las actuales fronteras nacionales no deben surcar regiones que por su
geograf�a y por su historia eran contiguas, ni deber�amos proyectar l�mites y
territorialidades modernas en el pasado. El mayor peligro en el estudio de la
historia social de este vasto territorio, dada la complejidad del tema, es el
de la simplificaci�n, la perpetuaci�n de cliches y de prejuicios. Como
hemos tratado de expresar, el desarrollo hist�rico de los numerosos y distintos
pueblos nativos y de gente de procedencia for�nea que vivieron en la zona es
extremadamente complejo, variado y rico en contrastes.
A pesar de que hoy dos
estados nacionales modernos, los Estados Unidos y la Rep�blica Mexicana,
dividen el territorio al que se refieren los documentos de la bnf rese�ados en esta introducci�n, hay
que tomar conciencia de que era una zona unida en la que exist�an desde tiempos
remotos v�nculos entre Mesoam�rica y el septentri�n; de que antes de la llegada
de los europeos ya era una zona en la que exist�an relaciones de comercio, de
migraciones, de intercambio cultural y conexiones muy diversas entre algunos
pueblos. Si bien eran distintos, lograron interrelacionarse a pesar de los
miles de kil�metros que los separaban.
Es necesario
tener una visi�n geogr�fica amplia y sensibilidad para observar los cambios en
el tiempo y comprender las innovaciones territoriales ocasionadas por las
migraciones de los pueblos y las transformaciones de su vida material; para
observar los intercambios comerciales en diferentes �pocas hist�ricas, las
influencias y transformaciones ling��sticas y culturales de las distintas
sociedades. Pero a la vez se requiere de an�lisis detallados y puntuales para
resolver los enigmas que presenta la historia y el desarrollo de cada una de
ellas de manera concreta, en determinado lugar y �poca. Entender los grandes
cambios continentales y a la vez las transformaciones locales requiere de una
dial�ctica entre la visi�n amplia y la regional. Por ejemplo, como vimos, se
construyeron nuevas relaciones entre ind�genas y europeos a lo largo del
periodo colonial en todo el septentri�n novohispano, y los cambios que
ocurrieron fueron profundos, como se percibe en los documentos brevemente
rese�ados, que documentan epidemias, reubicaciones forzosas, tr�fico con
esclavos indios, entre muchos otros m�s; pero hay grandes variantes regionales
que se pueden analizar s�lo con el trabajo hist�rico minucioso de cada zona:
Ciertas jurisdicciones fueron afectadas irrevocablemente por las grandes
rebeliones en la Pimer�a y en el Nuevo M�xico a fines del siglo xvii, por ejemplo, de tal manera que,
junto con los ataques de apaches y comanches y las nuevas grandes rebeliones en
el siglo xviii se transformaron
las relaciones pol�ticas y sociales de manera profunda. Las expediciones
punitivas, la fundaci�n de presidios, la presencia de comerciantes extranjeros
y la apertura de nuevas rutas de intercambio, a su vez, reorientaron el
desarrollo y la organizaci�n social de las provincias, por lo que es necesario
ubicar siempre con claridad en cada momento hist�rico la zona y el grupo social
por analizar.
A�n hay mucho
por conocer de la historia de esta zona septentrional del virreinato de la
Nueva Espa�a y del sur de los actuales Estados Unidos. Se trata de un pasado
que compete a ambos estados nacionales. La selecci�n de la bibliograf�a
existente en ambos pa�ses sobre estos temas que anexamos es un bot�n de muestra
del extraordinario inter�s que ha habido en los �ltimos a�os por estas
cuestiones. Ojal� que los documentos presentados sucintamente, que cubren sobre
todo los siglos xvii y xviii y que ahora se dan a conocer al
p�blico en general, estimulen la elaboraci�n de m�s investigaciones que podr�n
realizar estudiosos que consulten estos discos y estas publicaciones
facsimilares del proyecto Amoxcalli del ciesas.
