FONDO MEXICANO DE LA
BIBLIOTECA NACIONAL DE
FRANCIA
Documento No. 108
Contribuciones (o tributos) en dinero
o especie impuestas a indígenas
Eustaquio Celestino
Solís
ciesas
Presentación
Este manuscrito núm. 108 forma parte
del acervo documental de la Biblioteca Nacional de París; en el tejuelo en
francés se asientan algunos datos que podríamos traducir como: “Manuscrito
figurativo original sobre papel europeo. Contribuciones (o tributo) en dinero o
en especie impuestas a indígenas ancho 1 m 40 cm: largo 0.31 m: núm. 108”.
Joaquín Galarza lo registra
bajo el nombre de Tributos de Tlaxinican,
Tlayotlacan,
Tecpanpa, etc.
con medida de largo diferente. Dice que es un códice de “Contribución o
tributos, en efectivo o en especie, impuestos por el jefe (caudillo), o
encomendero, Don Joseph (sic) Jorgen”. El manuscrito figurativo es
original, escrito en tinta sepia, contiene notas en nauatl y en español, es una
larga tira de papel europeo de .41 x 1.40 m., conservado en el volumen de Manuscritos
mexicanos, 103-118, con los tejuelos números 27 y 420; ha sido estudiado
por Boban, Omont, Glass, Aubin y Goupil.
Sin embargo, aquí vale
la pena hacer algunas aclaraciones. El manuscrito 108 tiene un documento
complementario, el 028, registrado bajo el mismo título o nombre; se refiere a
los mismos pueblos o “barrios” y casi el mismo tipo de tributo.
De acuerdo con la
información que tenemos, podemos afirmar que los investigadores han estudiado
ambos manuscritos de manera independiente, a pesar de que los dos llevan el
mismo nombre. Es seguro que el documento 028 es complementario o anexo del 108,
y no viceversa, ya que el 108 presenta los nombres y glifos de los recogedores
de tributos y el 028 ya no los registra.
De hecho, en el Handbook
of Middle American Indians
se aclara que se trata de dos manuscritos (y no uno) de tributos pictóricos
pertenecientes a varios “barrios” de una localidad no identificada,
probablemente situada al oriente del valle de México:
Tlailotlacan. En el manuscrito 284 titulado “Noticias pertenecientes a México y
Nueva España”, transcrito por Amelia Camacho Pascoe, aparece un Santa María
Tlailotlacan de la época colonial, en ese entonces situado a un “cuarto de
legua al oriente de Tezcoco, depende con todos sus barrios del curato
provincial y cuenta en ellos 412 familias de indios”.
También en el manuscrito
107 aparece Tlaxincan como “suburbio” de Tezcoco.
La glífica de ambos
documentos ahora están siendo estudiados por Alfredo Sánchez de la Universidad
Veracruzana. Por lo pronto nosotros aquí hemos transcrito los topónimos y
antropónimos en nauatl y las anotaciones en español del manuscrito 108. Las
anotaciones del 028 se reducen a unos cuantos topónimos, que el citado investigador
transcribirá como parte del estudio integral del códice.
Continuando con el
manuscrito 108, Eugène Boban lo clasifica junto con otros (108 al 148) como
“piezas judiciales”, tales como ordenanzas reales, testamentos, títulos de
propiedad, procesos criminales y más. Además, Boban da una minuciosa
descripción e interpretación de esta parte del códice, que bien vale la pena
reproducir aquí para ayuda del investigador, y dice:
En la parte superior de
esta larga lista, se lee: ‘Todos los nombres de los yndios que están escritos y
pintados al principio de esta pintura son los merinos (esta palabra merinos
indica los topiles, tipo de alguaciles –alguaciles– indígenas; se decía, en esa
época, un merino chico o menor); y recogedores que recogían lo en ello (sic)
contenido en cada barrio’.
Esta pintura está
dividida en compartimientos horizontales, separados por un plumazo.
En el lado izquierdo, en
el ángulo superior, nosotros vemos cuatro cabezas indígenas. El primero se
llama Jerónimo, el segundo Ticahua; el tercero Feliciano, y el último Pº
Martal. Esas cabezas son las de cuatro merinos o alguaciles encargados cada uno
en su suburbio respectivo de recolectar los tributos en casa de los habitantes.
Encima, una hacha
enmangada (en metal, cobre o bronce) indica el nombre de la localidad:
Tlaxincan, que se puede traducir como “taller de carpintero”.
En el mismo
compartimiento, comienza la lista de los tributos; primeramente, el metálico,
representado por dos grandes discos, en medio de cada uno de los cuales se
encuentra una cruz con patas, con ramas iguales; la misma cruz que se ve sobre
las monedas españolas del siglo xvi.