CUADRO SIN�PTICO DE DOCUMENTOS�
PUBLICADOS SOBRE EL NORTE DE LA NUEVA ESPA�A DE LA bnf
N�m. 087
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Descripci�n iconogr�fica del
palacio de Moctezuma situado en� el r�o Gila, a la altura de 33 grados y 5
minutos con poca diferencia. 4 pp.
Contenido: Resumen de un informe que rindi� el
teniente coronel Juan Baptista de Anza cuando fue a inspeccionar y medir los
restos arqueol�gicos ubicados cerca del r�o Gila en la Pimer�a Alta en las
d�cadas de 1770 o 1780. Se subraya la latitud exacta y se reportan las medias
del edificio, sus caracter�sticas y la tradici�n de los indios Pimas sobre los
or�genes de esta construcci�n antigua.
N�m. 154
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Carta geogr�fica de las
tierras recientemente descubiertas������� [1778] situadas al norte, noreste y
noroeste del Nuevo M�xico.
Contenido: Plano geogr�fico del Nuevo M�xico y las
zonas al norte, noroeste y oeste, elaborado por Bernardo Miera y Pacheco en
Chihuahua en 1778 a ra�z de una expedici�n en la que participan los frailes
F.M. Dom�nguez y F.S. V�lez. Contiene dedicatoria al comandante en jefe Teodoro
de la Croix. Acompa�an el mapa amplias descripciones de ciertas naciones o
determinados parajes.�
N�m. 155
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Carta geogr�fica de las
provincias del Norte de M�xico de Lousiana y de Texas.
Contenido: Mapa que abarca desde la Nueva Galicia y
Baja California hasta Nuevo Le�n, Santander, Nuevo M�xico, Texas y Louisiana.
Al norte se incluye el Lago Superior, el territorio de los sioux y el espacio
geogr�fico a lo largo del r�o Missouri. Se recalcan y subrayan los l�mites de
cada provincia o jurisdicci�n, en especial el l�mite entre Texas y Louisiana
cerca del r�o Sabinas, perteneciendo Nacogdoches a Texas y en cambio
Natchitoches a Louisiana aproximadamente a 30 grados de latitud. No se informa
qui�n lo elabor� ni en qu� fecha.
N�m. 156
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Carta geogr�fica de la Alta
y Baja California, Sinaloa y Sonora.
Contenido: Descripci�n geogr�fico-cartogr�fica muy
minuciosa de la costa del Pac�fico desde San Blas hasta el Mar de Cort�s y
desembocadura del r�o Colorado. Es detallada la localizaci�n de todas las bah�as,
puertos, islas, as� como de los r�os, poblados de la Baja y Alta California,
hasta los puertos de San Francisco y Monterrey. Complementa� los documentos
sobre California. No se menciona fecha de elaboraci�n pero s� que es copia y
que fue �sacado del original de Don Miguel Costans�.
N�m. 157
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Carta geogr�fica de las
provincias del norte de M�xico, Texas y Louisiana.
Contenido: Mapa de la Provincia de Texas elaborado
en 1788 en el presidio de San Antonio Bejar por Mariano �ngel Anglino, por
orden del capit�n de caballer�a y gobernador de Texas, Rafael Mart� y Pacheco.
Como se dice en el mapa, �la parte del norte y norueste [de Texas] no se sabe
el fin aun�. Se menciona que ya se ha descubierto una nueva parte de esta Provincia
de Texas, hasta la del Nuevo Mexico, por un viaje de ida y vuelta� en� 1787 y
1788 realizado por �tres espa�oles que vinieron de ella con uno que fue de
�sta, acompa�ados de un capitan Cumanche, y varios indios de esta naci�n.�
N�m. 158
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Carta geogr�fica de las
provincias del norte de M�xico.
Contenido: Copia del plano original de Texas
elaborado en 1808 por fray Jos� Mar�a de Jes�s Puelles, lector de filosof�a del
Colegio de Guadalupe de Zacatecas. Lleva el n�mero 10, consta de una muy
minuciosa descripci�n geogr�fica de Texas, donde Puelles fungi� como predicador
en la misi�n de Nacogdoches. Se elabor� por �rdenes del comandante general
Nemesio Salcedo. Incluye una detallada historia de la Provincia de Texas escrita
al pi� del mapa como �Notas cronol�gicas para la inteligencia del mapa�
elaboradas por Puelles a partir de una investigaci�n documental en los
archivos. V�ase en la bibliograf�a otro informe de Puelles de 1827.
N�m. 159
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Carta geogr�fica del norte
de M�xico
Contenido: Copia fechada en mayo de 1808 de un �Plan
del distrito del arroyo de las Piedras, llamado com�nmente del Bayupier�,
jurisdicci�n de Nacogdoches en la provincia de Texas y frontera de la
Louisiana, elaborado por fray Jos� Mar�a de Jes�s Puelles. Contiene infomaci�n
manuscrita importante para la historia y etnolog�a de la zona.
N�m. 160
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Carta geogr�fica de las
provincias del norte de M�xico.
Contenido: Copia del mapa elaborado por el capit�n
Nicol�s Lafora y que �se halla en el tomo 5 de la colecci�n de memorias del
padre fray Manuel Vega de la frontera de los dominios del Rey en la Am�rica
Septentrional�. Se menciona que varios puntos fueron tomados en el tiempo de la
expedici�n que se hizo a dicha frontera a las �rdenes del mariscal de campo el
se�or Marqu�s de Rub�. Mapa muy detallado, con grados de latitud y longitud que
abarca desde Zacatecas y la Nueva Vizcaya hasta el Nuevo M�xico, Texas y
Louisiana.
N�m. 161
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Carta geogr�fica de las
provincias del norte de M�xico
Contenido: Plano cartogr�fico de la Provincia de San
Joseph del Nayarit elaborado por Francisco �lvarez Barit�n, teniente capit�n de
infanter�a e ingeniero en jefe de la Provincia de Texas.
N�m. 164
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Reporte sobre los trabajos
del padre Pichardo presentado por los fiscales de Real Hacienda y de lo Civil
en la fecha del 26 de mayo de 1812. 8 pp.
Contenido: Oficio dirigido al virrey en el que se
resume la opini�n de los fiscales de la Real Hacienda sobre la obra de Antonio
Pichardo sobre demarcaci�n de l�mites entre las Provincias de Louisiana y Texas
que realiz� por encargo del gobierno virreinal y que concluy� y remiti� en
febrero de 1812. Se describe la obra reportando que son m�s de 5000 fojas,
incluyendo documentos colectados, apuntes y veinte mapas. Opinan que todo sea
copiado y enviado al rey� y que se remunere al padre su trabajo.
N�m. 165
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Noticias geogr�ficas sobre
Texas. 36 pp.
Contenido: Extractos de peri�dicos de comienzos del
siglo xix con informaci�n sobre
tierras al oeste y norte de Louisiana y Texas. Se anota la localizaci�n de r�os
y poblados basada en viajeros� e informes diversos. Contiene otros asuntos como
pr�dicas del ap�stol santo Tom�s en la India y sus recorridos, entre otros.
N�m. 166
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Documentos relativos a las
Provincias del Norte de M�xico, en parte escritas por el padre Pichardo. 42 pp.
Contenido: Documento incompleto que inicia con un
p�rrafo con el n�mero 35 y que termina con el p�rrafo 107. Probablemente
escrito por el padre Pichardo en el que resume la geograf�a y la historia de
las provincias del norte, empieza con la descripci�n del r�o del Norte, su
origen, curso, desembocadura en el golfo etc. Se compilan y discuten las
diferentes informaciones que dan numerosos autores como Cabeza de Vaca, el Inca
Garcilaso, G�mara, Herrera. entre otros.
N�m. 167
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Carta escrita a don Carlos
de Sig�enza y G�ngora por el muy reverendo padre fray Dami�n Mazanet en la que
le da noticia de la provincia de los tejas. 28 pp.