Estos dos discos son rematados con la cifra 20, representada por el pantli
(“pequeña bandera”), lo que da la suma de cuarenta pesos o piastras de
tipuzque. Esta palabra viene de tepuztli, que quiere decir “cobre, metal
en general”, ahí ajustaban sin embargo el color propio del metal del cual se
trata. Así, los mexicanos nombraban el cobre chichiltic-tepuztli, o sea
“el metal rojo”. El hierro, que ellos no conocían hasta después de la
Conquista, fue nombrado como tliltic, “negro”, y tepuztli, “el
metal negro”. Junto a esos dos discos de los cuales hemos hablado, nosotros
vemos ahí otros cinco, más pequeños, con la misma cruz con patas; estos son
probablemente los tostones o media piastra (cincuenta céntimos).
A la derecha de esta
serie de piezas, comienza la lista de tributos en especie: uno ve primero dos
pescados colocados en sentido vertical; estos llevan cada uno en la boca un pantli
(20), lo que da cuarenta pescados. Junto, nosotros vemos ahí otros dos más
grandes que llevan, en lugar del pantli el signo centzontli ó
400, representado por una pluma de ave; la pluma que indica esta cifra lleva
todas sus barbas. Los contribuyentes debían pues dar ochocientos de estos
pescados grandes.
Los michin, o pescados,
son muy numerosos y variados en los ríos y las lagunas de México; nosotros
citaremos a los amilotl, o “pescados blancos”, que se parecen a nuestros
gobios; el cuilin, tipo de trucha de color grisáceo; el axolotl,
reptil comestible del género de la salamandra y del orden de los batracios,
animal singular que se metamorfosea en una cierta época de su vida, y aún más,
los bagres, las mojarras, los boquinetes, los bocudos, los bobos, los robalos,
etcétera.
Siempre en el mismo
compartimiento, pero a la derecha, vemos dos cabezas de huexolotl, que
los españoles llamaban: “pavo de la tierra” o por corrupción, “huajolotl”, y
aún “pípila” (pava, pavo). Se dice que este volátil es originario de México,
pero este está distribuido sobre todo el continente americano. Esas dos cabezas
no son acompañadas de ningún signo gráfico indicando una cifra. Encima de
ellas, se ven tres recipientes largos y con asas, en barro cocido; ellos
contenían sin duda el octli, jugo alcohólico extraido del corazón del
agave mexicana. Los conquistadores bautizan ese líquido de nombre “pulcre”;
hoy, se dice pulque. Pulcre es un palabra araucana, lengua hablada en
Chile.
El pulque es un licor fermentado y de un blanco lechoso; los
nahuatl llamaban metl el agave del cual se extrae; los españoles le dan
el nombre de maguey. Esta palabra fue, entre muchas otras, traída por ellos de
las Antillas.
Recordemos que en el momento que el jerogramante o tlacuilo
mexicano quería representar el octli en un recipiente cualquiera, él
añadía un punteado, encima de este recipiente para indicar la espuma que
produce la bebida fermentada. El segundo compartimiento difiere poco del
primero desde el punto de vista de los tributos. Vemos primero las cuatro
cabezas de alguaciles indígenas: Pº Tlaxotecatl, Alonso López, Alonso
Xicometecatl Zacarías Tlacol. La localidad lleva el nombre de Tlaylotlacan, o
más bien Tlailotlacan, uno de los barrios de la antigua villa de Texcoco. El
signo fonético representa muy vagamente una concha. (Esta concha en espiral
adorna el peinado del ídolo colosal en diorita, expuesto en el Museo Nacional
de México, bajo el núm. 12.)
La composición del tercer compartimiento es semejante a las dos
precedentes. Nosotros no vemos más que dos cabezas: aquellas de Miguel de
Santiago y Pº Tochtli (“conejo”). La localidad o suburbio se llama Tecpanpa, de
Tecpan, “morada real, palacio”; y pa, preposición, hacia en, de.
En el cuarto, los productos señalados son los mismos, pero
nosotros contamos cuatro cabezas: aquellas de Pº Chihua, Sebastián
Tezcacohuautl, Xpoual Quecholacatl y Daniel de San Francisco. El signo gráfico,
dando el nombre de la localidad, es Tenanco, que representa dos muros cortados
dispuestos en gradas: tenamitl, tenanco, quiere decir en el
recinto o intramuros.