Contenido: Relato del padre franciscano Mazanet, quien
particip� en la expedici�n a los indios texas con motivo de la noticia de que
hab�a franceses en las costas del Golfo de M�xico a la Bah�a del Esp�ritu Santo
a fines de la d�cada de 1680. Detallada informaci�n sobre los resultados de
varias entradas y, sobre todo, sobre la conversi�n de la poblaci�n ind�gena de
la regi�n. El informe est� dirigido al cosm�grafo y erudito Sig�enza y G�ngora.
N�m. 168
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Apuntes sobre la provincia
de Texas. 7 pp.
Contenido: Descripci�n minuciosa del territorio de
Texas y de la historia de la presencia de los espa�oles en ese territorio.
Mapas con explicaciones amplias. Se citan como fuentes la expedici�n de Lafora,
la historia del padre Morfi y se describen las distancias entre r�os y misiones
y los lugares poblados por espa�oles, con base en las expediciones de Alonso de
Le�n y de Domingo Ter�n de los R�os (1689/1691), de Diego Ram�n y Mart�n
Alarc�n (1716/1717), y del marqu�s de Aguayo (1721). Se incluye informaci�n
sobre la presencia de los franceses y sus fundaciones sobre el r�o Mississippi.
Importantes tablas de� poblaciones con detallada informaci�n demogr�fica. Los
mapas contenidos en este manuscrito se refieren a las dos costas del Pac�fico y
del Atl�ntico, a Texas y Nueva Orle�ns, as� como a Nuevo M�xico.
N�m. 169
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Relaci�n de la provincia de
los tejas por don Carlos de Sig�enza y G�ngora. 32 pp.
Contenido: Informe sobre la provincia de los tejas
escrita en 1691 por el fraile franciscano Francisco de Jes�s Mar�a en el que se
informa extensamente sobre las distintas naciones y sus nombres, sobre su
religi�n, organizaci�n social y forma de vida en general de los indios tejas.
Carlos Sig�enza y G�ngora la remite al virrey cuando est� a punto de partir a
la expedici�n a la Bah�a del Esp�ritu Santo en Texas.
N�m. 171
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Noticias sobre Texas. 39 pp.
Contenido: Resumen elaborado en 1686 de los
acontecimientos ocurridos en el territorio de Texas, desde el desembarco de
Lasalle en la Bah�a del Esp�ritu Santo o de San Bernardo, y en especial desde
1688 hasta 1716. El asesor general del virreinato redact� este informe por
orden del virrey marqu�s de la Laguna y tom� los datos de diversos autos y
documentos del Archivo Virreinal.�
N�m. 173
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Notas geogr�ficas atribuidas
a don Carlos de Sig�enza y G�ngora. 39 pp.
Contenido: Apuntes hist�ricos varios. Enumeraci�n de
los acontecimientos hist�ricos desde la llegada de los espa�oles a territorio
novohispano, las expediciones y conquistas del norte, martirio de misioneros
religiosos y dem�s. �ndice de obras hist�ricas, como las Relaciones de
Ixtlilx�chitl, la Cr�nica de Michoac�n. Relatos sobre las expediciones
al norte del capit�n Anza en el Nuevo M�xico y California. Apuntes sobre la
poblaci�n del Nuevo Reino de Le�n en 1748 y 1790. Noticias de varias ciudades
del reino como Veracr�z, C�rdoba y Oaxaca.
N�m. 174
T�tulo que se le dio en la bnf: Dedicatoria al se�or� don Domingo Gironza
P. de Cruzat, 1698. 16 pp.
Contenido: Copias parciales de distintos informes, en
primer lugar sobre la Pimer�a Alta, tomados probablemente de informes del padre
Kino (fojas 1 hasta 5) y luego se hacen extractos sobre el Nuevo M�xico tomados
del tratado sobre Am�rica Septentrional del capit�n Juan Matheo Mange, ff. 5v-7.
N�m. 175
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Viaje por mar al norte de la
California, 1788. 20 pp.