En el quinto compartimiento, vemos además las cuatro cabezas de
recogedores: los tributos son en especie. La localidad de nombre Quecholac. El
carácter está representado ahí por el agua (atl) trazando un
semicírculo. Quecholac quiere decir: entre las aguas de Quecholli. Quecholli,
pájaro cuyo plumaje es soberbio ha dado su nombre al decimocuarto mes del año
en el calendario mexicano.
El sexto compartimiento es idéntico a los otros. La localidad se
llama Ayocalco, de ayotl, “tortuga”; y calco, “en la casa”; lo
que da “la casa de la tortuga”. La pintura representa, en efecto, la concha de
ese animal.
El séptimo es siempre en el mismo género. Ahí se ven las cuatro
cabezas y los tributos, pero ningún signo para nombrar la localidad; es
evidentemente, un barrio o suburbio nuevo, fundado después de la llegada de los
conquistadores, que fue llamado San Nicolás.
En el octavo, los tributos se vuelven menos importantes, a causa
sin duda de la pobreza de los habitantes.
La localidad se llama Atlaca. (Marineros, o gente malvada, dice
Molina.) Ella está representada por el michimatlatl, de michin,
“pescado”; y matlatl, “red para pescar”. Es, en efecto, una red lo que
vemos en la pintura.
No hay más que tres cabezas de recogedores en el noveno
compartimiento. La localidad se llama Pochtecan, o cerca de los Pochtecatl:
esta palabra significa mercader, negociante. El carácter ideográfico representa
un tipo de abanico de forma oval, que es el emblema de los mercaderes; en
viaje, ellos lo tenían siempre a mano, y este era el signo distintivo de su
gremio.
El décimo y último compartimiento está compuesto de once piezas de
moneda y de sesenta pescados. El nombre de la localidad es Petlachiuh, de petlatl,
estera, estera de juncos, lo que indica un sitio donde se fabrican las esteras.
El compartimiento que viene debajo del décimo resume la suma de
las cantidades provistas por los diez cuadrados. El tlacuilo los ha colocado
sobre dos líneas.
La primera da la suma total de las piastras de tepuzque, que son
todas rematadas de pantli (20). Ahí hay trece, son pues doscientas
sesenta piezas; hay de más dieciocho pequeñas piezas de las cuales ignoramos
exactamente su valor.
La línea que se encuentra debajo de la precedente es la de los
pescados. Una primera serie de quince, rematada del centzontli
(literalmente, mecha de pelo, puñado de hierba) que, como ya lo hemos dicho,
representa la cifra 400, nos da un total de seis mil pescados a los cuales se
necesita añadir otros ochenta, cuyo número nos es provisto por cuatro pescados
colocados a la derecha, sobre la misma fila y que remata el pantli: 40 x 20 + 6
000= 6 080. Son pues 6 080 pescados que debían ser entregados a los
recogedores.
En la fila siguiente, vienen los recipientes conteniendo la bebida
fermentada (pulque o tlachique); estos recipientes no son acompañados de cifras
suplementarias; consecuentemente es por unidades que las debemos contar; ellas
son en número de veintidós. Seguidas de cabezas de pavos que, por unidades,
como los recipientes, dan un total de doce.
Por último, en la última línea, se ven tres cabezas de indígenas
rematadas del pantli, lo que debe indicar sesenta hombres destinados a
trabajos personales, a los trabajos en los campos, como lo indica una leyenda
colocada debajo de ellos: ‘sesenta yndios que hizieron y cultivaron las
sementeras de Don Joseph Jorgen porque era caudillo, sin pagarles cosa alguna’.
En el ángulo izquierdo se ve la
cabeza del jefe o caudillo, por lo cual los sesenta indígenas deben trabajar.
Su nombre, Joseph Jorgen, está colocado encima.
(Boban, L. II, vol. 2, 1891)
En resumen podemos decir
que los manuscritos 028 y 108 se complementan en cuanto a su contenido y el 107
para estudios regionales, valdría la pena estudiarlos en forma íntegra para dar
un panorama más completo del asunto sobre tributación indígena.
En la transcripción del
documento se tomaron en cuenta los siguientes criterios normativos:
Se conservó la
ortografía de la época.
Las anotaciones en
nauatl y en español las transcribimos por fragmentos de acuerdo con la
distribución de las imágenes ahí plasmadas, divididas entre líneas
horizontales. Los fragmentos del 1 en adelante los registramos entre llaves.
Asimismo, anotamos entre
llaves las explicaciones y aclaraciones nuestras.
En las abreviaturas
agregamos entre corchetes lo que no aparece escrito.
Entre diagonales van las
dudas, lo ilegible y lo tachado.
En notas agregamos las
aclaraciones pertinentes.