Contenido: Resumen sobre la exploraci�n realizada
por la fragata Princesa y el paquebot San Carlos de marzo a
octubre de 1788, desde san Blas hasta el puerto Pr�ncipe Guillermo y Onalaska
en latitud de 61 grados. Se reporta c�mo se reconocieron puertos, ensenadas e
islas y describen los �gentiles� que viven en la costa, sus costumbres,
h�bitos, embarcaciones y dem�s. Se informa del encuentro que tuvieron� con los
rusos de Siberia que desde 1784 estaban establecidos ah�, reuniendo pieles de
nutria para vender en Cant�n.
N�m. 176
T�tulo que se le dio en la bnf: Traducci�n espa�ola de las instrucciones
que en ingl�s se le dieron al se�or Jaime Colnett, capit�n del nav�o �L�
Argonauta�, San Blas 1789.
12 pp.
Contenido: Traducci�n
de las instrucciones en ingl�s que dieron en 1789 los comerciantes y due�os del
nav�o Argonauta, con agencia en China,� al capit�n.
Un segundo documento es una
carta que recibe de Nootka (Vancouver) el capit�n Esteban Jos� Mart�nez del
nav�o La Princesa en San Blas en 1789. Se describe la vida material de
los Nootka, su religi�n y sus costumbres.
En especial confirma que antes del
capit�n Cook hab�a llegado un nav�o espa�ol la Nootka.
N�m. 177
T�tulo que se le dio en la bnf: Viaje a California en 1766.� 40 pp.
Contenido: Diario del viaje que realiz� el padre Wenceslao Link,
misionero de la Compa��a de Jes�s, en la provincia de California. En este
recorrido al norte de la pen�nsula en febrero de 1766� acompa�aron al padre el
teniente Blas Fern�ndez con 13 soldados y �competente n�mero de indios armados
de arcos y flechas, sacados de las rancher�as�. Se ofrece una detallada
descripci�n de r�os, flora y fauna, as� como de las rancher�as de los �indios
gentiles�.
N�m. 178
T�tulo que se le dio en la bnf: Viaje por el mar del norte a la
California, 1774. 39 pp.
Contenido: Diario de viaje a las costas del norte de California
realizado por la fragata Santiago y su capit�n don Juan P�rez. Salieron
de San Blas en enero de 1774, llegaron al presidio de Monterrey el 8 de mayo,
de ah� salieron el 11 de junio y el 20 de julio se estuvo a mayor altura que
fueron 55 grados. Se reconoci� ah� la isla que puso el nombre de Margarita. El
17 de agosto se reconoci� la costa en 49 grados y 30 minutos en una bah�a que
se llam� San Lorenzo, posteriormente llamada de Esperanza y que posteriormente
el capit�n Cook llam� Nootka.
N�m. 179
T�tulo que se le dio en la bnf: Notas sobre California. 12 pp.
Contenido: El documento consta de dos partes distintas, las
primeras cinco fojas tratan sobre la regi�n del r�o Colorado en California.
Probablemente es la transcripci�n de un informe de un religioso sobre las
misiones en la Pimer�a Alta. Quiz� se trata de un recorrido e informe del padre
Kino.
A partir de la foja 6, son extractos tomados del libro
del capit�n Juan Matheo Mange sobre las provincias del norte de la Nueva
Espa�a, la Nueva Galicia, la villa de �Chiguagua� incluyendo copia de
descripciones de distintas regiones y de distintos temas, como situaci�n de la
Nueva Inglaterra, de la naci�n de los Yutas, el Nuevo M�xico y el origen de la
naci�n mexicana entre otros.�
N�m. 180
T�tulo que se le dio en la bnf: Viaje de Sonora a Monterey (California,
1774). 3 pp.
Contenido: Informe de las expediciones que por mar y por tierra
se hicieron a California el a�o de 1774. Por tierra se informa de la expedici�n
que realiz� el capit�n Juan Bautista de Anza desde Sonora hasta Monterrey
(California). Tambi�n se habla de los� distintos viajes que se hicieron por
mar, se describen las latitudes exactas a que llegaron en 1774 la fragata al
mando del capit�n Juan P�rez desde el puerto de Monterey, en California, hacia
el norte y en marzo de 1775 y una fragata al mando de Bruno de Creta. Tambi�n
se mencionan las de expediciones de 1779 que partieron de San Blas, en ese caso
dos fragatas al mando de don Juan Francisco de la Bodega y Quadra y don Ignacio
Arteaga.
N�m. 191
T�tulo que se le dio en la bnf: Papel sacado del tomo 45 de las memorias
del padre fray Manuel de Vega: Documentos para la historia del Nuevo M�xico.
147 pp.
Contenido: Este es el �nico documento publicado en el Proyecto
Amoxcalli, de este corpus de textos sobre el norte de la Nueva Espa�a, que
incluye una introducci�n por separado. Esta fue redactada por Blanca Lilia
�lvarez Torres y Armando Santiago S�nchez. En ella se explica y discute el
contenido del documento que consta de distintos textos, cartas y noticias sobre
el Nuevo M�xico escritos por distintas personas en la segunda mitad del siglo xviii.
N�m. 192
T�tulo que se le dio en la bnf: Viaje de don G. Dom�nguez Mendoza,
1683-1684. 124 pp.
Contenido: Copia de los cuadernos originales en los que el
gobernador del Nuevo M�xico informa al virrey marqu�s de la Laguna del viaje
que realiz� el maestre de campo Juan Dominguez de Mendoza a fines del a�o de
1683 y principios de 1684 por el R�o Grande en direcci�n a Texas. Se mencionan
las colindancias de Texas con Nuevo M�xico, Teguas y Quivira y se describe la
zona a lo largo del R�o Grande y en su junta con el r�o Conchos. Se habla de
indios que ten�an mucho ma�z y yeguas. Los naturales jumanos acompa�aron la
entrada. Al final del documento se discute la pertinencia de mover ciertos
poblados, los gastos que causa la administraci�n de la zona y se dan noticias
generales sobre los escritos que existen sobre Texas.
N�m. 193
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Documento que se refiere a
la historia de la Am�rica Septentrional. 32 pp.
Contenido: Informe escrito en 1685 por el padre fray
Alonso de Posadas, quien fue durante diez a�os custodio de las misiones del
Nuevo M�xico y vivi� ah� como misionero. Se copi� de la colecci�n de documentos
pertenecientes a la Historia de Am�rica Septentrional del Archivo de la
Secretar�a de C�mara del Virreinato de M�xico.
N�m. 194
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Noticia relativas a los
Cododachos. 186 pp.
Contenido: Copias y apuntes sobre la zona de los
indios Cadodachos al norte de Texas en colindancia con Louisiana. Se basan en
un informe de D� Anville sobre el fuerte que los franceses ten�an en el antiguo
�puesto de los Cadodachos� a 34 grados 18 minutos de latitud y 70 grados 35
minutos de longitud. Se mencionan las guarniciones francesas y misiones de San
Miguel de Linares de los Adaes y el pueblo de Nachitoos, asi como las
distancias entre el Nuevo M�xico, la Louisiana y el presidio de San Juan
Bautista Nachitoos. Los franceses llamaban a los Nachitoches �Cados�, les
vend�an fusiles y dem�s armas llegando a ellos por los r�os bajando del norte.
N�m. 196
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Descripci�n geogr�fica del
Nuevo M�xico. 46 pp.
Contenido: El padre Morfi o Morphi da amplia
informaci�n geogr�fica y social sobre el norte. Existen varias ediciones.
N�m. 197
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Notas hist�ricas sobre el
Nuevo M�xico. 26 pp.
Contenido: Copia de los �Apuntes Hist�ricos sobre el
Nuevo M�xico�, que en 1776 escribi� el teniente coronel don Antonio Bonilla y
que fueron tomados del tomo 25 de la obra escrita por el padre fray Manuel
Vega, llamada Documentos para la Historia del Nuevo M�xico, obra manuscrita y
que se guardaba, a inicios del siglo xix,
la Secretar�a del Virreinato de M�xico.
N�m. 198
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Descripci�n de la costa de
California. 31 pp.
Contenido: Copia realizada de un manuscrito
perteneciente a la Secretar�a del Virreinato de M�xico, en el que se resumen
descripciones de viajes y expediciones de la costa de California realizadas al
final del siglo xviii. [Parece
incompleto el documento pues solamente llegaron 31 fojas al Proyecto Amoxcalli,
siendo que es m�s amplio el manuscrito.]
N�m. 199
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Documentos para la Historia
del Nuevo M�xico.
Contenido: El manuscrito inicia con un diario y
derrotero de los nuevos descubrimientos que en 1776 se hicieron de las tierras
al norte-noroeste del Nuevo M�xico escrito por los padres Silvestre V�lez
Escalante y Atanasio Dom�nguez. Detallada etnograf�a de los yutas, comanches y
otras naciones. Contiene tambi�n copia del diario escrito en 1779 por el
capit�n Juan Bautista de Anza.
N�m. 199b
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Documentos de fray Alonso de
Posadas sobre la historia del Nuevo M�xico. 1789.
Contenido: Copia de un informe del fray Alonso de
Posadas, que a ra�z de la presencia de los franceses en las costas de Texas
escribe en 1685 sobre toda la regi�n de Texas y del Nuevo M�xico. Se da raz�n
de los territorios conocidos hasta entonces con muchos detalles geogr�ficos.
N�m. 258
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Noticias geogr�ficas de la
Nueva Espa�a. 14 pp.
Contenido: Resumen de informaci�n econ�mica de las
ciudades, villas corregimientos y alcald�as mayores de la Nueva Espa�a, sobre
todo referente a los tributos recaudados entre 1772 y 1784. Se destaca
principalmente el aumento en m�s del 50% de la recaudaci�n de esta
contribuci�n. Tambi�n se presenta esa misma informaci�n para las provincias del
norte, el reino de la Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo M�xico, Nuevo Le�n y
Sonora.
N�m. 379
T�tulo que se
le dio en la bnf:
Copia hecha al comienzo de
ese siglo de un manuscrito original, que lleva por t�tulo Relaciones sobre las
expediciones al Nuevo Mexico, al mando de los capitanes espa�oles Francisco
V�zquez Coronado y Juan de O�ate, escrito en 1623 por fray Hier�nimo de Z�rate
Salmer�n que form� parte de esas expediciones en calidad de capell�n. 90 pp.
Contenido: Esta recopilaci�n de relaciones sobre las riquezas y
los pobladores del Nuevo M�xico y las expediciones espa�olas de conquista a
California, Florida y a todas las provincias de esos rumbos, escrita por el
fraile franciscano Ger�nimo de Z�rate Salmer�n en 1623. Inicia con la
aprobaci�n del fraile Francisco de Velasco en el Convento de San Francisco de
la Ciudad de M�xico en agosto de 1629 para que se publique.
Detallada
relaci�n hist�rica de las noticias que se han tenido de esas provincias, del
viaje de Coronado, de Sebast�an Vizca�no, de O�ate y de los encuentros con sus
pobladores. Termina con una argumentaci�n sobre el paso del mar del Norte al
del Sur y con una relaci�n de la Santa Madre Mar�a de Jesus, abadesa del
convento de Santa Clara de Agreda.
SIGLAS
agn�������������� Archivo
General� de la Naci�n (M�xico)
ciesas�������������������� Centro
de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropolog�a Social
conaculta��������� Consejo Nacional para la� Cultura y las Artes
hahr����������������������� Hispanic American Historical Review
imta������������ Instituto
Mexicano de Tecnolog�a del Agua
inah������������ Instituto
Nacional de Antropolog�a e Historia
ini����������������� Instituto
Nacional Indigenista
itesm���������������������� Instituto
Tecnol�gico de Estudios Superiores de Monterrey
nmhr���������������������� New
Mexico Historial Review
sep���������������� Secretar�a
de Educaci�n P�blica
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